ÓRGANO OFICIAL DE LA SOCIEDAD CHILENA

January 25, 2018 | Author: Juan Manuel Vidal Crespo | Category: N/A
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1 AÑO (VOL.) 16 (2) noviembre 2006 ISSN MÉDICOS GALARDONADOS CON PREMIOS NACIONALES ALLENDE PADÍN: ...

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ISSN 0718-3380

SOCIEDAD CHILENA DE HISTORIA DE LA MEDICINA

ANALES CHILENOS de HISTORIA de la MEDICINA

AÑO (VOL.) 16 (2) noviembre 2006

AÑO (VOL.) 16 (2) noviembre 2006

MÉDICOS GALARDONADOS CON PREMIOS NACIONALES ALLENDE PADÍN: VACUNACIÓN ANTIVARIÓLICA FORZOSA VIGENCIA DEL PROTOMEDICATO EN EL SIGLO XIX TUBERCULOSIS: PRIMEROS SANATORIOS EN CHILE CUIDADO DE NIÑOS HUÉRFANOS Y ABANDONADOS GRANDES ETAPAS DE LA CIRUGÍA CIRUGÍA DE LA EPILEPSIA EN LATINOAMÉRICA EL DISCURSO HISTORIOGRÁFICO POSMODERNISTA HACIA UNA RED LATINOAMERICANA DE HISTORIA Y PATRIMONIO CULTURAL

www.historiamedicina.cl

PUBLICACIÓN FUNDADA EN 1959

ÓRGANO OFICIAL DE LA SOCIEDAD CHILENA DE HISTORIA DE LA MEDICINA

Editorial

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ANALES CHILENOS DE HISTORIA DE LA MEDICINA Año (Vol.) 16 Nº 2, noviembre 2006 Publicación fundada en 1959 Órgano oficial de la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina Diagonal Paraguay 415, Depto. 42, Santiago de Chile Correo electrónico: [email protected]

FUNDADOR Enrique Laval Manrique

DIRECTOR Ignacio Duarte García

de

Cortázar

COMITÉ EDITORIAL Claudia Chuaqui Farrú Patricio Hevia Rivas Enrique Laval Román Eduardo Medina Cárdenas Nelson Vargas Catalán

El objetivo de los Anales Chilenos de Historia de la Medicina es difundir el conocimiento, registro e investigación de la Historia de la Medicina entre los profesionales de la salud y de otras disciplinas, centrándose en forma preferente –pero no exclusiva– en la Historia de la Medicina Chilena.

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Agradecemos el apoyo de las siguientes instituciones: Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile Colegio Médico de Chile A.G.

Ilustraciones de nuestra portada: Hipócrates de Cos (c. 460-380 a.C.) “Padre de la Medicina”, según la tradición occidental. Simboliza el nacimiento de la medicina como un saber técnico, que explica la salud y enfermedad por una teoría racional circunscrita a la esfera del hombre y la naturaleza, excluyendo las interpretaciones mágico-sobrenaturales. Personifica el ideal del médico con los valores permanentes de la profesión. Representación convencional de su efigie, basada en un busto exhibido en el Museo Capitolino de Roma. Distintivo de la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina. Muestra el frontis del edificio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile inaugurada en 1889 en la hoy llamada Avenida Independencia de Santiago. En esa sede se consolidó la enseñanza de la medicina en el país, cimentada desde 1843 con el aporte de eminentes profesores extranjeros, continuado por una pléyade de médicos chilenos con estudios de especialidades en Alemania y Francia. Este desarrollo colocó a la medicina chilena en una posición destacada en Latinoamérica. El edificio fue destruido por un incendio en 1948: en el mismo sitio se construyó la actual Facultad de Medicina. Logotipo diseñado en 2005 por el doctor Felipe Zúñiga Herranz.

Las opiniones expresadas en esta edición son de exclusiva responsabilidad de los autores de los artículos. Valor de la Suscripción (2 números anuales): 12.000 pesos.

© Sociedad Chilena de Historia de la Medicina Derechos reservados para todos los países Inscripción Nº 156.948 Código Internacional Revista ISSN 0718-3380 An. chil. hist. med. e-mail: [email protected] Diseño de la Portada: Francisca Galilea Diagramación e impresión: Andros Impresores Printed and made in Chile

Editorial

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SOCIEDAD CHILENA DE HISTORIA DE LA MEDICINA Fundada el 4 de abril de 1955 Diagonal Paraguay 415, Depto. 42 Santiago de Chile www.historiamedicina.cl Correo electrónico: [email protected]

Directorio del período 2006-2009 Presidente Ignacio Duarte García de Cortázar

Vicepresidente Eduardo Medina Cárdenas

Secretario Sergio Zúñiga Rocha

Tesorero Julio Cárdenas Valenzuela

Directores Jorge Dagnino Sepúlveda Carlos Molina Bustos Carmen Noziglia del Nido

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Índice

EDITORIAL Médicos galardonados con premios nacionales Ignacio Duarte

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ARTÍCULOS ORIGINALES Vacunación forzosa versus libertades individuales: la controversia parlamentaria en torno al proyecto de Ramón Allende Padín. 1876-1882 Felipe Urtubia

183

El Protomedicato republicano: 1819-1892 Gonzalo Piwonka

193

El cuidado de niños huérfanos y abandonados en Santiago a partir del siglo XVIII Jaime Cerda, Cristián García

203

Sanatorios para tuberculosos en Chile: primeros establecimientos (1886-1920) Ignacio Duarte, Marcelo López

211

Epilepsia: de la trepanación a la cirugía actual en Latinoamérica Manuel G. Campos

225

DOCUMENTOS Historia y patrimonio cultural de salud: propuesta para la creación de una biblioteca virtual latinoamericana

237

Historia de las grandes etapas de la Cirugía en Chile Enrique Laval M.

243

La escritura y la forma del discurso histórico: discurso narrativo o discurso científico Luis Corvalán M.

263

BIBLIOGRAFÍA Figuras señeras de la Medicina Chilena. Índice de la Colección publicada por la Academia Chilena de Medicina

271

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Jornadas de Historia de la Medicina. Índice acumulado

277

Anales Chilenos de Historia de la Medicina Índice acumulado 1959-1973. Fe de erratas

285

Índice acumulado de artículos sobre Historia publicados en la Revista Chilena de Infectología desde 1984 hasta 2005. Fe de erratas

287

CRÓNICA Colegio Médico de Chile

291

40º Congreso Internacional de Historia de la Medicina (Reseña)

292

41º Congreso Internacional de Historia de la Medicina (Anuncio)

292

Premio Conservación de Monumentos Nacionales

293

VII Jornadas de Historia de la Medicina (Reseña)

293

VIII Jornadas de Historia de la Medicina (Anuncio)

294

Reuniones Mensuales de Historia de la Medicina

294

INSTRUCCIONES A LOS AUTORES

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Editorial

Médicos galardonados con Premios Nacionales La adjudicación del Premio Nacional de Medicina en 2006 al distinguido médico Alejandro Goic es motivo de complacencia para la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina, que ve justamente recompensado a uno de sus miembros titulares. La ocasión es propicia para reseñar la génesis de diferentes premios nacionales que se otorgan en nuestro país y rendir un homenaje a los médicos que los han recibido. Premios Nacionales creados por ley En 1942, respondiendo a la proposición de la Sociedad de Escritores, acogida por el presidente Pedro Aguirre Cerda, se promulgó la ley Nº 7.368 con la firma de su sucesor Juan Antonio Ríos (1). La ley indicaba que el Premio sería otorgado anualmente a quien haya consagrado su vida al ejercicio de las letras y a quien haya recibido la consagración por el juicio público. La distinción constaría de un diploma, una suma de dinero y una pensión vitalicia. El jurado estaría compuesto por tres miembros: El Rector de la Universidad de Chile, quien lo presidiría, un representante del Ministerio de Educación Pública y un delegado de la Sociedad de Escritores de Chile. El primer escritor distinguido con el Premio fue Augusto D’Halmar en 1942. La misma disposición 7.368 creó el premio nacional de Arte, que se otorgó por primera vez en 1944. Casi diez años después, la ley 11.470 de 1953 instituyó el Premio Nacional de Periodismo, que empezó a otorgarse anualmente desde el año siguiente. En 1968, la ley 16.746 que creó la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT) instituyó el premio Nacional de Ciencia, que se concedería anualmente a un científico o científicos chilenos, cuya obra en el campo de las ciencias puras o aplicadas se hiciera acreedora de tal distinción. El Premio se otorgaría anualmente, alternándose en las diversas áreas del conocimiento científico del Hombre o de la Naturaleza. A través de los años, se promulgaron varias disposiciones que modificaban aspectos de la Ley Nº 16.746. En 1974 se creó el Premio Nacional de Historia, que de acuerdo con el decreto ley 681 se entregaría cada dos años al investigador de la historia patria o a quien, divulgándola, con continuidad y nobleza de estilo a juicio del jurado la mereciere. El decreto con fuerza de ley Nº 1 del Ministerio de Educación Pública, publicado en 1988, fijó el texto refundido, coordinado y sistematizado de las normas sobre premios nacionales. En dicho cuerpo se incluían los premios de Literatura, Arte, Periodismo, Ciencia, Historia y Educación. Se definía también la composición de los jurados que discernirían el premio. Así, la norma establecía que el de Ciencia estaba formado por: “El Ministro de Educación Pública, quien lo presidirá; por el Presidente del Instituto de Chile; por el Presidente de la Academia Chilena de Ciencias; por quien sea o haya sido Rector o Vice-Rector Académico de alguna de las Universidades del Estado o reconocidas por éste, y por quien tenga o haya tenido el cargo de Decano o Director de la Facultad de Ciencias de alguna de las universidades referidas. Estos dos últimos integrantes serán designados por el Consejo de Rectores”.

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Respecto a la postulación a los diferentes premios, el decreto disponía que los candidatos sólo podían ser propuestos por: a) Instituciones de notoria solvencia intelectual en la materia; b) Tres o más personas que hubieran sido agraciadas con el premio respectivo de la misma especialidad, y c) Las facultades universitarias pertinentes. El referido Decreto fue derogado en la ley 19.169 que, publicada en 1992, estableció normas sobre once premios nacionales: Literatura, Periodismo, Ciencias Exactas, Ciencias Naturales, Ciencias Aplicadas y Tecnológicas, Historia, Ciencias de la Educación; Artes Plásticas, Artes Musicales, Artes de la Representación y Audiovisuales, y de Humanidades y Ciencias Sociales. El objetivo de los premios es reconocer la obra de chilenos (excepcionalmente extranjeros) que por su excelencia, creatividad, aporte trascendente a la cultura nacional y al desarrollo de dichos campos y áreas del saber y de las artes se hagan acreedores a estos galardones. Las distinciones se otorgan cada dos años. La ley 19.169 dispone la constitución de los jurados para cada premio, que son convocados cada vez por el Ministro de Educación. En todos los casos están integrados por el Ministro de Educación (o su representante), el Rector de la Universidad de Chile (o su representante) y el último galardonado con el respectivo Premio Nacional. En cada uno se incorporan al jurado otros miembros. Por ejemplo, en el caso de ciencias naturales se agregan: un académico designado por el Consejo de Rectores, elegido entre el resto de las universidades integrantes que impartan licenciaturas en el área respectiva, y un representante de la Academia Chilena de Ciencias. En el caso de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas, se incorporan al jurado: un académico designado por el Consejo de Rectores, elegido entre el resto de las universidades que lo integran, y el Presidente de la Comisión Nacional de investigaciones Científicas y Tecnológicas. El jurado es soberano en la selección de postulantes. No existirá la obligación de presentar informe documentado de méritos; cada miembro del jurado deliberará con entera libertad. Las deliberaciones serán confidenciales, como asimismo la información que hayan tenido a la vista para discernir los respectivos premios. El fallo deberá ser fundado, destacando los méritos intelectuales de los agraciados y la trascendencia de su obra. Cada premio nacional establecido en la ley 19.169 comprende: un diploma, una suma de dinero y una pensión vitalicia mensual. Médicos premiados Desde su creación, el Premio Nacional de Ciencia se ha entregado en 29 oportunidades y entre los galardonados figuran 6 médicos: Alejandro Lipschütz, Alfonso Asenjo, Joaquín Luco, Jorge Mardones, Héctor Croxatto y Luis Vargas. A su vez, entre los ocho personajes agraciados con el Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnología se incluyen dos médicos: Julio Meneghello y Fernando Mönckeberg (2) Excepto el doctor Lipschütz, nacido en Riga, Letonia, y titulado de médico en Gotinga, los premiados nacieron en nuestro país y recibieron su título en la Universidad de Chile. Alejandro Lipschütz Friedmann (1883-1980) obtuvo el primer Premio Nacional de Ciencia, dirimido en junio de 1969 por un jurado integrado por Roberto Barahona, presidente de CONICYT; Danko Brncic, representante del Ministerio de Educación; Osvaldo Cori de la Universidad de Chile; Walter Fernández, del Instituto de Chile, y Luis Vargas, de la Sociedad Chilena de Biología. Lipschütz fue profesor de Fisiología de la Universidad de Concepción (1926-1936), nacionalizado chileno en 1941. Centró su investigación experimental en la génesis de tumores inducida por trastornos hormonales (3). El informe del jurado indicaba que el profesor Lipschütz representaba el primer científico investigador moderno que había tenido el país, después de la obra iniciada por el profesor Juan Noé en la Universidad de Chile. Fue también el primer científico que dedicó todo su tiempo de trabajo a la fisiología. Fundó dos centros de investigación científica: el Instituto de Fisiología de Concepción y el Instituto de Medicina Experimental del Servicio Nacional de Salud en Santiago. Contribuyó a

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sentar las bases de la fisiología de las gónadas e hizo los experimentos que demostraron el comando de la hipófisis sobre ellas, tema en el que llegó a ser uno de los expertos mundiales (4). Alfonso Asenjo Gómez (1906-1980), Premio Nacional de Ciencias 1973. Creador de la Neurocirugía en Chile, figura internacional de la Especialidad. Fundó y dirigió el Instituto de Neurocirugía inaugurado en 1953, que desde 1987 se denomina Instituto de Neurocirugía e Investigaciones Cerebrales Alfonso Asenjo. Los miembros del jurado que falló el premio fueron: Galo Gómez, presidente de CONICYT; Alejandro Lipschütz en representación de la Universidad Técnica del Estado; Fernando Orrego, de la Sociedad de Biología de Chile; Fernando Mönckeberg, delegado de la Universidad de Chile, y Nibaldo Bahamonde, representante del Ministerio de Educación. El jurado valoró tanto la calidad como la cantidad de la labor clínica, docente y de investigación del profesor Asenjo, el hecho de haber formado discípulos en Chile y en el exterior a través de una escuela propia en la disciplina, con resonancia nacional e internacional, y el impacto en el mejoramiento de la salud de la población enferma (5, 6). Joaquín Luco Valenzuela (1926-2002). Desarrolló los aspectos experimentales y docentes de la Neurofisiología en la Universidad Católica de Chile: su contribución como director, profesor e investigador con dedicación exclusiva fue determinante en el desarrollo de la Escuela de Medicina de dicha Institución. Sus investigaciones se centraron principalmente en la función trófica de la neurona, las reinervaciones cruzadas y el aprendizaje y memoria en invertebrados (7). El jurado, presidido por el Ministro de Educación Pública Arturo Troncoso, le adjudicó el Premio Nacional de Ciencias 1975 (8), resaltando los siguientes méritos: “1. Su labor creativa de investigación neurofisiológica, basada en una vida de trabajos experimentales expresados en una extensa gama de publicaciones de prestigio nacional e internacional. 2. Su inapreciable contribución en el ámbito de la docencia universitaria, durante más de 40 años, a la formación de médicos e investigadores en ciencias biológicas, formando escuela en su disciplina. 3. Su entusiasta colaboración a sociedades de su especialidad y a la divulgación de la cultura científica. 4. El amplio reconocimiento internacional a su producción intelectual, que constituye un timbre de honor para los estudios científicos nacionales (9)”. Jorge Mardones Restat (1908-1998). Discípulo de Eduardo Cruz-Coke. Profesor de la Universidad de Chile, fundador de la Farmacología en Chile (10). Ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia social desde 1950 a 1952 (11). Agraciado con el Premio Nacional de Ciencias 1977: el jurado fue presidido por Luis Niemann, Ministro de Educación; Manuel Pinochet, presidente de CONICYT; Amador Neghme, Presidente del Instituto de Chile; Fernando Aguirre, Director de Investigación Científica y Tecnológica de la Universidad Federico Santa María, y Francisco Santa María, Decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, le otorgó el Premio Nacional de Ciencias. En su decisión, el jurado se basó en los siguientes aspectos de la trayectoria del Dr. Mardones: 1. 2. 3. 4.

Su labor originó numerosas publicaciones en revistas nacionales y extranjeras de reconocido prestigio, mereciendo destacadas citaciones en la literatura específica. Formó una importante escuela científica en el ámbito de la farmacología, con discípulos en las universidades del país y del extranjero. Sus trabajos han tenido repercusión para la salud pública nacional y, en especial, en relación con la farmacopea, el alcoholismo y la alimentación. Autor de varios libros de jerarquía en su especialidad (12).

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En la búsqueda de las causas del apetito por el alcohol en ratas y en seres humanos, produjo cepas de ratas alcohólicas y analcohólicas, lo que vino a apoyar su tesis de que el alcoholismo está vinculado a una condición genética en cada sujeto y, como tal, es susceptible de transmitirse de una generación a otra (13, 14). Héctor Croxatto Rezzio. Discípulo del profesor Eduardo Cruz-Coke. Profesor de Fisiología de la Universidad Católica de Chile y del Instituto de Educación Física de la Universidad de Chile (15). Premio Nacional de Ciencias 1979, decidido por un jurado presidido por Gonzalo Vial, Ministro de Educación; Manuel Pinochet, presidente de CONICYT, Amador Neghme, presidente del Instituto de Chile; Guido Pincheira y Luis Vargas, representantes del Consejo de Rectores (16). Las investigaciones del Dr. Croxatto estuvieron dirigidas a las siguientes áreas: endocrinología experimental; hormonas hipofisiarias, sus efectos sobre el riñón y la hipertensión arterial. Hipertensión arterial experimental, sus causas posibles y la participación renal en su patogenia. Péptidos vinculados al equilibrio y desencadenamiento de la hipertensión. Luis Vargas Fernández. Discípulo de los profesores Eduardo Cruz-Coke y Jorge Mardones. Fundador de la disciplina de la Fisiopatología en la Universidad Católica de Chile. Premio Nacional de Ciencias 1985, conferido por un jurado integrado por: Sergio Gaete, presidente, Ministro de Educación; Pablo Casanegra, representante de CONICYT; Jorge Mardones, por el Instituto de Chile; Luis Gomberoff y Agustín León, por el Consejo de Rectores. Sus investigaciones cubrieron, entre otras, las siguientes áreas: tumores relacionados con hormonas, iniciadas junto al doctor Lipschütz. Bases fisiológicas de la respuesta al estrés. Diabetes experimental: transporte plasmático de insulina, reconocimiento de sustancias plasmáticas con efecto antagonista de la insulina. Interrelación entre estrés y diabetes (17). El jurado reconoció esta labor, iniciada “en una época en que el país no contaba con una tradición científica importante y se ha mantenido a lo largo de toda una vida, en el curso de la cual ha realizado importantes contribuciones originales” (18). Julio Meneghello Rivera. Profesor de Pediatría de la Universidad de Chile y de la Universidad Católica de Chile. Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas 1996, acordado por un jurado presidido por el Ministro de Educación Sergio Molina e integrado, además, por: Jaime Lavados, rector de la Universidad de Chile; René Cortázar, último galardonado del premio; Adolfo Arata, en representación del Consejo de Rectores, y Enrique D’Etigny, en representación de CONICYT (19). La decisión del jurado se basó en: “La notable calidad de la contribución del Dr. Meneghello al desarrollo de las ciencias que fundamentan la pediatría y su uso en la solución práctica de graves problemas de la salud infantil. En efecto, la desaparición en la práctica, de la desnutrición y la decisiva caída de la mortalidad infantil en nuestro país se deben en gran medida a su trabajo. La gran cantidad de discípulos que en Chile y a lo largo de América Latina y el mundo se han formado bajo su conducción y entrega personal. Esta tarea se concreta, además, en la producción no sólo de artículos científicos de muy alto nivel sino también, con la edición de variados textos entre los que destaca su “Pediatría”, usado mayormente en los países de nuestra lengua. El impacto mundial de algunas de sus propuestas terapéuticas que han salvado literalmente millones de vidas y ennoblecido el nombre de Chile en el extranjero”. Fernando Mönckeberg Barros. Discípulo de los profesores Julio Meneghello y Héctor Croxatto (20, 21). Profesor de la Universidad de Chile, dedicó sus investigaciones y programas de intervención orientados al tratamiento y prevención de la desnutrición infantil. Recibió el Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas 1998, otorgado por un jurado integrado por José Pablo Arellano, Ministro de Educación; Julio Meneghello, agraciado anterior; Luis Riveros, Rector de la Universidad de Chile; Adolfo Arata, Rector de la Universidad Santa María y representante del Consejo de Rectores; Mauricio Sarrazin, presidente de CONICYT.

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La decisión se fundamentó en: “La contribución, que a través del trabajo científico de prevención de la desnutrición tiene como consecuencia un gran impacto en el desarrollo infantil. Por su aporte en la creación de organismos como el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA) y la Corporación de la Nutrición Infantil, reconocidos en el mundo entero. Además, en consideración a que el resultado de sus investigaciones ha contribuido a posisionar a nuestro país internacionalmente, lo que lo ha convertido en formador de generaciones de investigadores de Chile y el extranjero” (22). El Premio Nacional de Medicina Considerando que las disposiciones legales que crearon los premios nacionales no incluyeron un galardón específico en el campo de la medicina, un conjunto de agrupaciones altamente representativas de la profesión establecieron en el año 2001 el Premio Nacional de Medicina (23). El Premio es patrocinado por la Academia Chilena de Medicina, la Asociación de Sociedades Científicas Médicas de Chile (ASOCIMED), la Asociación Chilena de Facultades de Medicina (ASOFAMECH) y el Colegio Médico de Chile. Su objetivo principal es reconocer la obra de médicos que hayan sobresalido entre sus pares por una trayectoria de excelencia, creatividad y aporte relevante al desarrollo y prestigio de la medicina nacional, en ámbitos como la clínica, la salud pública, la docencia universitaria, la administración académica o la investigación. Al mismo tiempo, se pretende que sea un símbolo que signifique y estimule la excelencia médica en el país. El premio se otorga cada dos años. Consiste en un diploma, una medalla recordatoria y un monto de dinero. El reglamento respectivo establece que el médico premiado es elegido por un jurado integrado por siete miembros: los presidentes en ejercicio de la Academia Chilena de Medicina, de la Asociación de Sociedades Científicas Médicas de Chile, de la ASOFAMECH y del Colegio Médico de Chile, dos presidentes de sociedades médicas científicas y el último galardonado con el Premio Nacional de Medicina. Médicos premiados Desde su creación, el Premio Nacional de Medicina ha sido otorgado a los doctores Julio Meneghello, Helmut Jaeger y Alejandro Goic. Julio Meneghello Rivera. Premio Nacional de Medicina 2002, decidido con la unanimidad del jurado presidido por el doctor Rodolfo Armas Merino, presidente de ASOCIMED, e integrado además por los doctores: Mirtha Cifuentes, presidente de la Sociedad Chilena de Dermatología y Venereología; Juan Luis Castro, presidente del Colegio Médico de Chile A.G.; Jorge Las Heras, presidente de ASOFAMECH; Victorino Farga, representante de la Academia de Medicina; Cristián Miranda, presidente de la Sociedad Chilena de Obstetricia y Ginecología, y Alberto Teke, presidente de la Sociedad Médica de Medicina Legal de Chile. Entre los antecedentes del doctor Meneghello tomados en cuenta en esa ocasión destacan los siguientes: profesor de Pediatría de pregrado y posgrado. Formador de innumerables pediatras para Chile y 17 países de América, transmitiéndoles una misión que conjuga el trabajo clínico con la labor social. Editor de revistas de la especialidad y del libro Pediatría, recomendado por la Oficina Sanitaria Panamericana como texto para Latinoamérica (23). Helmut Jaeger Lunecke (1917-2006). Profesor de la Universidad de Chile, cirujano infantil con trayectorias iniciales en las ramas de traumatología y ortopedia, urología y neurocirugía (24). Premio Nacional de Medicina 2004, otorgado por unanimidad por el jurado presidido por el Dr. Octavio Henríquez, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Concepción y presidente de ASOFAMECH. Formaron parte del jurado los doctores: Rodolfo Armas Merino,

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presidente de ASOCIMED; Juan Luis Castro, presidente del Colegio Médico de Chile; Colomba Norero en representación del Presidente de la Academia Chilena de Medicina; Augusto León, presidente de la Sociedad de Cirujanos de Chile; Rodrigo Donoso, presidente de la Sociedad Chilena de Oftalmología, y Antonio Vukusic, presidente de la Sociedad Chilena de Nefrología. Se excusó de asistir el Dr. Julio Meneghello por razones de salud. El jurado valoró en la trayectoria del Dr. Jaeger su condición de creador e impulsor del desarrollo de la Cirugía Cardíaca Infantil en Chile, su rol de formador de generaciones de especialistas en esta disciplina, su destacado trabajo clínico asistencial en el Hospital Luis Calvo Mackenna, su visionaria creación de la Sociedad Salvémosle el Corazón al Niño (SALVECOR), así como sus condiciones humanas y vocación de servicio (25). Alejandro Goic Goic. Recibió el premio Nacional de Medicina 2006, discernido por un jurado integrado por los doctores: Juan Luis Castro, Presidente del Colegio Médico de Chile; Ricardo Cruz-Coke, representante del Presidente de la Academia Chilena de Medicina; Octavio Enríquez, Presidente de la ASOFAMECH; Andrés Heerlein, en representación del Presidente de la ASOCIMED; Maritza Rahal, Presidenta de la Sociedad Chilena de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello; Antonio Valenzuela, Presidente de la Sociedad Chilena de Urología, y Renato Verdugo, Presidente de la Sociedad Chilena de Neurología, Psiquiatría y Neurocirugía (26). Profesor de la Universidad de Chile, médico, educador y humanista el doctor Goic ha destacado en campos tan diversos como la práctica de la medicina interna y la gastroenterología, la formación de médicos, la investigación médica, el estudio y difusión de la ética clínica, la administración académica superior y la comunicación científica (27, 28). Los médicos galardonados y la Historia Junto con su contribución a la ciencia y la medicina, someramente enumerada más arriba, algunos de los médicos premiados se han interesado y dedicado parte de su quehacer a la crónica y la historiografía, como se aprecia en los siguientes ejemplos. Alejandro Lipschütz relataba que en su juventud su primer amor “fueron las ciencias sociales… La ciencia social, e incluso la historia, cuando es tratada de modo igual que las ciencias naturales llamadas exactas, es arma para vivir y arma para luchar. En este modo de pensar pude escribir… mi testamento americanista, o indoamericano, resumido en mi libro que se llama El problema racial en la conquista de América y el Mestizaje” (29). En dicha obra, con abundante apoyo documental, entrega su punto de vista analizando los complejos fenómenos antropológicos e ideológicos de la conquista española y del mestizaje en la América hispana (30). Entre los varios escritos en libros y artículos sobre personajes y temas étnicos y políticos, contribuye a la historiografía de la medicina un libro editado en 1958, en el cual el Dr. Lipschütz hace un retrato de Ivan Pavlov, Sigmund Freud y Albert Schweitzer (31). Entre los múltiples intereses de Alfonso Asenjo, la Historia figuraba en lugar destacado. En 1967 fue elegido presidente de la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina (32). Su libro de Técnicas Neuroquirúrgicas se inicia con un capítulo en que compendia la historia de la especialidad, empezando con los avances logrados en los primeros decenios del siglo XX, para luego referirse en forma retrospectiva a la Época moderna, el Renacimiento, la Edad Media y la Antigüedad (33). Escribió varios artículos sobre personajes de la Medicina, como Daniel Alcides Carrión, Joaquín Luco, Max Westenhöfer y Pío del Río Hortega (34 ). En su trabajo sobre Bernardo O’Higgins, redactado con la colaboración de Víctor Corbalán, se comentan aspectos importantes de la vida y educación del personaje que influyeron en su personalidad, para después referirse a las heridas sufridas y sus complicaciones, las enfermedades que lo aquejaron desde la fiebre amarilla en la juventud hasta la cardiopatía que probablemente desencadenó su deceso, y el impacto psicológico que le causaban dichos males (35).

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En la trayectoria del doctor Alejandro Goic figuran múltiples puntos de contacto con el estudio y registro del acaecer histórico. En efecto, bajo su decanato, en 1987 las colecciones del Museo de Medicina, dependiente del Servicio Nacional de Salud, fueron traspasadas en comodato a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile (36), reuniéndose así el valioso material patrimonial de ambas instituciones en el Museo Nacional de Medicina Dr. Enrique Laval. En 2005 la Academia de Medicina de Chile, presidida por el doctor Goic, estimuló la reactivación de nuestra Sociedad Chilena de Historia de la Medicina, transmitiéndole la responsabilidad de continuar la organización de las Jornadas de Medicina, que en el período de receso había asumido la Academia. La oportunidad fue propicia para que Goic, en la inauguración de la Jornada del año pasado, expusiera el desarrollo académico de la Historia de la Medicina en Chile, desde los apuntes para la historia de la enseñanza médica, publicados en 1860 por el doctor Miguel Semir, hasta los autores más recientes y la enseñanza actual de la disciplina en las Facultades de Medicina (37). En su Ensayo sobre la Educación Médica en Chile (1933-1990). Entre la autonomía y la intervención publicado en 1992 (38), el doctor Goic enumera los logros de la medicina chilena desde 1833 hasta la fundación de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Luego reseña algunos hitos que influyeron significativamente en su desarrollo, como la reforma de los estudios médicos de 1944; la creación de la Escuela de Salubridad en el mismo año, el Servicio Nacional de Salud en 1952, la Escuela de Graduados de la Universidad de Chile en 1954; la constitución de la Asociación de Facultades de Medicina en 1962, la fundación de la Academia de Medicina del Instituto de Chile en 1964. Finalmente el autor analiza críticamente la reforma universitaria (1967-1968), la intervención militar de las universidades en 1973 y la promulgación de la ley de universidades en 1981. En el libro Grandes médicos humanistas publicado en 2004, Goic indaga en el perfil de médicos que junto a su acción técnica específica han promovido el respeto al paciente como una persona dotada de inteligencia, dignidad, intimidad y libertad; han estimulado este perfeccionamiento espiritual y moral y, en cuanto miembros de la comunidad, han contribuido a hacer al hombre “más verdaderamente humano” (39). Desde esta perspectiva, el autor analiza la vida, el pensamiento y el contexto histórico de ocho personajes que considera genuinos representantes de ese paradigma, desde el médico griego del siglo IV a. C., personificado en Hipócrates, con los atributos del clínico que profesaba valores éticos aún vigentes hoy, hasta líderes morales del siglo XX, como Albert Schweitzer y su lema de la reverencia por la vida como base verdadera y efectiva para un mundo civilizado, y Víctor Frankl, cuyos sufrimientos como prisionero de guerra lo condujeron a la formulación de que no hay nada en el mundo capaz de ayudarnos a sobrevivir, aun en las peores condiciones, como el hecho de saber que la vida tiene un sentido, y es imperativo encontrarlo y vivirlo. En Grandes Médicos Humanistas Goic profundiza, pues, su opción personal por la relación médico-paciente y su dimensión ética, descubriéndonos ejemplos propuestos por la Historia. Más allá de las contribuciones de estos tres autores a los estudios históricos médicos, la obra de los diez médicos galardonados con Premios Nacionales es parte de la Historia de la Medicina Chilena. Ella registra, entre otros aportes: el impacto que en su tiempo significaron sus investigaciones; la fundación de disciplinas, cátedras, institutos o sociedades científicas de relevante influencia en nuestro país; el aporte a la formación de médicos en la clínica, el laboratorio, los textos de estudio o la edición de revistas científicas, y la participación en la formulación y aplicación de políticas que promovieron el progreso de la enseñanza médica y de la salud pública. Ignacio Duarte G.

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Artículos Originales

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Vacunación forzosa versus libertades individuales: la controversia parlamentaria en torno al proyecto de Ramón Allende Padín. 1876-1882 Felipe Urtubia L.1

Este trabajo presenta una perspectiva referente a la pugna que surgió en el Parlamento de Chile en 1876 con motivo de la presentación de un proyecto de vacunación obligatoria, nacido bajo el auspicio del entonces diputado y médico radical Ramón Allende Padín, quien al momento de hacer pública su idea recibió un aplastante rechazo de parte de los parlamentarios. Las razones expuestas por estos últimos estaban basadas fundamentalmente en la concepción liberal de la época: una vacunación obligatoria restringiría las libertades propias del individuo, por lo que era imposible aceptarla. Allende Padín, por su parte, apelaba a la realidad del país para aplicar tal medida, pues la viruela causaba estragos en la población y hasta la fecha no existían iniciativas certeras de parte del gobierno para solucionar este mal. Pese a que a fin de cuentas el proyecto de ley terminó siendo negado, este ensayo intenta en definitiva analizar los debates parlamentarios en torno a la cuestión planteada, haciendo resaltar la problemática de la salud pública en la época y su descuido de parte del gobierno por una cuestión de ideología, mostrándose este último intransigente frente a un asunto que afectaba a la comunidad en su conjunto. Palabras clave: Ramón Allende Padín – vacunación – viruela – epidemia – controversia parlamentaria – proyecto de ley.

Obligatory vaccination versus individual freedom: parliamentary controversy on Ramón Allende Padín’s project. 1876-1882 This paper presents a perspective of the controversy risen in the Chilean Parliament in 1876 due to the presentation of an obligatory vaccination project, under the sponsorship of doctor Ramón Allende Padín, who was affiliated with the Radical Party and, at that time a member of Congress. When he made public his idea, he received an overwhelming rejection by congressmen. The reasons they exposed were mainly founded on a liberal conception: a mandatory vaccination would restrict the individual’s own freedom, so it was impossible to accept. Allende Padín, based his proposal on the real Chilean situation, since smallpox was damaging the population and up to that date there were no effective official initiatives to tackle this disease. Despite the fact that finally the project of law didn’t go through, this paper attempts to analyze the debates at the Parliament, highlighting a public health problem of that time: the Government had neglected public health issues on the grounds of ideology, being inflexible regarding a matter that affected the community as a whole. Key words: Ramón Allende Padín – vaccination – smallpox – epidemic - parliamentary controversy – project of law.

Introducción Aquel proyecto está firmado por el Honorable señor Allende, i en él se proponía que la vacunacion fuese forzosa; pero despues de estudiada un poco la cuestion, el Honorable 1



Licenciado en Historia. Correo electrónico: [email protected]

señor Allende comprendió que buscando lo mejor íbamos a quedar en nada, porque la Cámara no aceptaria la base del proyecto orijinal Diputado Justo Arteaga Alemparte, 1880

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Los estragos de la viruela no son nada en comparacion de los que puede producir esa otra plaga que se designa con el nombre de autoritarismo Diputado Ricardo Letelier, 1882

El liberalismo decimonónico persiguió claras metas en el contexto político-ideológico chileno. Entre sus premisas existía la búsqueda de la libertad individual por sobre todo tipo de autoritarismo impuesto desde arriba, hecho que llevó a la clase política del país a oponerse a una serie de reformas cuyo cariz resultase en cierta medida arbitrario o restrictivo del libre albedrío de los individuos. En este sentido, una de estas propuestas que encontró férrea oposición en el parlamento fue el proyecto de vacunación obligatoria del médico y diputado Ramón Allende Padín, quien pretendía hacer legalmente extensiva la vacuna contra la viruela a lo largo del país, de forma obligatoria y reglamentada. La postura de la gran mayoría de los diputados fue clara: tal ley pasaba a llevar las libertades fundamentales del individuo, dándole además un inmenso poder al Estado y en gran medida a su primer mandatario. Los intentos de Allende Padín por lograr la aprobación del proyecto, lo empujaron a elaborar una ley que destacaba por su corte moderado, limitando la vacunación forzosa sólo a quienes pertenecían a las diversas entidades del Estado, tales como las escuelas públicas, los asilos o los hospitales, con la finalidad de no pasar a llevar la libertad de todos los habitantes del país. La controversia, en suma, se reducía a dos concepciones divergentes de ver el problema: por una parte, está la postura de la gran mayoría de los médicos y de aquellos parlamentarios que conocían de cerca las precarias condiciones de sanidad en Chile, quienes en conjunto argumentaban que el proyecto de ley, bajo su cariz moderado, lograría suministrar gradualmente un eficaz método para combatir el flagelo de la viruela y las sucesivas epidemias que acechaban al país. Por otro lado, existía la facción más intransigente del liberalismo, la cual rechazaba de plano cualquier intento de darle al Estado un poder mayor que restringiera las libertades individuales, aun si este resorte de poder fuese en beneficio de los afectados por el mal de la viruela.

El problema se volvió más complejo aun cuando el moderado proyecto logró ser aprobado por los diputados y pasó al Senado, pues fue aquí donde más duramente se le criticó por no expandir la vacuna a la nación en su totalidad, llegando a ser calificado de excluyente y tímido en su alcance. Por lo tanto, la ley fue drásticamente modificada en vistas de ampliar su radio de acción, lográndose el original propósito de Ramón Allende Padín de extender la vacuna a todos los pueblos del país. Sin embargo, una vez devuelto el proyecto a la Cámara de Diputados, se volvió otra vez a criticar el punto principal de la controversia, condenándolo como atentatorio de las libertades individuales y siendo definitivamente rechazado por su carácter autoritario. La finalidad de este ensayo es analizar la implicancia ideológica que puede llegar a tener un proyecto de ley relacionado con la salud pública, estableciendo los diversos puntos de vista que al respecto se generaron en el debate. Si bien nos centraremos en la controversia política y en el cariz doctrinario del asunto, no debemos dejar de lado la finalidad fundamental de la ley de vacunación: hacer de la salud un tema que ataña al Estado, asumiendo a este último como un ente rector de la llamada beneficencia, la cual hasta entonces tuvo como particularidad ser una entidad de carácter más bien privado, sostenido en gran medida por la caridad y por pequeñas contribuciones del gobierno (1). Las fuentes usadas serán las sesiones de la Cámara de Diputados entre 1876 y 1882 y las sesiones del Senado desde 1880 hasta 1882, eligiéndose tales documentos por la riqueza que poseen en materia controversial e ideológica, siendo por otro lado las Cámaras del parlamento las protagonistas principales del debate en torno a la ley propuesta por Allende Padín. Comenzaremos por dar un breve prontuario del creador de la ley, proporcionando un análisis del proyecto y de sus originales propósitos. Luego entraremos de lleno al debate ideológico-político que la ley genera en la Cámara de Diputados, para pasar posteriormente a tratar los fundamentales cambios que a la ley se le hacen en miras de expandir la vacuna a todo el territorio nacional. En el cuarto y último apartado veremos el definitivo rechazo que el proyecto tuvo al volver a ser tratado por los diputados, quedando definitivamente descar-

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tada la idea de hacer legal el establecimiento de la vacuna en el país. Como consideración final, evaluaremos en general la discusión que en el congreso se generó, resaltando la importancia que el proyecto tuvo, puesto que si bien no llegó a buen término, reavivó una de las principales controversias de la clase política chilena del siglo XIX: la discusión en torno a las libertades fundamentales del individuo y el margen de acción que el Estado poseía para pasarlas a llevar en finalidad del bien común y público.

Ramón Allende Padín y el proyecto de ley de vacunación forzosa Ramón Allende Padín nació en Valparaíso, en 1845, estudió en su adolescencia en el Liceo de Valparaíso y en el Instituto Nacional y se tituló posteriormente de médico-cirujano en la Universidad de Chile el 20 de junio de 1865. Su partido político era el Radical, y por su credo era miembro de la Masonería, llegando incluso a ser Serenísimo Gran Maestre. Su ingreso activo a la política se dio en 1876, cuando pasa a pertenecer a la Cámara de Diputados representando a Santiago (2). Fue en este mismo año cuando presentó en el parlamento, junto a otros médicos, la original idea de la extensión de la vacuna en todo el país, no como un proyecto de ley, sino como una simple presentación en forma de solicitud, enfocada a aminorar los estragos que producían las sucesivas epidemias de viruela acaecidas en Chile (3): Haciendo uso del derecho que la constitucion nos concede, los infrascritos venimos a solicitar del ilustre criterio de vuestra Soberanía, la adopción de una medida de altísimo interes, que tiende a evitar el desborde de los cementerios, la repeticion de un mal publico que arrebata numerosos brazos del servicio de nuestros campos i de nuestras nacientes industrias, que hace jemir en la horfandad a numerosas familias i que es grave desdoro para el estado de civilizacion que hemos alcanzado. La viruela […] ha dado en hacer su periódica aparicion en estos últimos años flajelando con tal fuerza a las poblaciones que bien puede asegurarse que no lo haria

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mas el cólera asiático. I por desgracia, el poder mortífero de la viruela ha crecido con cada epidemia. Así, la de 1864 hizo menos victimas que la de 1872, durante la cual murió el 48 por ciento de los asilados en los lazaretos, siendo mayor todavía la epidemia que en la actualidad aflije a la capital de la República. Urje, pues, poner remedio a tamaño mal.

Luego de presentar el problema, el conjunto de médicos pasa a exponer la solución al flagelo causado por la viruela (4): Ese remedio consiste en la mas extensa difusion de la vacuna, como el mas seguro i fiel de los preservativos de la viruela. Puede asegurarse, i la práctica lo ha confirmado, que donde las vacunaciones i revacunaciones se han hecho en tiempo oportuno, las epidemias de viruela no solamente se han detenido sino que tambien se ha conseguido la mas completa inmunidad para los vacunados. Los médicos de todo el orbe civilizado están de acuerdo en este punto. I las naciones mas adelantadas del viejo continente han adoptado la vacunacion obligatoria para atenuar los mortíferos estragos.

Se nota la influencia de la legislación europea en esta materia, de hecho, sólo un par de años antes la vacunación obligatoria se había aprobado en Alemania. No obstante, además del contexto internacional, los médicos recalcan el hecho de que las sucesivas epidemias de viruela han causado estragos en el país, y desde su postura científica reclaman como solución eficaz la extensión de la vacuna. Fue en 1877 cuando Ramón Allende Padín, en su calidad de diputado, presentó su ley de “Jeneralización de la Vacuna”, solicitando que se formara una comisión que estudiara tal proyecto. Allende Padín tenía claro el hecho de que si deseaba lograr la aprobación de su idea, necesitaba contentar a una buena mayoría de la Cámara que se opondría a una ley considerada atentatoria de las libertades individuales, por lo que aceptó sin problemas que en la comisión estuvieran presentes diputados que no transaban con el derecho a la libertad, entre ellos Zorobabel Rodríguez, un perteneciente al Partido Conservador, pero en

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el fondo un liberal si se trataba de asuntos de derechos del individuo. Producto del estudio de esta comisión surgió el proyecto definitivo el cual debió sufrir ciertas moderaciones para que no tuviese un cariz autoritario. En las palabras del mismo diputado Rodríguez, vemos la expresión casi general que en la Cámara Baja había sobre el proyecto: “Creímos encontrar en la vacunación forzosa un ataque a la libertad individual […] pero aceptaría el proyecto con algunas modificaciones” (5). La ley extensiva de la vacuna perseguía fundamentalmente dos objetivos: propagar la vacunación de manera legal y reformar la junta de vacuna, creando una oficina de vacunación centralizada que regulase la eficaz extensión de la inoculación (6). Para efectos de nuestro trabajo, el primer punto es fundamental, puesto que fue el de mayor motivo de controversias y aplazamientos de la ley, generando páginas de discusión en la redacción de las sesiones parlamentarias. El primer y quinto artículo del proyecto original daban en conjunto la pauta de lo que sería una moderada forma de extender la vacuna por el país, pero en las palabras de Ramón Allende Padín vemos la grave necesidad de ampliar las facultades del Estado en aras del bien común (7): Pensando que el Estado debe tener i que tiene perfecto derecho –en nombre de la libertad i su salvaguardia– de velar por sus asociados i de evitar toda causa tendente a su destruccion, cualquiera que sea por otra parte la naturaleza de la causa, tengo el honor de someter a vuestra deliberacion e ilustrado criterio el siguiente proyecto referente a la vulgarizacion de la vacuna en todo el pais: PROYECTO DE JENERALIZACION DE LA VACUNA Art. 1.º De la fecha en tres meses se hará efectiva la propagacion de la vacuna a todos los pueblos de la República. […] Art. 5.º La vacunacion será obligatoria para todo individuo, sin distincion alguna, que ingrese en las escuelas, colegios, liceos, escuelas especiales, universidades pensionadas, asilos dependientes del Estado o privados; para las tropas de mar i tierra, de línea i guardias nacionales. Se hará efectiva en los presidios, cárceles, penitenciarias; en los hospitales i

hospicios civiles y militares; en los conventos de ámbos sexos i casas de recoleccion. Tambien se hará estensiva a todos los establecimientos de educacion libre, exijiendo la presentacion de papeletas en las visitas de salubridad a que tiene obligacion de sujetarse. Toda contravencion o resistencia será penada con multas o pesos que fijarán decretos especiales.

Los siguientes artículos apuntaban a disposiciones en relación con la organización de la Oficina central de Vacuna, y sus fundamentos no fueron modificados en gran medida en la discusión parlamentaria. Pero en lo que atañe a los artículos expuestos arriba, el proyecto levantó un extenso debate entre quienes insistían en las autoritarias disposiciones de la ley y aquellos que veían en esta tímida ordenanza una consensuada salida al mal de la viruela. Allende Padín, si bien fue el creador de esta ley, nunca estuvo muy convencido de su corto alcance, puesto que para él sólo una extensa propagación de la vacuna podría poner rápidamente término a los estragos de la viruela. Así lo reconoció abiertamente en el debate, dejando claro que su finalidad nunca ha sido pasar a llevar las libertades individuales: Pero yo, por respeto a la libertad de los individuos, como se le entiende en esta tierra por muchos, me he contentado con conseguir algo (8).

Allende aún no sabía que lo poco conseguido se acrecentaría enormemente, cuando, en su condición de senador suplente por Atacama, tendría en la Cámara Alta la oportunidad de ampliar las facultades de la ley para todos los habitantes de la República, mediante los cambios hechos junto a Benjamín Vicuña Mackenna, hecho que veremos más adelante en el apartado tercero. El debate ideológico frente al proyecto en la Cámara de Diputados En la concepción liberal de la época, el individuo racional debía tener plena facultad para decidir por su cuenta sobre sus decisiones y acciones, evitando todo tipo de mandato supremo que le impusiera reglas que pasaran a llevar tal

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derecho. Los dioses del progreso y la ciencia –según se pensaba– elevaban las capacidades del espíritu humano a límites inalcanzables, en un proceso de perfeccionamiento sin fin, en el cual la libertad iba de la mano con la evolución de los hombres. En este sentido, los liberales de la segunda mitad del siglo XIX intentaron delimitar las amplias atribuciones del Estado, por ser un ente en gran medida autoritario, en donde el presidente tenía facultades de un déspota. Todo intento de coartación de la libertad por parte del Estado estaba vedado, por lo tanto debía ser rechazado de plano, tal como pasó en un principio con el proyecto de ley de Allende Padín. Para la facción más dura de los liberales, el inicio de la discusión particular del proyecto, en las sesiones “estraordinarias” de 1878, significó el comienzo de una serie de medidas tendientes a evitar la aprobación del proyecto, teniendo como trasfondo el carácter atentatorio de esta ley en contra de las libertades individuales, pero usando otros métodos para tardar el envío de la idea al Senado. El diputado Jiménez, por ejemplo, pese al respaldo que el proyecto de Allende tenía por parte de la Facultad de Medicina, exige antecedentes que corroboren la aprobación científica de la idea, pidiendo además el punto de vista administrativo de la Junta de Vacuna (9). La petición y el despacho de los documentos demorarían demasiado tiempo, por lo que fue interpelado por el diputado Justo Arteaga Alemparte para que desistiera de su terca demanda. Este último parlamentario destacó entre quienes defendieron el proyecto con más fuerza, insistiendo en el hecho de que la inoculación no era forzosa, sino que la idea era una simple propagación de la vacuna. La indicación de Jiménez terminó siendo rechazada; pero ejemplifica un intento de aplazar lo que consideraban un resorte más de poder para un Estado considerado abiertamente autoritario. El artículo primero, la base del proyecto, logró ser aprobado con pequeñas modificaciones, no obstante, aún persistieron voces contrarias a la ley de Allende Padín, las cuales en su negativa buscaron razones ideológicas para frenar la extensión de la vacuna, tal como lo hizo el diputado Fabrés: “Esta lei, léjos de ser liberal, se encuentra en el estremo opuesto i contrario a los principios de igualdad, de libertad i de justicia. Se dice que todos somos

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iguales ante la lei, i sin embargo, se quiere hacer diferencia entre ciertas clases de ciudadanos. ¿Es esto una lei de libertad?” (10). Fabrés, sin embargo, no pensaba que para cualquiera era claro que la ley no era igualitaria, algo que los mismos reformadores del proyecto en el Senado posteriormente reconocerían al momento de ampliar las facultades de la ley para toda la población del país. Las oposiciones a la ley tuvieron, sin embargo, sus frutos, puesto que el debate se dilató lo bastante en la discusión de sus artículos, pasando más de un año sin que se considerase su legislación. Ya en 1880, el debate fue retomado, siendo criticado el proyecto por su tímido cariz, con el fundamento de que la imposición de la ley no cambiaría nada en absoluto, puesto que hasta la fecha ya existía cierta propagación de la inoculación gracias al trabajo de la Junta de vacuna. No obstante, en el caso del diputado Rojas, estas críticas suelen ser constructivas, pues añade la idea de los defensores del proyecto, aquella que no veía a la ley como atentatoria de la libertad individual (11): Si nos limitamos a aprobar los artículos en discusion, nada habremos avanzado, quedaremos reducidos al estado actual […] El número de defunciones ocasionadas por la viruela es algo que sorprende y asusta, i no queda mas camino para detenerla en su marcha constante i progresiva que la vacunación obligatoria; pero obligatoria de una manera jeneral i absoluta, para todos los habitantes de Chile, i no como existe actualmente, respecto solo de los individuos que ingresan a las escuelas, a los establecimientos penales del Estado i al Ejército. Pero, se dirá que esta lei es atentatoria de la libertad individual. Pues yo creo que apénas es una lijera traba, como tantas otras impuestas por las leyes, a que tiene que someterse todo individuo que pertenece a la sociedad, i que como tal, debe conformarse a todas las garantías con que esta asegure su conservación y desarrollo. […] las leyes, aunque importan una limitación de la libertad individual, se dictan en resguardo de los derechos i de los intereses jenerales de la sociedad que deben estar, por cierto, sobre los derechos i los intereses de los individuos. No puede, pues, decirse, sin caer en una funesta confusión de ideas, que leyes de esa especie sean contrarias a la libertad.

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Obviamente, las ideas del diputado Rojas no llegaron a buen puerto en la Cámara, siendo refutadas tanto por aquellos que defendía la libertad absoluta como por quienes, siendo realistas, apoyaban el proyecto tal y como estaba planteado. Entre estos últimos, J. Arteaga Alemparte aceptó resignadamente los términos de la ley, apelando al pragmatismo y la precaria situación en materia de recursos (12): ¿Es posible establecer entre nosotros la vacunacion forzosa que pretende el Honorable amigo el señor Rojas? Absolutamente nó. No tenemos los vacunadores necesarios para hacerla efectiva. La Comision se dijo entonces con el asentimiento del señor Allende Padín: nada de vacunacion forzosa, nada de actos de omnipotencia del Estado que conducen a nada; reforma radical de nuestra oficina de vacuna i la vacunacion como condicion indispensable para incorporarse a ciertos establecimientos del Estado, es lo único práctico, lo único aceptable en este pais.

Esta última postura fue la que definitivamente predominó, aprobándose a lo largo de las sesiones los restantes artículos del proyecto con algunas modificaciones, las cuales si bien aludían a cosas puntuales, no modificaron en su esencia a la ley, la cual mantuvo sus dos ideas fundamentales: extender la vacunación a todos aquellos que pertenezcan a los establecimientos del Estado y poner en práctica una verdadera reforma de la Oficina de vacuna. De tal manera, el oficio enviado al Senado poseía una ley que aún resaltaba por su tímido carácter y sus limitados alcances. El retoque fundamental: la ampliación de las facultades de la ley en la Cámara de Senadores Una postura diferente tomará el Senado frente a la ley de Ramón Allende Padín, puesto que si antes en la Cámara de Diputados se le criticaba a la ley por pasar a llevar las libertades fundamentales de las personas, esta vez se recalcó con creces el hecho de que la ley fuera demasiado recatada en sus pretensiones, lo que impulsó a que fuera drásticamente cambiada en lo que atañe a sus atribuciones.

Si bien el oficio de la Cámara de Diputados llegó en 1880, la ley, pese a ser aprobada de manera general el mismo año, comenzó a ser discutida de forma particular sólo en 1882; no obstante, la Cámara de Senadores demostró ser más dinámica en el debate, logrando la reformulación de los artículos del proyecto en pocas semanas. Las principales críticas del proyecto enviados por los diputados vendrán de Benjamín Vicuña Mackenna, quien no duda en oponerse a una ley de tan limitadas atribuciones (13): Pero tanto ese proyecto primordial como el que pende ante el Senado, adolecen de dos efectos capitales. En primer lugar, son tímidos en su alcance porque en vez de abarazar [sic] la regla jeneral de la vacunacion, establecen ámbos las escepciones, es decir, crean las categorías que deben vacunarse, que son poquísimas i escluyen a la gran masa de la nacion, que es precisamente la que clama por el remedio. […] la lei que se discute haciendo obligatoria la vacunacion para las escuelas, los asilos, cuarteles, etc. estiende su proteccion a ochenta o cien mil habitantes i deshereda de hecho a dos millones, porque es evidente que los que no se declaran de forzosa vacunacion se ampararán en la lei i no se vacunarán. Porque entiéndase que esta lei se dicta no para los que tenemos conciencia de nuestros actos, de nuestros derechos i de nuestros intereses, sino para la inmensa masa desvalida i desigual del pais que casi no sabe discernir entre la vida i la muerte i en la jeneralidad de los casos se decide estóicamente por la última.

Los argumentos de Vicuña Mackenna fueron de peso en la Cámara Alta, puesto que en sus postulados vemos una manera práctica y realista de ver el asunto, dejando fuera todo tipo de idealismo que se encamine, por ejemplo, a la terca defensa de la libertad del individuo por sobre el bien común de la sociedad (14): Aceptemos, pues, la teoría i la práctica de todos los paises adelantados, de todos los hombres prácticos i dejemos a los soñadores en su dulce sueño miéntras llega la hora de que álguien ponga a su puerta un lazareto que le sirva de cartilla i de enseñanza […]

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No establezcamos escepciones. Creemos una lei jeneral i universal de salvacion, i en este sentido propongo sustituir el complicado proyecto de lei en discusion por uno que es harto mas sencillo, que no puede ser cabal sino cuando tengamos la base del rejistro civil, necesidad diaria, primordial i casera de la República, pero que siquiera nos ayudará a salvar en el porvenir la mitad de las víctimas que hoi se traga la santa libertad de morir i de matar disfrazada en lazareto.

La influencia del senador por Coquimbo llevó al entonces senador suplente por Atacama, Ramón Allende Padín, a exponer sus sinceras intenciones de que la vacunación fuera extensamente obligatoria, resguardando el bien común por sobre cualquier actitud individualista (15): La esposicion hecha por el Honorable Senador por Coquimbo ha puesto de relieve el deber en que nos encontramos en la época actual i atendido el grado de adelanto de la ciencia, de sostener la necesidad imprescindible de establecer la vacunacion obligatoria como una lei de la República. En los primeros tiempos, señor Presidente, al discutirse este asunto, pudo creerse por algunos representantes del Congreso que en esta obligacion habia un ataque injustificable a la libertad individual, i esta teoría fué el caballo de batalla con que se hizo oposicion en la Cámara de Diputados al proyecto a que ántes he aludido. Nadie allí, sin embargo, desconocia ni podia negar el hecho evidente de que la vacuna defiende i es el mejor preservativo de la viruela. Yo no entraré a sostener ni a discurrir en el campo de las teorías sociales, hasta que punto deba llegar ese respeto tan absoluto i ciego por la libertad induvidual. Creo que no debemos perder tiempo en semejante discusion. Si es verdad que nada hai mas sagrado e inviolable que la libertad individual en todas sus manifestaciones, tambien es cierto que al lado de ese principio fundamental hai otro incuestionable de las sociedades i no ménos sagrado, cual es, que el uso de esa libertad ha de existir, sin perjuicio de tercero, de tal manera que, considerado el hombre como formando parte de una sociedad colectiva, su derecho debe estar limitado por el de los demas.

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Tal es la limitacion natural que la libertad tiene i que todos reconocen […] Convengo, señor Presidente, en que el respeto a la libertad debe ser absoluto, pero no hasta el punto que puede sustentarse con justicia contra los intereses jenerales de la localidad, puestos bajo la lata proteccion del Estado. Este derecho i este deber del Estado se hace positivo cuando por el uso de la libertad individual se vulneran los intereses de la comunidad I bien, no otra cosa, a mi juicio, va hacer el proyecto en debate.

Allende Padín llega al meollo del asunto: se debe hacer el sacrificio de limitar en cierto grado las libertades individuales, en aras de favorecer a la sociedad en su conjunto, no como una medida atentatoria que intente malvadamente aumentar los poderes del Estado, sino como una práctica salida al grave flagelo provocado por la viruela. El ahora senador por Atacama reconoce que existirá ciertamente un pequeño freno al libre albedrío, no obstante, afirma sinceramente que esa fue siempre su causa, y que si no había podido establecer antes un proyecto de vacunación de tal magnitud fue por las ya mencionadas trabas que encontró en la Cámara de Diputados (16): Debo recordar al Senado que los mismos distinguidos escritores que impugnaron en jeneral la vacunacion obligatoria por creerla atentatoria a la libertad individual, fueron los que en la Comision especial, con otros señores Diputados, formularon el proyecto que sirvió de base a la Cámara de Diputados. Ese proyecto, pues, fue el resultado casi de una transaccion. I tuve que conformarme con lo mas que se pudo conseguir, pero naturalmente no quedé satisfecho como para haberlo entendido el señor Senador por Coquimbo.

La situación, no obstante, era ahora distinta. Con un amplio apoyo de la Cámara Alta, se procedió a nombrar una comisión que formulase los nuevos artículos a la ley, destacándose una vez más el primero por ser el fundamento de todo lo posterior: “Art. 1.º Declárase la vacunacion obligatoria para todos los habitantes de la República”.

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Esta vez, no había moderación ni exclusión, los artículos expresaban la más pronta necesidad de extender la vacuna a todos sin excepción, bajo una declaración simple y directa. Este artículo fue aprobado por 23 votos contra 3, siendo la mayoría de los siguientes aprobados de forma unánime. Volvía así un remozado proyecto a la Cámara de Diputados, con amplias facultades que terminarán siendo criticadas en tal medida, que el proyecto será finalmente desechado en su regreso a la Cámara Baja, situación que veremos en el siguiente capítulo.

Crítica y negación: el definitivo rechazo del proyecto en la Cámara baja Las fuertes convicciones del liberalismo en la Cámara de Diputados fueron traba certera para el corregido proyecto que la Cámara Alta envió. Ni siquiera bastaron las insistentes peticiones de un médico de renombre, Adolfo Murillo, para que la ley fuera aprobada tal como estaba (17): En nombre de la humanidad, en nombre de la ciencia de que soi humilde representante, en nombre de mis colegas aquí reunidos, en amparo de la ignorancia que se mete y que mata, en nombre de la civilizacion que nos acusa por los estragos de un mal que tiene reconocido remedio, pido a la Honorable Cámara se sirva aprobar el proyecto que nos ha sido enviado por el Honorable Senado, porque es mas lato, mas eficaz, mas constitucional, i responde mejor a nuestras necesidades patológicas. Estamos colocados en una situacion en que, o se suprime la viruela, o se acepta la mas ámplia vacunacion obligatoria. El prudente despotismo de la lanceta es nuestra única i verdadera salvacion.

Lamentablemente, el “prudente despotismo de la lanceta” fue considerado demasiado arbitrario como para ser puesto en práctica, imponiéndose fundamentos tales como el del diputado Ricardo Letelier, quien apelaba por sobre todo a la libertad del individuo (18): Entre los dos proyectos, opto por el de la Cámara de Diputados, porque considero esta cuestion bajo el punto de vista de la

libertad individual. Creo que no debemos apoyar con nuestros votos un proyecto de lei que no tiene otro objeto que el de implantar entre nosotros el réjimen autoritario. Nos vamos inclinando mucho a dar a la autoridad una suma de poder inmenso y si nos fijamos en que la autoridad, entre nosotros, es en buenas cuentas nada mas que el Presidente de la República, el caso merece meditarse. Todo lo que tiende a dar al Gobierno mas autoridad que la que confieren las leyes, para mí es de todo punto inaceptable. A este respecto yo abrigo la conviccion de que conviene que la autoridad no ejerza sus funciones sino en lo estrictamente indispensable; que se deje a los individuos toda la libertad posible i que se les restrinja esa libertad solo en lo que sea indispensable.

Antes de ponerse en votación el relevante artículo primero, el diputado Letelier prosigue con sus argumentos liberales, yéndose en contra de los mismos preceptos científicos por ir de la mano con un autoritarismo de Estado. Vemos cómo la ciencia, la cual en la época era un verdadero resorte del progreso, es combatida por los efectos ideológicos y políticos que puede tener en la sociedad, en una suerte de interpretación del conocimiento científico como una mera búsqueda de la verdad (19): Pero el transcurso de los siglos, señor Presidente, ha venido a manifestar que la ciencia que ha buscado el apoyo de la autoridad, ha sido falsa ciencia, i que la verdadera ciencia está segura del triunfo con el convencimiento que tiene de estar en la verdad […] Esta entidad que se llama Estado, cuerpo social, o como quiera llamársele, es suseptible no solo de una, sino de muchas enfermedades. Los estragos de la viruela no son nada en comparacion de los que puede producir esa otra plaga que se designa con el nombre de autoritarismo. Cuando la autoridad quiere injerirse en aquello que no es propiamente de su incumbencia, la libertad i la iniciativa individual desaparecen, i con ellas la base i el jérmen de todo progreso.

Esta extrema postura que llega a subordinar la catástrofe de la viruela a una búsqueda de

F. Urtubia / Vacunación forzosa versus libertades individuales (1876-1882)

la libertad individual, será la que termine por imponerse en la Cámara Baja, en un acto de oposición ideológica-política a cualquier intento de darle al Estado alguna atribución que realce sus ya reforzados poderes. En el fondo, la batalla no es contra la vacuna en sí, pues todos están de acuerdo en que puede ser un beneficio para los más desposeídos, sino que la guerra va en contra del autoritarismo del Ejecutivo, en una búsqueda de frenar sus extendidas facultades en aras de generar un equilibrio en donde el Parlamento tuviera una parte importante del poder. Este sentimiento, presente en gran medida en la Cámara Baja, quedó patente al momento de ser votado el primer y más importante artículo del remozado proyecto de Allende Padín: bajo una votación nominal, el artículo fue rechazado con una aplastante mayoría de 56 votos por la negativa, por sobre los 12 votos que aprobaban la idea. Una vez desechado el artículo, los posteriores preceptos de la ley ya no tenían razón de ser, pues habían perdido el pilar fundamental que los sostenía, ya que al eliminarse la “vacunacion obligatoria para todos los habitantes de la Republica”, no tenía sentido seguir discutiendo en el vacío los posteriores artículos del proyecto. Es por ello que estos últimos serían sucesivamente rechazados por mayorías aún más elevadas, incluso llegando a la unanimidad. Este era el fin, por el momento, de un desinteresado proyecto que buscó de la mejor forma la solución a los graves males causados por la viruela, permaneciendo por extensos seis años en debate, pasando por consensos que redujeron sus facultades y luego recuperando su fortaleza para ser finalmente rechazado, tal como quedó consignado en el oficio de carácter informativo enviado al Senado por el presidente de la Cámara de Diputados (20): Santiago, julio 22 de 1882. -Esta Cámara ha tenido a bien negar su aprobacion a todos [sic] las modificaciones introducidas por el Honorable Senado en el proyecto acordado por la Honorable Cámara de diputados sobre propagacion de la vacuna. Lo que tengo el honor de comunicar a V. E. en contestacion al oficio de V. E. núm. 22, fecha 28 de junio próximo pasado. Devuelvo los antecedentes. Dios guarde V. E. – Jorje Hunneeus. – Gaspar Toro, Diputtado Secretario.

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Consideraciones finales Un intento de darle solución a las sucesivas epidemias de viruela acaecidas en el país reavivó en el parlamento una de las principales controversias del siglo XIX, generándose la oposición entre quienes buscaban ampliar las facultades del Estado en miras del bien común, y aquellos que veían en esto sólo un engrandecimiento del autoritarismo del Poder Ejecutivo, pasando a llevar los fundamentales derechos individuales. El individuo, según esta última postura, tiene un valor tal que su importancia rebasa incluso los intereses mismos de la sociedad en su conjunto, y así quedó demostrado con la tenaz oposición de los diputados liberales al proyecto de ley de Ramón Allende Padín. La perspectiva científica de este último personaje, y de los médicos en general, se veía mermada por una férrea oposición políticoideológica, cuyos preceptos podían incluso caer en una contradicción, al irse en contra de un conocimiento científico que supuestamente contribuiría a los ciudadanos a encaminarse al progreso. Es claro que en Chile la clase política que se llamaba a sí misma liberal poseía un fuerte resquemor hacia el Estado, por ser visto como un ente autoritario en donde el presidente actuaba como un verdadero déspota, dominando el país bajo sus propios y personales designios. Por lo tanto, es comprensible que la lucha haya sido tan enconada, incluso si se trataba de un debate cuyos positivos resultados beneficiarían a la población en su totalidad. En la actualidad nos parece bastante extraño que la vacunación sea objeto de tanta controversia, sobre todo si hemos sido protagonistas de sus beneficios; no obstante, en el contexto de la época tratada, más allá de la vacuna, son otros los intereses que se ponen de por medio, entre ellos la defensa de la libertad individual. Probablemente el Estado aún no estaba listo a cabalidad para considerar la salud como un tema de su real incumbencia; sin embargo, pese a las todavía numerosas voces disidentes que se oponían a toda ampliación de atribuciones del Poder Ejecutivo, faltaba muy poco para que el gobierno hiciera acciones efectivas en miras de involucrarse totalmente con la salud pública, pues el hecho quedó en gran medida consumado con la posterior administración de José Manuel Balmaceda. Si bien Allende Padín

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falleció en 1884, no alcanzando a ver en práctica la extensión de la vacuna, su legado fue fundamental para abrir las mentes de muchos políticos, propiciando un fuerte incentivo al Estado para hacerse parte en el complejo tema de la salud pública.

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Vacuna y lo precario de un orden 1820-1840. En: Cruz, N., Jaksic, I, eds. Seminario Simon Collier 2005, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 2005. 7. Sesiones ordinarias de la Cámara de Diputados en 1877, pág. 388. 8. Sesiones estraordinarias de la Cámara de Diputados en 1878, pág. 349.

REFERENCIAS Y NOTAS 1. Un análisis más completo sobre las políticas de salud que preocuparon a los médicos, así como la resistencia que encontraron las mismas entre los políticos, puede verse en Vargas JE, Los médicos y las políticas de salud, 1870-1970 (antecedentes para una historia gremial), 2002. 2. De Ramón A. Biografías de Chilenos: miembros de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. 1876-1973, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 1999, pág. 62. 3. Sesiones ordinarias de la Cámara de Diputados en 1876, pág. 53. 4. Ibíd., pág. 53.

9. Ibíd., pág. 346. 10. Ibíd., pág. 359. 11. Sesiones ordinarias de la Cámara de Diputados en 1880, págs. 38-39. 12. Sesiones ordinarias de la Cámara de Diputados en 1880, pág. 41. 13. Sesiones ordinarias de la Cámara de Senadores en 1882, pág. 46. 14. Ibíd., págs. 48-49. 15. Ibíd., pág. 49. 16. Ibíd., pág. 50. 17. Sesiones ordinarias de la Cámara de Diputados en 1882, pág. 203.

5. Sesiones estraordinarias de la Cámara de Diputados en 1878, pág. 369.

18. Ibíd., págs. 208-209.

6. Un estudio más acabado sobre la Junta de Vacuna puede verse en Onetto M. La Junta Central de

20. Sesiones ordinarias de la Cámara de Senadores en 1882, pág. 140.

19. Ibíd., pág. 271.

G. Piwonka / El Protomedicato republicano: 1819-1892

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El Protomedicato republicano: 1819-1892 Gonzalo Piwonka F.1

Existe una convicción errónea de que el Tribunal del Protomedicato en Chile fue una institución solamente colonial. En los hechos, este organismo regulador de la profesión médica y paramédica duró hasta 1876, y con limitadas atribuciones hasta 1892. Desde 1819 se intentó definir las normas que lo rigen. En 1826 se declaró extinguido, transformándolo en una Sociedad Médica, lo que no varió el contenido orgánico y las atribuciones del antiguo Protomedicato. Se pretendió darle el carácter de un gremio formado por todos los médicos recibidos y titulados y conferirle ciertas facultades para la enseñanza de sus ciencias. Dicha Sociedad no tuvo efecto práctico, pues dejó de operar en breves años, quedando supérstite en el papel hasta que Portales la abolió, en abril de 1830, restableciendo el Protomedicato “a la española”. El Tribunal del Protomedicato republicano entre 1833 y 1843 cumplió a cabalidad sus funciones; este último año pasó a depender de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, cuyo decano Lorenzo Sazié fue designado Protomédico del Estado. En las décadas de los 1840 y 1850 el Tribunal del Protomedicato centró su actividad en la regulación del ejercicio profesional de médicos, farmacéuticos y matronas. El Protomedicato como Tribunal profesional perdió las funciones judiciales con la promulgación de la ley de octubre de 1875, perviviendo sólo como institución de supervigilancia de policía médica y sanitaria hasta la dictación de la ley que creó el Consejo Superior de Higiene Pública e Instituto de Higiene en septiembre de 1892. Palabras clave: Protomedicato – Chile – Portales – Lorenzo Sazié – Universidad de Chile.

The republican Protomedicato Tribunal: 1819-1892 There is a mistaken belief that the Chilean Protomedicato Tribunal was only a Colonial institution. In fact, this organism that regulated the medical and paramedical professions lasted until 1876, and with limited attributions until 1892. Since 1819 there was an attempt to define the norms that ruled it. Being declared extinct in 1826, the Tribunal was transformed into a Medical Society, without changing the organic contents and the atributions of the old Protomedicato. This new institution was intended to be a sort of guild formed by all the professionals with a medical degree, to grant them the right to teach their scientific subjects. The Medical Society did not have a practical effect, as it stopped its operation soon, surviving on paper until Minister Portales abolished it in April 1830 and reestablished the Protomedicato according to “the Spanish way”. From 1833 to 1843 the republican Protomedicato completely fulfilled its functions. In 1843 it started depending on the Universidad de Chile’s Faculty of Medicine, whose dean Lorenzo Sazié was designed State’s Protomédico. In the 1840’s and 1850’s the Protomedicato focused its activity on the regulation of medicine, pharmacy and midwifery professional exercise. The Protomedicato as professional Tribunal lost its judicial functions with the promulgation of a law in October 1875, remaining only as an institution of surveillance of medical and sanitary policy, up to the promulgation of a law that created the Consejo Superior de Higiene Pública e Instituto de Higiene in September 1892. Key words: Protomedicato Tribunal – Chile – Portales – Lorenzo Sazié – University of Chile.

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Profesor Asociado del Departamento de Ciencias Históricas, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile. Abogado. Correo electrónico: [email protected]

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Hay una creencia –aun en historiadores profesionales y galenos ensayistas– de que el Protomedicato fue una institución solamente de la época colonial. Nada más falso y erróneo que tal limitación. En los hechos, con sus avatares, este organismo regulador de la profesión médica y paramédica dura –según algunos historiadores– hasta 1876; según Benjamín Vicuña Mackenna, incluso a 1877 y, conforme nuestro parecer, como institución de supervigilancia de policía médica y sanitaria, hasta la dictación de la ley que creó el Consejo Superior de Higiene Pública e Instituto de Higiene en septiembre de 1892 (1). El venerable Tribunal de Protomedicato fue, sin mérito a error, una institución relacionada con la salud en torno a la cual se procuró el debate, la lucha y las contradicciones –a veces no antagónicamente– entre la mentalidad renovadora de la primera mitad del Siglo XIX y el pretérito siempre presente. A nuestro entender la Independencia de Chile no se produjo tan sólo en el campo de batalla y en el de las instituciones básicas del Estado; también se dio, por cierto, en la menos llamativa de la institucionalidad jurídica, superestructura más dificultosa de fracturar que un batallón armado o una agrupación formal socioeconómica centenaria y tradicional y que conllevó un proceso menos dinámico y antitético del cambio. El rol que jugaba este instituto fue una mezcla de lo que la separación jurídico‑formal denomina “derecho público y derecho privado”, en la regulación de los derechos y obligaciones de los hombres insertos en el manejo de la salud del país. Pero las contradicciones desarrolladas en la institucionalidad toda al crearse paulatinamente una estructura “nacional” con normativas apartadas, unas veces en el fondo, otras en la forma de las del Estado Español en Indias, fueron socavando y refundando sobre nuevas bases primero las instituciones cardinales del poder político, luego las del derecho público y finalmente las reguladas para las relaciones entre los individuos. El Protomedicato fue una institución “límite”, como otras de la herencia colonial, entre estas dos últimas categorías. Por una parte, cumplió ciertas funciones públicas; por la otra, veló por el interés propio de los cultores del arte de sanar a los hombres. Es en esa disyuntiva dialéctica y dual, de cambio y de dicotomía, donde se desplegó el terreno fértil

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para el debate y lucha por la permanencia o el cambio del Protomedicato. Ya desde 1819 se intenta definir –con el objeto de cortar de raíz los abusos que se cometían en la práctica de la Medicina– qué normas eran las que regían a la corporación: si sus propios estatutos o las contenidas en la Real Cédula de Erección “i las que se han dictado posteriormente”. El Protomédico en general o su posterior directiva colegiada fueron reconvenidos varias veces por los órganos del Estado acerca de la lenidad en atender los asuntos de salud pública que las Leyes de Indias le conferían y, en particular, por abanderizarse con los propósitos e intereses de los “médicos latinos o romanistas” (provenientes de la Universidad de San Felipe), no obstante la presencia “científica europea” de su integrante Dr. Nataniel Cox. El gobierno de Freire, en plena vorágine pipiola y federalista, por Decreto del 15 de agosto de 1826, declaró extinguido –para quien escribe este artículo sólo en las apariencias– el instituto profesional, transformándolo en una “Sociedad Médica”. Rótulo “moderno”, sin duda, en cuanto societaria y científica, pero que en su esencia en nada varió el contenido orgánico y las atribuciones del antiguo Protomedicato. Lo que aconteció en realidad fue hacer de esta Sociedad un gremio decantado, formado por todos los médicos recibidos y titulados y conferirle ciertas facultades para la enseñanza de sus ciencias. No de otro modo podría explicarse que José Miguel Infante, quintaesencia del particularismo y uno de los políticos y periodistas más íntegros e idealistas de la época hasta su muerte en 1844, a los quince días de establecida la Sociedad Médica presentase una moción en el Senado, del cual era Presidente, para que “se declare vigente la Ley de Indias sobre el Protomedicato” (2). La propia Sociedad, representada por los Dres. Oliva, Blest y Morán, en oficio de septiembre de 1826 enviado al Congreso, consignó que “deseando acreditar nuestra obediencia a las autoridades constituidas… y siendo en todos los Estados privativos de la Soberanía el conocimiento sobre la innovación o estinción de los tribunales de medicina… no podemos dar un paso sin que tenga la bondad de declararnos las siguientes dudas: 1ª Si queda o no confirmada esta sociedad i sus procederes.

G. Piwonka / El Protomedicato republicano: 1819-1892

2ª Se rije (por) la observancia de su Código particular, quedando autorizada… para analizar éste i fijar sus atribuciones”. En la concepción jurídica liberal decimonónica esta petición se traduce en: si la Sociedad tiene personalidad jurídica propia o ésta debe ser otorgada por el Estado, y si el ente jurídico se rige e interpreta sus propios Estatutos o, por el contrario, es el Estado quien tiene tal facultad (3). Situación distinta a esta mera clarificación puntual orgánica estatutaria fue el debate en parte ideológico que se suscita, particularmente en la prensa, a comienzos de la década del treinta, en torno a la abolición de la Sociedad y el restablecimiento del Protomedicato. Esta polémica configuró la punta del iceberg de una lucha más profunda entre la vuelta al Despotismo Ilustrado “renovado” y las fuerzas sociales e ideas “utópicas” del cambio que centraban su quehacer en la libertad del individuo, producto de la revolución industrial europea y su colofón marginal en Chile. De allí el interés puesto en este debate, pues para nosotros representa un conspicuo enfrentamiento en el terreno práctico de los derechos y libertades del hombre entre el ideologismo liberalizante y el retorno superado de la tradición de la “ilustración dieciochesca”, y cuyo campo de lid son dos instituciones prototipos concretos de tales pensamientos. Si debemos atenernos a los hechos, la Sociedad Médica creada en 1826 en substitución del Protomedicato no tuvo cumplido efecto práctico, pues dejó de operar a los pocos meses (4). Inténtase oxigenar a la Sociedad Médica mediante un Decreto Supremo, de noviembre de 1827, que manda formalmente renovarla en su planta, quedando supérstite en el papel hasta que Portales la abolió, en abril de 1830, restableciendo el Protomedicato “a la española”. No puede dejarse de poner de relieve que uno de los primeros decretos de Portales como Ministro del Interior (cargo que asume por vez primera el 6 de abril de 1830) sea precisamente el de fecha 27 de ese mismo mes que declaró disuelta la Sociedad Médica y por restablecido el Protomedicato, dando una señal clara de la impronta del neodespotismo ilustrado en el campo de las instituciones privadas con responsabilidades sociales; método de gobierno que después se implantará en el terreno de la

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institucionalidad pública y –en particular– en el régimen político todo. Y en este punto preciso entramos a la confrontación entre la mentalidad pragmática‑empirista versus la ideológica y romántica del liberalismo a la europea. La resolución estatal del Vicepresidente Ovalle y de Portales, como novísimo Ministro del Interior, que reinstauró el Protomedicato en gloria y majestad, se fundamenta en el hecho de “convencido el Gobierno que la Sociedad Médica establecida por Decreto de agosto de 1826, no puede llenar los objetos de su institución, ya por la estension que se dio al número de sus vocales, ya por haberse limitado las facultades que debía tener al igual de las del antiguo Protomedicato a quien subroga”. Y en tal razón se decretó: Art. 1º: Queda estinguida desde esta fecha la Sociedad Médica. Art. 2º: Se restablece el Protomedicato con todas sus atribuciones i reglamentos, a escepcion de la forma designada en los artículos siguientes.

En dichos preceptos se establece un colegiado profesional de solo tres miembros, con duración de tres años, y “que serán nombrados por el Gobierno”. El Estado, dice el Art. 6º, “tiene a bien nombrar para que compongan (el Tribunal) los siguientes profesores: para Presidente don Guillermo Blest, doctor en medicina, para vocales don Nataniel Cox profesor en cirugía, i a don José V. Bustillos profesor en farmacia; para Secretario don Pedro Moran; i para fiscal don José Barrios” (5). El debate público y en la prensa se inició al mes siguiente, mayo de 1830, prolongándose hasta fines de ese año. En favor de la medida estuvo el periódico La Opinión, cuyo principal redactor era Ramón Rengifo, hermano del próximo Ministro de Hacienda. En contra: El Amigo de la Justicia y el semanario, creado ad hoc, El Criticón Médico, escrito por los doctores José Passaman y Juan Miquel, con una tónica en los cuatro números que vieron la luz pública de ir “derecho al pugilato de las polémicas violentas y personales” (6). Los argumentos centrales de quienes defendían la vuelta al Protomedicato basábanse en la inoperancia de la extinta Sociedad para promover el conocimiento médico‑científico,

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su inhabilidad para ejercer la tuición sobre la conducta profesional de los médicos y por no ser una institución acorde con el resto de la institucionalidad jurídica del país. En el Nº 3, de mayo de 1830, La Opinión abre los fuegos al asentar que la Sociedad Médica fue establecida con el objeto de promover el adelantamiento y mejoras en el país de tan importante ciencia; pero lejos de obtener resultados análogos a sus homónimas de “Alemania, Venecia y Palermo, o de los colejios de Londres y Edimburgo y tantas otras que honran a Europa, y de cuyo tipo habíamos querido hacer el remedo, sólo hemos visto una fatal apatía en nuestros profesionales, o una egoísta ocultación de los progresos que diariamente deben experimentar sus trabajos. El establecimiento de la Sociedad no trajo utilidad alguna, antes por el contrario dejó un lamentable vacío en la destrucción del antiguo Protomedicato, quien velaba sobre la conducta profesional de los médicos y cirujanos, de los farmacéuticos y sobre el precio, preparación y bondad de sus medicamentos, deberes que no podía llenar la Sociedad por estar compuesta de todo el cuerpo de facultativos, no quedando individuo alguno sobre quien ejercer la autoridad, ni pudiendo esperarse que la ejerciese entre sus socios a quienes precisamente debía de afectar el espíritu de cuerpo”. De allí que, continúa el editorialista de La Opinión, el Decreto que ha restablecido el Protomedicato persigue los adelantamientos de la ciencia, ya sea por sí solo o exci­tando con su autoridad el celo de los demás profesores, y de modo que vele enérgicamente sobre el cumplimiento y ejecución de leyes benéficas bien conocidas, establecidas tiempo ha, “y consonantes con el resto de nuestra legislación”. Por su parte, quienes atacaron el restablecimiento de la tradicional institución fundaron su crítica de fondo en contenidos tales como: que existían médicos en el nombre, pero muy poco instruidos y dignos de ese título que otorgaba el Protomedicato, lo que aparejaba un menosprecio social y del Estado por el ejercicio profesional; que el Protomedicato, como “carcomido y gótico tribunal”, representaba al pasado del absolu­tismo y la inquisición y atentaba –en consecuencia– contra el principio de “asociación progresiva” a que tienen derecho los individuos en socie­dad y, por último, y quizás el argumento de mayor significación

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del debate, que sería contrario “al espíritu y la letra de la Constitución (de 1828) y los principios de la Declaración de la Independencia Nacio­nal”. Tanto es así que el periódico opositor –El Criticón Médico–, respetando en la forma a la autoridad política constituida después de Lircay, se cuestionaba sobre la condición de los médicos en Chile, y aun iba más allá, al aseverar que “hablando el lenguaje de la política creemos que su condición es algo parecida a la de los judíos de España. Nosotros estábamos persuadi­dos que la Constitución Política de Chile daba todas las garantías nece­sarias a los que ejercen una profesión o industria en cuyo ejercicio cada cual tiene el derecho de disponer a su voluntad, sin ofender a nadie, de todas sus facultades, que bajo su égida era protegido el facul­tativo en el ejercicio de su libertad como todos los demás ciudadanos contra cualesquiera ataques de la injusticia y de la violencia. Pues esto era una quimera, una utopía. Un Decreto echó por tierra todas estas garantías proclamadas en la Constitución, reduciéndolos a peor condición que los zapateros. Como todas las industrias, la medicina prospera bajo leyes favorables a la seguridad, al libre empleo de sus facultades. Su estado económico e industrial, al contrario, nada adelanta con ponerle leyes de excepción. ¿Porqué los médicos han de ser exceptuados?” (7). En cuanto a si el decreto de restablecimiento del “Protomedicato a la Española” atenta o no contra la Constitución vigente desde 1828, ya en el derecho al libre ejercicio profesional o en la creación de un tribunal “especial”, como sería el Protomedicato, normativa que está expresamente prohibida por el Art. 15 de la Carta Fundamental, La Opinión replica que no ha habido “creación de un nuevo tribunal, sino variación en la forma viciosa y denominación impropia que tenía (la Sociedad) de Medicina… que sustituyó en todas sus atribuciones (conforme al Decreto de agosto de 1826) al Protomedicato”; así como que en dicho decreto “no hay un artículo que derogue las leyes (del siglo XVIII) que tejían a éste”. Y entrando al fondo del asunto de si era necesario legislar para que se reformaran las normas que fueron dictadas en la época de “los gobiernos absolutos” se pronuncia decididamente por la negativa, ya que “en el mismo caso se hallan

G. Piwonka / El Protomedicato republicano: 1819-1892

las legislaciones civiles y penales que nos rigen actualmente, y a nadie se (le) ha ocurrido hasta ahora echarlas por tierra, ínterin no hayan otros (Códigos) adecuados y análogos a nuestro sistema e instituciones” (8). En síntesis, ¿qué está detrás de la acción del mal denominado “Estado Portaliano en Forma”, en génesis en 1830, al restaurar el Protomedicato disolviendo la “liberal” Sociedad Médica de 1826? En primer lugar, que para tal concepción no era dable una autorregulación jurídica del propio organismo rector de los expertos en salud, ni que la facultad político‑profesional de un área social tan vital como el ejercicio médico y paramédico estuviera en las exclusivas manos de los propios privados interesados (médicos, cirujanos y farmacéuticos). El Estado no interviene en nada de lo específico, pero se reserva la exclusiva facultad de nominar como dirigentes del ente rector a los intérpretes en el área de la salud pública de su proyecto político global. En segundo término, es preferible la vigencia en el ámbito del Derecho Privado de una legislación “española” que ha operado bien y que es conocida por todos “desde tiempo ha”, y que conformaba un todo armónico con el resto de las normativas en tal esfera. Y tercero, que mientras no se consolidaban las nuevas instituciones republicanas y la institucionalidad política del neodespotismo ilustrado –superado y renovado– que implicaba el llamado sistema de gobierno impersonal portaliano, no era dable entrar a reformar precipitada y parcialmente la normatividad que regulaba la vida civil toda, situación que sólo acontecerá en 1855, con la entrada en vigencia del Código Civil, y en 1866, con la del Código de Comercio, precisamente cuando tal sistema político se agota e inicia su decadencia (9). En otro aspecto, hay que dejar consignado que el propio Protomedicato restablecido no tenía clara, en sus comienzos, su esfera legal de atribucio­nes y las limitaciones jurisdiccionales como Tribunal. Debió recurrir con periodicidad al Gobierno, al Congreso y a los Tribunales Superiores de Justicia al entrar en conflicto con otros organismos del Estado o con los privados. Así, en septiembre de 1830 demanda una defini­ción de las autoridades políticas, a fin de tomar algunas providencias

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que son de “su inspección i que han encontrado resistencia, habiéndose recurrido a la Corte de Apelaciones i (por lo tanto) al presente se encuentra embarazado para hacer ejecutar sus deliberaciones” (10). El Tribunal del Protomedicato parece que fue bastante exigente con los candidatos a facultativos. Un connotado viajero –en 1832– afirma que en los últimos dos o tres años se había organizado una junta de examinadores, “la que sin tomar en cuenta títulos y certificados de universidades, examina al candidato a practicante de medicina, en latín, castellano; y en los diferentes ramos de la ciencia médica, lo que hacen de modo más estricto. Esta junta se compone principalmente de médicos europeos que han estado establecidos largos años en el país”; adicionando que ese organismo impedía que practicaran los que no habían recibido “la licencia de la Junta” (Protomedicato). Agrega el viajero que a los farmacéuticos prácticos se les prohibía, bajo pena de ser castigados, componer libremente sus recetas; “los farmacéuticos tienen que estudiar farmacología y química durante tres años, y rendir un examen práctico, antes de que se les permita abrir su botica. De este modo se ha puesto término al charlatanismo. Y la medicina ha obtenido el puesto que le corresponde en la estimación de la generalidad de la gente. Hoy día algunas de las mejores familias están educando a sus hijos con la intención de que se dediquen a la medicina” (11). Vemos, pues, que los órganos del Estado podían intervenir en la contienda privada y se remitían a la legislación vigente, ínterin no se reformaran los Estatutos del Protomedicato. Por su parte, la Corte Suprema resolvió, en julio de 1836, mediante un voto declarativo, que concordaba con el parecer del Gobierno, y que estatuía que “el Protomédico, examinadores i fiscales del Protomedicato no pueden ser recusados para el examen que las leyes exigen de los que quieren ejercer la profesión médica, quirúrgica i farmacéutica…(y que) si se probase debidamente ante el Gobierno Departamental que el fiscal, o los examinadores tuviesen motivos particulares graves de enemistad o interés contra el examinando, pueda separarlos para el examen”. En tal evento el Gobernador, a solicitud del interesado, podía nombrar algunos facultativos que asistieran sin voto al examen

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y le informaran de la prudencia y justicia con que hubiesen procedido los examinadores; y “si el informe de los comisionados fuese favorable al examinado, y éste reprobado por los examinadores, pueda el Gobernador ordenar se proceda a nuevo examen, aumentando otro tanto el número de examinadores” (12). Este fallo reviste especial interés para nuestro enfoque del tema Salud y Estado, ya que ratifica la autonomía de los entes relacionados con la salud, pero todos sujetos a la superintendencia y decisión normativa‑administrativa del órgano político, en la especie por medio del Gobernador Departamental. La vigilancia del Estado sobre el Protomedicato se patentiza asimismo en el campo farmacéutico, su recetario y los dependientes de boticas. Contiendas con otros organismos público‑privados, tenemos evidencia de una grave con el Tribunal del Consulado, representante del mundo mercantil y la justicia comercial, que debió solucionar el Consejo de Estado en junio de 1843, a raíz de haber resuelto el Protomedicato cerrar la “tienda de drogas de don Antonio Solar” y el Consulado su apertura. El Consejo de Estado coincidió con el Protomedicato por los siguientes fundamentos: “El Tribunal del Protomedicato… reúne todas las atribuciones que las leyes han conferido a las autoridades encargadas bajo este nombre, o bajo el de Junta Gubernativa de medicina, cirugía i farmacia, de entender en el arreglo, dirección i policía de estos ramos i de los objetos que tienen relación con ellos, se declara: que el conocimiento del presente asunto corresponde al Tribunal del Protomedicato, i que el del Consulado debe sobreseer en dicho conocimiento”(13). En 1838 y 1839, el Poder Ejecutivo decretó que los dependientes existentes en las boticas “y los que entraren en lo sucesivo deben ser alumnos de farmacia del Instituto Nacional”, sujetos a la vigilancia del Protomédico (14). El vetusto Protomedicato gozó de buena salud hasta muy avanzada la República, tal como hemos consignado anteriormente, a diferencia de su colega el Tribunal del Consulado, al que paulatinamente se le fueron restando facultades judiciales y éstas definitivamente en 1866, con la entrada en vigencia del Código de Comercio, desapareciendo así del escenario histórico. En cambio, las facultades jurisdiccionales del Protomedicato sólo se perdieron al

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promulgarse en 1875 la Ley de Organización y Atribuciones de los Tribunales, por cuyo Art. 5º se ordenó que “a los tribunales (letrados o no) que establece la presente ley estará sujeto el conocimiento de todos los asuntos judiciales que se promuevan en el orden temporal dentro del territorio de la República, cualquiera que sea su naturaleza o la calidad de las personas que en ellos intervengan”; el mismo precepto establece siete excepciones, dentro de las cuales no figura la justicia especial médica. Por otra parte, al desarrollarse primero los estudios médicos y paramédicos en el Instituto Nacional y luego en la Universidad de Chile, y reservándosele a ésta la potestad exclusiva de extender títulos profesionales a sus egresados, los que tenían pleno reconocimiento del Estado, el Protomedicato ve reducido su espacio quizás a sólo tres funciones: 1º Supervigilar a los que ejercen actividades médicas, farmacéuticas o afines sin estar en posesión de un título universitario; 2º Realizar una supervisión sanitaria y droguista, y 3º Dar el pase o exequátur a los titulados en el extranjero que desean ejercer sus profesiones en Chile, aunque la Universidad de Chile es el ente rector en este orden. De estas actividades hay documentos oficiales hasta 1868 e indicaciones particulares hasta 1877 (15). La consunción o inanición, enfermedad muy corriente en esos años para denominar la tisis, debe haber minado progresivamente al Protomedicato, del que nos ha sido imposible encontrar su certificado oficial de defunción, si es que existe. En los hechos, con la Ley de creación del Consejo Superior de Hijiene Pública –en septiembre de 1892– se puso fin a sus últimas atribuciones fiscalizadoras terapéuticas y a su más que bicentenaria existencia. REFERENCIAS Y NOTAS 1. Trabajos sobre el Protomedicato (1817-1843): véase Cruz-Coke R. Historia de la Medicina Chilena, Santiago, 1995, págs. 307 a 312; Pérez Olea J. El Protomedicato en Chile. Rev Méd Chile 1991; 119:99-101. Ferrer PL. Historia General de la Medicina en Chile, Talca, 1904, págs. 187 a 191; y –sobre todo– Benavente R. El Protomedicato en Chile, Santiago, 1929. 2. Vid: Sesión de los Cuerpos Legislativos (en adelante SCL), Tomo XIII, pág. 23. Durante la vigencia de la Sociedad Médica Científica, el Dr.

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William Blest publica dos opúsculos referidos a la salud pública. En 1826, el primero, basado en el análisis de la medicina experimental y relativo a la condición de la educación médica en el país, denominado “Observaciones sobre el estado actual de la medicina en Chile, con la propuesta de un plan para su mejora”, Santiago, Imprenta Independencia (reproducido en Rev Méd Chile 1983; 111: 351 págs. 351 y ss). El segundo trabajo, de 1828, es un estudio más extenso intitulado “Ensayo sobre las causas más comunes i activas de las enfermedades que se padecen en Santiago de Chile, con indicación de los mejores medios para evitar su destructora influencia”, Imprenta Rengifo. Véase asimismo Goic, A. Homenaje al Dr. Guillermo Blest. Rev Méd Chile 1993; 121: 837-840. 3. SCL, Tomo XIII, págs. 69, 84 y 158.

Passaman se arrojó con ardor apasionado a la lucha de partidos, apoyando en la prensa, con una pluma acerada y traviesa, al grupo liberal más avanzado, pipiolos, que envolvía su bandera en los sueños de un informe socialismo. Cuando vino la reacción a contener al país que rodaba hacia el abismo, Passaman tuvo que sufrir el peso de las medidas represivas y se vio condenado a salir fuera del país en 1830”. Orrego Luco hace aparecer equivocadamente El Criticón Médico en 1840, tres años después de El Filántropo de 1837 (págs. 124 y s.), pero le concede importancia, pues en él “hay detalles interesantes de la vida médica de la época, en medio de invectivas personales que también, por desgracia, constituyen un rasgo lastimoso de una vida profesional de aquellos tiempos”.

Sin perjuicio de los exagerados rasgos apocalípticos descritos para la época del pipiolismo decimonónico por Orrego Luco, ellos están más acordes e influidos por la agitación social y política que le rodea cuando publica su obra en 1922 bajo la regencia del Cielito Lindo y la Querida Chusma de Arturo Alessandri Palma; no obstante, no dejan de tener matiz de verosimilitud ‘’Las fantasías políticas y el utopismo” reinantes de 1823 a 1830, y que traspasan toda la sociedad chilena de la década de los veinte del siglo XIX.



Orrego Luco, óp. cit., pág. 123 y ss., sostiene además –desde una óptica tradicionalista–, que “no podemos tomar en cuenta seriamente a El Criticón Médico del Dr. Passaman”. En cambio, Claudio Costa Casaretto sostiene una opinión absolutamente contraria: Vid: El Dr. José Passaman Rev Méd Chile 1984; 112. Sobre la vida y labor médica del Dr. Juan Miquel, véase: Anales de la Universidad de Chile, Santiago, 1867.

4. Los que impulsan el restablecimiento del Protomedicato, en 1830 reiteran el fracaso de la Sociedad, la que en “tres años de permanencia… no se ha visto el menor resultado satisfactorio, saliendo frustradas las mejores esperanzas”, Vid: folleto “Cuatro palabras… del amigo de la Justicia”. 5. Decreto del 27 de abril de 1830, en: Boletín de Leyes y Decretos, Tomo 3º Nº 10, pág. 154, y La Opinión Nº 2, del 14 de mayo de 1830. El ilustre farmacéutico Vicente Bustillos renunció al cargo por ser pariente político del Dr. Nataniel Cox, pues era casado con una hermana de éste, y en su reemplazo el Gobierno nombró al profesor de farmacia Domingo González. 6. Vio la luz un impreso en contestación al artículo de La Opinión –que extractamos en la nota siguiente– y que se denomina Cuatro palabras al autor del artículo titulado Protomedicato, fue firmado por “El amigo de la verdad”, Santiago, 1830. Imprenta Republicana. Aparte de oponerse al restablecimiento del Protomedicato, demanda que sólo pueden ejercer la profesión médica “los hijos del país”; a lo que La Opinión, Nº 4, retruca que si apenas habrán dos médicos de tal condición: ¿Cómo exigir esta calidad para todos los destinos de la Facultad?

El Dr. Augusto Orrego Luco, en Recuerdos de la Escuela, Santiago, 1922, pág. 125, dice que el Dr. Passaman era un médico francés, graduado en París y Montpellier, que vino a Chile contratado por Mariano Egaña en 1825 como profesor de medicina, llegando “cuando el país atravesaba esa desorganización… dominada por la ignorancia y los sueños de las masas populares, donde encontraban fácil acogida las promesas deslumbradoras de las doctrinas disolventes…

7. “Vid: El Criticón Médico, Nº 1 al Nº 4 y último, todos de junio de 1830; en especial el Nº 2, del 12 de ese mes, en que además se inserta una larga carta del médico francés Jean Louis Boché, “ex cirujano de buques mercantes y de la marina real de Francia”, en la que expone su rechazo al Protomedicato “mandado despóticamente por dos miembros ingleses” que le ha negado revalidar su título en Chile, en circunstancias de tener las aptitudes y cualidades para ejercer aquí la medicina y la cirugía lo mismo que la ejercía en Francia, amenazando que “tendré el consuelo de avisar por los papeles públicos de Francia que en Chile está de hecho establecido un estanco médico, del que dos ingleses protegidos son los empresarios… a fin de que otros no ignoren el estado médico‑político de esta República”. El Nº 3 de El Criticón hace un paralelo, ítem por

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ítem, entre la Inquisición y el Protomedicato, presentando a este último más sectario que la institución eclesiástica, ya que “aquella persigue a los herejes, en cambio el segundo impide que puedan ser médicos, cirujanos o boticarios los que no sean católicos, apostólicos y romanos, ni los que no hayan presentado información de pureza de sangre, so pena de ser castigado severamente si ejerciesen su profesión”. 8. El Criticón Médico, Nº 3, del 19 de junio de 1830 y La Opinión, Nº 6, de junio de 1830.

Idéntica situación a la descrita para el Protomedicato acaecerá con la nominación de los “Jurados de Imprenta”, a través de las Municipalidades, que Portales y su equipo político maneja, sin cambiar una letra de la “liberal” Ley de Imprenta de diciembre de 1828, que sólo se derogará en 1846. Y si vamos más allá, ¿no se gobernó acaso el país durante las Vicepresidencias de José Tomás Ovalle y Fernando Errázuriz y casi los dos primeros años de la Presidencia de José Joaquín Prieto bajo el imperio de la constitución de 1828, llamada “liberal” por la abolición de los Mayorazgos y la creación de las Asambleas Provinciales? En un análisis más detenido pareciere ser que tal carta fundamental, en varios aspectos normativos, es más estricta que la “conservadora” de 1833, y –por ende– no incomodó mayormente a los inicios de la política portaliana en su quehacer práctico.

9. Bernardino Bravo L. en El absolutismo ilustrado en Hispanoamérica. Chile (1760‑1860), de Carlos III a Portales y Montt, Editorial Universitaria, Santiago, 1994, no obstante el reparo que merecen varios de sus juicios y el esfuerzo novedoso de rebautizar como “absolutismo” político una etapa del republicanismo postindependentista, asevera acertadamente que las ideas de Portales (juicio que es más bien extensible propiamente a los otros artífices del sistema) “fueron las de los otros hombres cultivados de entonces, es decir, los de la Ilustración, bajo la forma católica y nacional dominante en España e Hispanoamérica desde la segunda mitad del siglo XVIII. Lo que pasa por ideario portaliano no es más que el ideario de la Ilustración en la versión personal de Portales” (pág. 279); y que “no busca el consenso entre los diversos elementos del grupo dirigente… sino que lo provoca, imponiendo al gobierno una línea firme y definida, antítesis de las incertidumbres y variaciones a que estuvo sujeto durante la Anarquía. Así el país sintió que de nuevo había un gobierno, como el que existió hasta 1810” (pág. 280). Nosotros preferimos hacer propagable lo anterior al grupo político social dirigente que estructuró

la República “en forma” –al decir de Alberto Edwards–, pero “consigna” que más bien es la categoría fenomenológico formal spengleriana, que una realidad o concepto histórico real de Chile. A nuestro entender este tácito acuerdo de retorno a ciertas y determinadas instituciones del Despotismo Ilustrado de España en Indias es el verdadero contenido ideológico, más que un pseudo “ideario personal” de Portales, creado y reiterado por la Historiografía de la elite. 10. SCL, Tomo XVIII, pág. 455 y Anexo Nº 678. 11. W. Ruschemberg, Noticias de Chile (1831-1832), Santiago, Editorial del Pacífico, 1956, págs. 96 y ss. 12. Este voto de la Corte Suprema fue emitido por la unanimidad de sus integrantes: Juan de Dios Vial del Río, Manuel Novoa, Manuel José Gandarillas y Manuel Joaquín Valdivieso. 13. Comunicación del Presidente del Consejo de Estado, Manuel Montt, al Protomedicato, en la que, además de la resolución de la contienda, le previene que en el ejercicio de este derecho que el Consejo le ha declarado, debe ese Tribunal sujetarse a las reglas siguientes: 1º El Protomedicato, en fuerza de la facultad que le concede el Art. 12 de la Novísima Recopilación, puede tomar las providencias que juzgue oportunas para que, ni don Antonio Solar ni ningún otro droguista, vendan medicamentos compuestos ni simples por menor, “de cuarterón abajo”. Debiendo proceder a la formación de un sumario, del que resulte probada la contravención a la Ley; 2º En la prohibición de vender simples por menor no se comprenden (como espresamente lo previene la Ley 1ª, Tít. IV, Libro 7º de la Novísima Recopilación) los que pueden servir para otro fin que el de la medicina; y 3º Todas las droguerías se visitarán anualmente por el Protomédico, en la misma forma que las boticas, para inutilizar o suspender la venta de los artículos deteriorados, o cuyo uso pueda perjudicar en adelante a la salud pública. 14. El Decreto en cuestión reza: “Prevéngase al Protomédico del Estado que inmediatamente practique una visita a todas las boticas de esta capital, con el objeto de examinar si se cumple con lo espresado respecto de los actuales dependientes, disponiendo en su consecuencia sean despedidos los que no lo hicieren constar hallarse matriculados. En lo sucesivo cuidará el Protomédico, en las visitas de boticas que debe practicar periódicamente con arreglo a las leyes, no sólo de examinar si los dependientes están matriculados, sino también de que se le haga constar que asisten puntualmente a los cursos de

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farmacia, dando de todo cuenta oportunamente al Gobierno. (firmado) Mariano Egaña”. 15. En 1854 se crean los llamados “médicos de provincia o ciudad”, que serán delegados del Protomedicato, y bajo la superior dirección del Protomédico de Santiago. Años más tarde –por decreto de abril de 1866, suscrito por el Presidente José Joaquín Pérez y el Ministro Álvaro Covarrubias– se estatuye que “con lo espuesto por el Tribunal del Protomedicato y considerando que los individuos legalmente autorizados para las profesiones de médico, cirujano, farmacéutico, flebótomo, dentista y matrona son lo únicos que pueden ejercerlos; y que el número creciente de los que a ello se dedican, hacen innecesarias las reglas de tolerancia contenidas en los decretos de 9 de octubre de 1844 y 25 de octubre de 1845, se decreta: 1º Quedan derogados los citados decretos relativos al ejercicio de las profesiones de farmacéuticos y de médico por personas que carezcan de título legal. 2º Los Intendentes y Gobernadores velarán por que todas las profesiones (detalladas en el considerando) sólo sean desempeñadas por personas que tengan título legal para ello. 3º A quienes se le ha tolerado

el ejercicio de médico y farmacéutico sin título “sólo podrán continuar ejerciendo hasta el 1º de enero de 1869”. Por otra parte, se decretó, en julio de 1868, la autorización para que las boticas en los pueblos de provincia que no tuviesen farmacéutico, pudiesen “continuar despachando por el término de seis años, contados desde el 1º de enero de 1869. Finalmente, el 2 de julio de 1868, el Presidente José Joaquín Pérez y el Ministro de Justicia, Joaquín Blest Gana, decretan que “los diplomas y certificados (expedidos en el extranjero) que presentaren al Tribunal del Protomedicato los farmacéuticos y las matronas, deberán ser visados por el cónsul de Chile establecido en el país en que el solicitante se hubiere graduado o hecho sus estudios”.

Vicuña Mackenna, en Médicos de Antaño, Santiago, 1974, págs. 252 y s., asevera que, a la fecha de su publicación, en 1877, aún regía “el mismo decreto de creación del Tribunal del Protomedicato de 1830… el que ha alcanzado ya cerca de un siglo de duración, pero tal vez próximo a recibir un cambio radical y vigoroso en su organización universitaria y judicial, y que ha dejado en el camino desde sus albores sembrados no sólo abrojos…”

J. Cerda y C. García / El cuidado de niños huérfanos y abandonados en Santiago An. a partir siglo XVIII 203 chil.del hist. med. 2006; 16: 203-210

El cuidado de niños huérfanos y abandonados en Santiago a partir del siglo XVIII Jaime Cerda L.1 Cristián García B.2

La historia del cuidado de los niños huérfanos y abandonados en Santiago a partir del siglo XVIII hasta nuestros días está colmada tanto de tristezas e injusticias como de alegrías. La abnegada labor de personajes ejemplares −religiosas, sacerdotes, médicos y filántropos− los hace dignos de nuestra admiración y reconocimiento, por cuanto sus espíritus emprendedores no descansaron en procurar el respeto de los derechos de los niños por parte de la sociedad. El presente trabajo trae a la memoria a estos grandes hombres y mujeres, así como a cientos de niños huérfanos y abandonados, destacando el contexto social en el cual surgen los primeros orfelinatos, la interdependencia entre la antigua extrainstitucionalidad y la nueva institucionalidad, la dinámica y evolución del cuidado de los niños, las diferentes formas de reinserción social y la singular forma en que su historia está íntimamente ligada al nacimiento de la pediatría chilena. Palabras clave: historia − huérfanos − Santiago − Chile − Pediatría.

Orphan and abandoned children’s care in Santiago since the 18th century The history of orphan and abandoned children’s care in Santiago, Chile, since the 18th century up today is full of sadness and iniquities as well as joyful moments. The altruism and dedication of some extraordinary people –nuns, priests, physicians and philantropists – deserve our respect and recognition for their strong spirit and perseverance to make society respect children’s rights. This article brings to our minds these outstanding men and women, as well as hundreds of orphan and abandoned children, emphasizing the social context in which the first orphanages were created, the interdependency between the old and the new institutionality, the dynamics and evolution of children’s care, the different forms of social reinsertion and the unique way in which their history is strongly related with the beginnings of pediatrics in Chile. Key words: history − orphans − Santiago − Chile − pediatrics.

“Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande” (Lucas 9: 48).

Introducción La existencia de niños huérfanos y abandonados constituye un fenómeno tan antiguo como el hombre mismo, presente en todas las culturas y 1



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épocas. En Chile, durante el siglo XVIII surgen instituciones dedicadas a su protección, hito de gran trascendencia, por cuanto marca el inicio del cuidado institucional de la infancia, en especial de los niños más desvalidos. No obstante estos esfuerzos, muchos niños huérfanos y abandonados mantuvieron la antigua forma informal de crianza en casas ajenas en calidad de “adoptados”, “apadrinados” o “aprendices”, a menudo en condiciones miserables, obligados a cumplir labores de servicio. Junto con el surgimiento de orfelinatos fue desarrollándose

Médico Cirujano. Residente, Departamento de Salud Pública. Facultad de Medicina, Pontificia Universidad Católica de Chile. Correo electrónico: [email protected] Médico Cirujano. Departamentos de Pediatría y de Radiología. Facultad de Medicina, Pontificia Universidad Católica de Chile. Correo electrónico: [email protected]

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una compleja interdependencia entre una nueva institucionalidad “formal” y la antigua extrainstitucionalidad informal, dinámica que tardaría varias décadas en regularizarse.

Contexto histórico El siglo XVIII se inició con el cambio de dinastía de la corona española, abriéndose España a la Ilustración. En Chile, la Guerra de Arauco entraba en un período más pacífico y se producía un importante flujo inmigratorio proveniente desde Europa, cuyos integrantes promoverían el desarrollo del Chile colonial en áreas tan diversas como la medicina, ingeniería y arquitectura, entre otras. Esta época relativamente próspera y apacible estaría contrastada por terremotos, epidemias e inundaciones, manifestaciones de la naturaleza constantes a lo largo de nuestra historia patria. La población de Santiago era de 8.000 habitantes aproximadamente, quienes vivían en modestas casas, ranchos, chacras y haciendas situadas en la periferia de la ciudad (1).

Realidad social de la época Para comprender el escenario en que crecieron cientos de niños huérfanos y abandonados, es imprescindible conocer cómo estaba conformada la sociedad de aquel entonces, especialmente en los sectores más populares. En términos sociológicos, a partir del siglo XVIII los grupos raciales claramente diferenciados durante el siglo XVI y XVII comienzan a uniformarse de la mano de un intenso mestizaje, conformando un solo gran sector social llamado “bajo pueblo”. Este sector social estaba fuertemente marcado por la pobreza y la desintegración familiar, identificándose diferentes subgrupos sociales. El primero de ellos correspondía al de los “ajuerinos”, personajes que surgen producto del excedente de mano de obra agrícola, vagabundos de los campos sin rumbo fijo, a menudo sumidos en la violencia y el alcohol. El “ajuerino” no poseía tierras ni trabajo estable, situación que le impide enraizarse y formar familia, dejando a su paso hijos abandonados a su suerte. Un segundo grupo social correspondía a los peones mineros, quienes surgieron

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junto a la explotación de yacimientos mineros de plata, cobre, carbón y salitre. Soportando condiciones infrahumanas de trabajo en precarios campamentos, estos hombres llevaban vidas muy sacrificadas y, por lo mismo, eran reacios a mantener vínculos de familia. Un tercer grupo social estaba representado por los obreros, quienes trabajaban en talleres y fábricas primitivas en la ciudad. Los obreros moraban en ranchos y conventillos en barrios miserables, hacinados y frecuentemente alcoholizados, un vicio muy presente ya en aquellos años. Un cuarto grupo lo integraban los “enganches”, principalmente campesinos jóvenes y analfabetos cuyo reclutamiento permitió a Chile luchar dos guerras contra países vecinos, al término de las cuales los “enganches” pasaban a engrosar el número de desarraigados existentes en el país. Diferente suerte corría un último grupo social, representado por los inquilinos. Asentados en viviendas en los límites de las haciendas de sus patrones, trabajaban afanosamente en labores agropecuarias, cultivaban sus propios alimentos e incluso criaban algunos animales, situación que les daba cierta estabilidad y, por consiguiente, la posibilidad de formar una familia estable, constituyendo un estrato más integrado a la organización socioeconómica colonial. A excepción de algunos inquilinos, el resto de los grupos sociales fueron contrarios a la formación de familias propias y estables, propiciando las uniones pasajeras y, por consiguiente, el nacimiento de un gran número de niños “ilegítimos”, quienes percibían a su padre como un “accidente” en sus vidas, transformándose para muchos de ellos en una especie de leyenda (2-4).

Las mujeres y sus hijos ¿Cuál era el rol de las mujeres del bajo pueblo? Ellas generalmente se dedicaban a labores de autosubsistencia en compañía de sus hijos, labrando la tierra en pequeñas chacras, lavando, cocinando o bien realizando actividades artesanales y comerciales. Un pequeño sector atendía las “chinganas” –lugares de venta de comida y bebidas, entretención y albergue de campesinos de paso y “ajuerinos”–, actividad conocida como “comercio alegre”. En este escenario social se originó el matriarcado chi-

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leno, caracterizado por la figura de un padre generalmente ausente, distante de sus hijos, “a veces admirado y añorado, pero las más de las veces temido y rechazado” (2). Las mujeres se hacían cargo de sus hijos, llevándoles en tropel dondequiera que fuesen. En esta vida errante, un número altísimo de niños sufría el abandono tanto de su padre como de su madre, situación que no podría calificarse como maldad, en vista que constituía un recurso extremo utilizado para evitar el aborto, el infanticidio o la muerte por hambre del hijo que se era incapaz de cuidar. Surge así la figura del niño despectivamente llamado “huacho”, el cual era considerado como un “hijo del pecado” y era, en consecuencia, menospreciado por la elite española y criolla, moralmente muy rígida. Numerosos historiadores han constatado la estrecha relación existente entre ilegitimidad y abandono, no siendo exclusiva para este grupo de niños, sino también para hijos legítimos de matrimonios sumidos en condiciones de extrema pobreza (3, 4). Además de las razones mencionadas que explican la alta tasa de abandono infantil, existían otras razones que al sumarse forzaban a cientos de madres a abandonar a sus hijos “parcialmente” al cuidado de terceras personas. La sociedad de aquel entonces contaba con un altísimo porcentaje de nacimientos “ilegítimos”, alcanzando en 1848 un 21,6% y en 1916 un 38,1% de los niños, mientras que en Santiago entre 1903 y 1910 fluctuó entre 46,0% y 54,1%, estimándose hasta en 80% en los sectores marginales de la capital (2). De igual forma, la sociedad de aquel entonces era profundamente machista, al punto que el Código Civil de 1857 prohibía la investigación de paternidad. La crianza de los niños era una tarea asumida íntegramente por la madre, quien debía generar su propio sustento y el de sus hijos, situación que la sumía prontamente en la pobreza. Muchas de ellas se empleaban en labores de servicio doméstico en casas particulares, siendo comúnmente empleadas como nodrizas debido a que las madres pertenecientes a los estratos sociales más altos –no sólo en Chile, sino en toda Latinoamérica– raramente amamantaban a sus hijos. Las nodrizas, a su vez, contrataban a mujeres tanto o más pobres que ellas para que cuidasen de sus propios hijos, en vista que excepcionalmente se les permitía a estas criaturas residir en las casas donde trabajaban

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sus madres. Sumidas en la desesperación, no pocas madres llevaban a su hijo recién nacido en la oscuridad de la noche a una casona acomodada en cuyo zaguán le abandonaban tras golpear fuertemente la puerta y huir, con la esperanza de que alguna sirvienta le recogiera y recibiera en aquella casa una mejor crianza que la que ella podría brindarle. Otras simplemente los vendían a personajes inescrupulosos que suministraban “huachos” a diversas familias con el fin de cumplir labores de servicio a partir de edades muy precoces. Un grupo no menor de madres desesperanzadas tomaba la triste decisión de deshacerse de sus hijos mediante el infanticidio, arrojándolos en el fondo de un barranco, acequia o quebrada (4, 5).

El despertar de las conciencias. Creación de la Casa de Expósitos A mediados del siglo XVIII, las miserables condiciones a las que quedaban expuestas en las calles y campos las criaturas abandonadas por sus progenitores motivaron al Marqués de Montepío don Juan Nicolás de Aguirre a fundar, con la autorización del Rey Carlos III, un hospicio de pobres en el cual se recogieran y criaran huérfanos y expósitos (i.e., niños abandonados) provenientes de los arrabales del poniente de la ciudad. Se iniciaba, de esta forma, el cuidado institucional de la infancia en Chile. El enorme caserón de ladrillos fue conocido como Casa de Expósitos y entró en funciones en 1764, ubicándose en la manzana comprendida por las calles “Cenizas” (actualmente San Martín), “de las Agustinas” (actualmente Agustinas), “Baratillo” (actualmente Manuel Rodríguez) y “de la Moneda Vieja” (a partir de aquel momento “calle de los Huérfanos”, actualmente Paseo Huérfanos). La construcción contaba con una hospedería, capilla y un “torno”, aparato medieval en cuya bandeja adosada se depositaba a la criatura, se giraba e ingresaba el pequeño al interior del recinto, anunciándose su llegada mediante el repique de una campana, tras lo cual la madre abandonaba raudamente la triste escena. Sus funciones se vieron interrumpidas en octubre de 1779, año en que aparece en Santiago una epidemia llamada “malcito” (cólera), transformándose en un improvisado lazareto de mujeres coléricas en vista que el único hospital

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existente –el Hospital San Juan de Dios– no daba abasto. Tras algunos vaivenes, retornó a su normal funcionamiento hasta que en 1812, en plena Patria Vieja, la Junta de Gobierno ordenó su demolición y posterior construcción de un cuartel para el recién creado Cuerpo de Granaderos, el cual no logró terminarse. De allí en adelante, los huerfanitos de Santiago estuvieron sometidos a numerosos traslados, por lo que han sido llamados por Vargas “niños itinerantes”, producto de los azares que vivieron durante el período de la Independencia nacional (6). Solamente después del triunfo patriota en Maipú volvieron a ocupar las ruinosas instalaciones. Por el carácter peyorativo que tenía la palabra “expósito”, su nombre fue cambiado por el de Casa de Huérfanos, la cual era administrada por una Junta de Beneficencia que actuaba como intermediaria en la colocación de niños en casa de un “ama” o nodriza, responsable de amamantarlo a cambio de un pago en dinero, cuyo financiamiento estaba a cargo de la Corona durante la época de la Colonia. Después de la Independencia, el Director Supremo don Bernardo O’Higgins negoció con el Obispo de Santiago don José Santiago Rodríguez –custodio de una riquísima herencia­– la destinación de los bienes de ésta a la reconstrucción de la Casa de Huérfanos a cambio del regreso del prelado a la capital, quien había sido exiliado por sus simpatías hacia el Rey (6, 7).

El destino de los niños acogidos ¿Qué destino esperaba a los niños? Algunos tenían la fortuna de ser “adoptados” como hijos propios por matrimonios sin hijos, reinsertándose en una familia (la adopción como la conocemos hoy en día no estaba contemplada en el Código Civil, ya que sólo se reconocían lazos sanguíneos). Un segundo escenario frecuente era la solicitud de niños por parte de mujeres “solteronas” o viudas que no tenían hijos y que añoraban compañía, especialmente durante su vejez. Esta relación constituía una verdadera simbiosis intergeneracional en la que ambos se cuidarían mutuamente durante las etapas más vulnerables de sus vidas, como son la infancia del niño y la vejez de la anciana. Un tercer escenario lo constituían aquellos niños

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“mandados a criar” a casas de terceras personas, donde no se establecía una relación filial, sino que más bien una de subordinación. Desde los seis o siete años, edad a la que se iniciaba la vida laboral en los estratos bajos, el niño era obligado a trabajar en tareas domésticas como criado, siendo remunerado con el techo y comida que recibía por parte de sus patrones. Esta dualidad de funciones –crianza de un menor y servidumbre– se funden precisamente en la palabra criado, no siendo infrecuente que incluso hogares humildes buscaran a niños huérfanos o abandonados con el único propósito de realizar labores de servicio. Otros niños tenían mejor suerte y eran requeridos como aprendices, hecho que les permitía aprender un oficio con el cual subsistir en su adultez (5).

La acción de la Divina Providencia Un inconveniente fortuito ocurrido a mediados del siglo XIX cambiaría la vida de cientos de niños huérfanos y abandonados en Santiago. Venerance Morin Rouleau, conocida en nuestra patria por el nombre de Bernarda Morín, nace en 1832 en Saint Henri de Lauzon, provincia de Québec, Canadá, en el seno de una familia campesina. Desde temprana edad mostró una inteligencia vivaz, un temperamento enérgico y un corazón solidario, integrándose en 1850 a la Congregación de la Providencia con el deseo de dedicar su vida a los más necesitados. Dos años más tarde la hermana Bernarda hizo sus votos religiosos, siendo enviada junto a otras cuatro religiosas, con tan sólo 20 años, a los Estados Unidos de América, específicamente a la ciudad de Oregon, con la misión de fundar un establecimiento de la Congregación. Para aquel entonces la ciudad se encontraba inundada y debieron abandonarla con prontitud, trasladándose a San Francisco con la intención de regresar por vía marítima a Canadá. No encontrando forma alguna de regresar a su patria, tomaron contacto con el capitán del velero chileno “Elena”, a bordo del cual zarparon hacia nuestras costas. Así, por obra y gracia de la Divina Providencia, arribaron a Valparaíso a mediados de junio de 1853 cinco religiosas franco-canadienses, sin conocer el idioma ni las costumbres locales. El entonces Presidente de la República, don Manuel Montt, les brindó

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protección inmediata e instó a permanecer en el país con el propósito de desarrollar labores benéficas. Imposibilitadas de retornar a Canadá por su quebrantada salud debido a las múltiples peripecias que enfrentaron, las hermanas se pusieron a disposición del Arzobispo de Santiago Monseñor Rafael Valentín Valdivieso, quien les encargó la singular tarea de administrar el cuidado de los niños huérfanos y abandonados, asumiendo legalmente dicha responsabilidad un 23 de septiembre de 1853. La Madre Bernarda Morín nunca volvería a ver su querida tierra natal (8). Los terrenos de la Chacra “Lo Chacón”, pertenecientes a don Pedro Chacón, abuelo materno del capitán Arturo Prat, se ubicaban en la actual comuna de Providencia, en aquel entonces situada en las afueras de Santiago. Estos terrenos fueron adquiridos por el Estado y donados a las religiosas, quienes inauguraron un noviciado a comienzos de 1857. Cabe precisar que la antigua Casa de Huérfanos se mantuvo en su ubicación original hasta 1867, año en que fue trasladada a calle Compañía y sólo a partir de 1873 fue fusionada a la Casa de la Providencia, en las afueras de la capital. Por su lejanía del centro de Santiago –que originó una verdadera epidemia de infanticidios– se estableció un torno central en Alameda esquina Maestranza (actualmente Avenida Portugal), donde hoy en día se encuentra la Casa Central de la Universidad Católica. En dicho torno una empleada recibía a los niños y eran trasladados el mismo día a las nuevas instalaciones, muy precarias y frías, más tremendamente acogedoras por el inmenso amor con que las hermanas desarrollaban su sacrificada labor benéfica. Durante 100 años (1853-1952) la Institución permaneció bajo la tutela de las religiosas, quienes realizaron una labor fecunda, estableciendo casas de huérfanos, hospitales y colegios a lo largo de todo Chile. En 1880 se estableció como una comunidad religiosa independiente de la canadiense y pasó a llamarse Hermanas de la Providencia de Chile, asumiendo la Madre Bernarda el cargo de Superiora General. El amor y la devoción que profesó por la gente chilena fueron inconmensurables, siendo condecorada a los 93 años con la más alta distinción del país, la Medalla al Mérito. A través de los años, las Hermanas de Chile conservaron fielmente el carisma y la espiritualidad de las Hermanas

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de la Providencia de Montreal, reunificándose ambas congregaciones en 1970 (3, 8, 9). Para fines del siglo XIX la Casa de Huérfanos era la mayor institución benéfica estatal y sus rigurosos registros estadísticos han permitido estimar que entre 1853 y 1924 albergó a más de 56.000 niños, compartiendo sus funciones con 25 orfelinatos eclesiásticos, estatales y privados existentes en Santiago hacia 1924. En las últimas décadas del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX se estima que del total de niños que albergaba, la proporción de recién nacidos era aproximadamente un 70%, situación explicada por las facilidades con que los niños mayores eran aceptados en casas particulares, siendo su presencia muy solicitada para cumplir labores domésticas. La gran cantidad de recién nacidos y lactantes que cuidaba la Casa de Huérfanos obligaba a alimentarles mediante la contratación de nodrizas o “amas internas” hasta el tercer mes de vida y posteriormente “amas externas”, generalmente mujeres pobres, quienes amamantaban y cuidaban a las criaturas durante sus primeros años de vida, dinámica muy frecuente tanto en orfelinatos europeos como latinoamericanos y que en Chile se extendió hasta la década de 1930. Se preferían las nodrizas provenientes de los campos, por su supuesta mejor salud y calidad de leche, siendo un empleo de alta demanda, por cuanto constituía un salario fijo, al punto que muchas “amas” criaban a más de un niño. Para 1880, de un total de 1.000 niños a cargo de la Casa de Huérfanos tan sólo 200 vivían allí y 800 residían en los hogares de sus nodrizas, formalizando así una práctica desarrollada durante muchísimos años de manera informal en la sociedad santiaguina. En muchos casos la Casa de Huérfanos actuó como intermediario entre progenitores y nodrizas, asumiendo el costo económico que los primeros no estaban en condición de solventar. Esta situación permitió el surgimiento de dinámicas de relación bastante curiosas entre padres e hijos, donde los primeros tomaban contacto con la nodriza remunerada por la Casa de Huérfanos y con su retoño, al cual visitaban e incluso ayudaban económicamente cuando su situación lo permitía. No pocas veces se establecían estos acuerdos a priori por un par de años, reasumiendo los padres la crianza de su hijo al alcanzar una mayor solvencia económica. Cumplidos los

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cinco años de edad, las “amas” devolvían a los niños a la Casa de Huérfanos, desde donde eran remitidos a casas particulares, generalmente como criados. Durante el último cuarto del siglo XIX, los recursos de la Casa de Huérfanos aumentaron, se ampliaron sus instalaciones y se expandieron sus objetivos educacionales. En 1873 el Presidente de la República don Federico Errázuriz Zañartu dictó el reglamento definitivo de la Casa de Huérfanos, cuyo artículo tercero señalaba que “las Hermanas enseñarán a los expósitos de uno y otro sexo catecismo de religión, lectura, escritura y las primeras operaciones de la aritmética. Las mujeres aprenderán, además, a coser, lavar, cocinar y, en general, todo lo que concierne al servicio doméstico. Cuando la Casa cuente con los recursos necesarios, se establecerá un curso de agricultura y talleres e industrias lucrativas, en que los expósitos adquieran un oficio o profesión para lo futuro y costeen, en parte, su propia subsistencia” (10). Estos cambios permitieron prolongar la estadía de los menores en la Casa de Huérfanos por períodos más prolongados, los cuales podían ser incluso años. Comenzaban mejores tiempos para los huerfanitos y para las religiosas, quienes siempre lamentaron el triste destino que esperaba a muchos menores al abandonar la Casa de Huérfanos, resignadas ante la necesidad de habilitar cupos para acoger a tantos otros menores desvalidos (3, 5).

El Padre Alberto Hurtado La suerte de un importante grupo de huérfanos y abandonados tendría un nuevo giro, esta vez a mediados de la década de los años de 1940. Para aquel entonces el Padre Alberto Hurtado Cruchaga, sacerdote jesuita de incansable vocación de servicio, salía en su camioneta verde a recoger a los niños que dormían bajo los puentes del río Mapocho para llevarlos a tomar leche caliente y dormir en una verdadera cama. Su ejemplo, palabra y oración progresivamente lograrían remecer la conciencia de la sociedad santiaguina, haciéndola partícipe de la fundación en 1946 de una gran obra, el Hogar de Cristo, institución benéfica cuya labor se desarrolla hasta el día de hoy. Su inconmensurable vocación de servicio lo llevó

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a ser beatificado por el Papa Juan Pablo II en 1994 y posteriormente canonizado por el Papa Benedicto XVI en 2005, transformándose en el primer hombre santo de la Iglesia Católica en Chile (11).

La Casa de Huérfanos y los inicios de la Pediatría en Chile Uno de los tantos méritos de la Casa de Huérfanos es haber sido el primer centro docente pediátrico de Chile. La enseñanza de la pediatría en nuestra patria, en términos históricos, es bastante joven. Recién en 1874 se crea en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile la cátedra de “Patología de Enfermedades de Niños” a cargo del Dr. Francisco Javier Tocornal, primer pediatra chileno. Las clases se habrían circunscrito a enfermedades respiratorias e infecciosas de la segunda infancia y eran dictadas en la Casa de Huérfanos y en el Hospital San Juan de Dios. Para aquel entonces en Chile no existían hospitales pediátricos, limitándose la atención hospitalaria de niños entre 6 y 12 años a salas al interior de los hospitales de adultos. Lamentablemente, la escasa docencia y participación del alumnado motivaron el cierre de la cátedra. El destino de la pediatría chilena cambiaría radicalmente con la designación del Dr. Roberto del Río a cargo de la cátedra en 1888. Para 1886 se había establecido la “Clínica de Enfermedades de Niños” en el sexto año de la carrera de Medicina, asignatura de carácter optativo en la cual no se rendían exámenes, manteniendo como campo clínico la Casa de Huérfanos. La situación de salud de la infancia en Chile era pavorosa, presentando una de las tasas de mortalidad infantil más elevadas de mundo, la que según estimaciones era de 374 por 1.000 nacidos vivos en 1898, alcanzando un máximo de 502 por 1.000 nacidos vivos en el año 1900 (2). Precisamente aquel año el país fue azotado por una mortífera epidemia de sarampión, afectando a cerca de 40.000 niños sólo en Santiago, con una mortalidad estimada en un 10%. Tal situación motivó a don Manuel Arriarán, eminente filántropo, a gestionar la fundación del primer hospital pediátrico de Chile, el que se ubicó en la actual calle Matucana entre las actuales calles Compañía y Huérfanos, quedando los niños al cuidado de las religiosas

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Hijas de San José Protectoras de la Infancia y siendo designado como su primer director el Dr. Roberto del Río, quien desempeñó el cargo hasta su muerte en 1917. En señal de gratitud y homenaje a una vida dedicada al cuidado de la infancia, el hospital pasó a llamarse a partir de aquel año Hospital de Niños Roberto del Río (12, 13).

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de mortalidad infantil en su interior a 40 por 1.000 al momento de su retiro. El Pabellón de Lactantes fue la base del futuro Hospital Dr. Luis Calvo Mackenna, inaugurado en 1942, llamado así en señal de gratitud por su fructífera labor en pro de la infancia chilena (14).

Los huérfanos y abandonados en el Chile de hoy El Dr. Luis Calvo Mackenna y la Casa Nacional del Niño El hospital de calle Matucana albergó a un joven discípulo del Dr. Roberto del Río, el Dr. Luis Calvo Mackenna, quien se formó como “médico especialista en niños”, toda una innovación para la época. Poseedor de un gran intelecto y capacidad de trabajo, prontamente captó que el ejercicio de la pediatría en forma individual y curativa era de escaso valor sanitario frente a la gravísima situación de morbimortalidad infantil que afectaba a la nación. Su espíritu creador lo llevó a participar en la fundación de consultorios de lactantes, llamados “Gotas de Leche”, establecimientos donde se controlaba el crecimiento y desarrollo de lactantes periódicamente a partir de su nacimiento, se estimulaba la lactancia materna, se suministraba alimentación complementaria y se promovía el uso de vacunas. La suerte de los huérfanos daría un nuevo giro cuando en el Dr. Calvo Mackenna fue nombrado Subdirector Técnico de la Casa de Huérfanos, siendo su primera medida el cambio del nombre que poseía por el de Casa Nacional del Niño, publicitando activamente mediante carteles que en aquel recinto se respetaban los derechos del niño. Las condiciones de salud en que llegaban los pequeños a la antigua Casa de Huérfanos eran miserables, víctimas de terribles enfermedades y pestes para las cuales no se disponía de remedios o bien debido a los daños sufridos por los múltiples intentos de aborto a que habían sido sometidos durante su gestación, registrándose una tasa de mortalidad al interior del establecimiento de 813 por 1.000 durante el período 1876-1885 y 736 por 1.000 en el período 1916-1925 (2). En 1927 el Dr. Calvo Mackenna creó un Pabellón de Lactantes en la Casa Nacional del Niño y junto a un equipo de jóvenes pediatras, entre ellos el Dr. Aníbal Ariztía, logró reducir la tasa

Tras ser administrada durante 100 años por las Hermanas de la Providencia, en 1952 la dirección de la Casa Nacional del Niño quedó en manos del recién creado Servicio Nacional de Salud (SNS), entidad que a su vez entregó en 1979 la dirección del establecimiento a la Corporación de Ayuda al Menor (CORDAM). A contar de enero de 1991, el Servicio Nacional de Menores (SENAME) asumió el rol normativo y fiscalizador de la atención que brindan todas las instituciones que colaboran en su cuidado de la infancia, incluyendo la Casa Nacional del Niño. Hoy en día, la Casa Nacional del Niño constituye un centro especializado destinado a la atención de niños que sufren diversas enfermedades, que han sido derivados por los tribunales de familias por encontrarse en situación de vulneración de sus derechos y que tienen la necesidad de diagnóstico y asistencia especializada por su condición de salud, con el fin último de promover su reinserción social. Finalmente, al suscribir Chile la Convención de los Derechos del Niño en 1990, se ha trabajado para adoptar las medidas legislativas y administrativas que aseguren la plena aplicación de sus disposiciones, siendo una de las principales el cambio de denominación de los niños de objeto de derecho a sujetos de derecho, miembros activos de nuestra sociedad, a los que debemos proteger y por sobre todo amar.

Conclusión La historia de los niños huérfanos y abandonados de Santiago es un relato tanto de sufrimientos como de alegrías. Ninguno de los 100.000 niños que se estima fueron recibidos en la Casa de Huérfanos entre 1770 y 1926 dejó testimonio escrito o material, mas las fuentes históricas, en palabras de Salazar, “traen en sus bordes,

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en su dorso, en la atmósfera que creaban, una aureola histórica silenciosa, inexplorada pero expresiva. Desde esta aureola silenciosa hablan los niños pobres, atravesando con débiles voces todos los hechos y procesos históricos estudiados, como desde otra dimensión de la historicidad” (2). Reconforta saber que en distintos momentos de la historia se cruzaron por su camino personajes ejemplares, dignos de nuestra admiración y reconocimiento, cuyos espíritus emprendedores no descansaron hasta lograr procurar el respeto de la sociedad entera de los derechos de los niños. Su memoria –y la memoria de tantos niños huérfanos y abandonados– debe servirnos de aliciente para proseguir esta hermosa tarea, sin detenernos hasta haber asegurado el bienestar y desarrollo integral de todas y cada una de las criaturas más desvalidas y a la vez más maravillosas de la creación.

Referencias 1. Chuaqui, B. Breve Historia de la Medicina. Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile 2000.

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4. Chinganas, vagabundos y huachos: formas de vida en Chile tradicional. Disponible en www. canal13.cl [Consultado en 01/08/06]. 5. Milanich, N. The Casa de Huérfanos and child circulation in late−nineteenth−century Chile. Journal of Social History (Winter 2004). 6. Vargas, N. Historia de la Pediatría Chilena: crónica de una alegría. Editorial Universitaria, Santiago de Chile 2002. 7. Zañartu, S. Santiago: calles viejas. Editorial Nascimento (1934). 8. Madre Bernarda ¿Quién eres tú? Disponible en www. providenceintl.org [Consultado en 01/08/06]. 9. Siervos de Dios. Madre Bernarda Morín. Disponible en www.iglesia.cl [Consultado en 01/08/06]. 10. Reglamento de la Casa de Huérfanos (1873). An chil hist med 1972-1973; 14-15: 193-194. 11. Vida y obra del Padre Hurtado. Disponible en www.hogardecristo.com [Consultado en 01/08/06]. 12. Vargas, N. 170 años de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile: su aporte a la salud infantil y del adolescente en Chile. Revista Chilena de Pediatría 2003; 74: 141-148.

2. Salazar, G. Ser niño “huacho” en Chile. Proposiciones (Nº 19) (1990).

13. Laval, E. La epidemia de sarampión de 1899−1900 en Chile y la creación del primer hospital de niños de Santiago. Revista Chilena de Infectología 2002; 19:121-123.

3. Aliaga, F. La pastoral social de los huérfanos en el siglo XIX. Anuario de Historia de la Iglesia en Chile 2001; 19: 51-68.

14. Cruz-Coke, R. Historia de la Medicina Chilena. Disponible en http://docencia.med.uchile.cl [Consultado en 01/08/06].

I. Duarte y M. López / Sanatorios para tuberculosos en Chile: primeros establecimientos (1886-1920) 211 An. chil. hist. med. 2006; 16: 211-224

Sanatorios para tuberculosos en Chile: primeros establecimientos (1886-1920) Ignacio Duarte G.1, Marcelo López C.2

Se describen los establecimientos, construidos en Chile entre 1886 y 1920, que intentaban reproducir el tratamiento antituberculoso sanatorial originado en Europa. El Sanatorium del Alfalfar, hotel levantado por particulares en 1886 a 1.460 metros de altitud, cerró en 1889 por baja demanda. El Gran Hotel de Francia, fundado en 1894 en San José de Maipo, pasó en los años 30 a poder del Seguro Obrero, transformándose en el Sanatorio Laennec. Una Comisión del Ministerio del Interior sugirió en 1902 levantar un sanatorio en Apoquindo a 1.130 metros, proyecto que no se concretó. Los sanatorios de Los Andes y Peñablanca, erigidos en 1904 y con el decisivo aporte de doña Juana Ross de Edwards, funcionaron durante algunos lustros bajo la Junta de Beneficencia, integrándose después a hospitales generales. Desde 1906, el Asilo Marítimo de Cartagena de la Liga contra la Tuberculosis organizó durante décadas estadías estivales de niños propensos a la tisis. El Sanatorio de Diaguitas, empezado en 1912 por la Junta de Beneficencia de La Serena, tuvo una vida efímera en los años 20. La Casa de Salud (Sanatorio de San José de Maipo) de la Junta de Beneficencia surgió al principio de 1920 para pasar decenios después al servicio público de salud correspondiente. El período analizado se caracteriza por iniciativas aisladas de filántropos, empresarios y médicos, con el concurso de instituciones benéficas y frecuente financiamiento fiscal. Se proyectaron así establecimientos de distinta índole, que experimentaron altibajos o fracaso en el logro de sus objetivos. Palabras clave: tuberculosis – sanatorios – Chile.

Sanatoria for tuberculosis in Chile: first premises (1886-1920) The purpose of this article is to describe the establishments erected in Chile between 1886 and 1920, which intended to reproduce the sanatorial system for tuberculosis originated in Europe. The Sanatorium del Alfalfar, a private hotel built in 1886 at 1,460 meters of altitude, closed in 1889 due to low demand. The Gran Hotel de Francia, founded in 1894 at San José de Maipo at 1,006 m., became Sanatorio Laennec when it was transferred in the thirties to the Caja del Seguro Obrero, a social security organization. A committee of experts suggested the Government in 1902 to build a Sanatorium in Apoquindo at 1,130 m., this project was never carried out. The sanatoria of Los Andes (at 800 meters) and Peñablanca (at 120 meters), both built in 1904 with the financial support of Mrs. Juana Ross de Edwards, were managed for many years by the Junta de Beneficencia, a social benefit institution. Later, both sanatoria were respectively incorporated to a general hospital. Since 1906 the anti-tuberculosis Chilean League organized summer stays in the Seaside Assylum in Cartagena for children at risk of contracting the disease. The Sanatorio de Diaguitas (at 754 m.) whose construction started in 1912 by the Junta de Beneficencia, had a short life. The Casa de Salud in San José de Maipo (at 1,060 m.) ran by the Junta de Beneficencia in the beginning of the twenties, was handed over, some decades later, to the Public Health Service. The 1886-1920 period was characterized by isolated initiatives of philanthropists, entrepreneurs and physicians, with the cooperation of charity institutions and frequent financial help from the government. In that way different types of establishments were projected, which experimented ups and downs in achieving their objectives. Key words: tuberculosis – sanatoria – Chile. 1

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Médico Cirujano. Programa de Estudios Médicos Humanísticos. Escuela de Medicina, Pontificia Universidad Católica de Chile. Correo electrónico: [email protected] Licenciado en Historia. Programa de Estudios Médicos Humanísticos. Escuela de Medicina, Pontificia Universidad Católica de Chile. Correo electrónico: [email protected]

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En 1859 se empezó a difundir en Europa el concepto de Sanatorio para la atención cerrada de tuberculosos mediante reposo al aire libre, clima de montaña, ejercicio graduado y dieta nutritiva, bajo estricto control médico. El movimiento sanatorial en Europa y Estados Unidos condujo a la creación de cientos de estas instituciones, la mayoría de ellas ubicadas en parajes rurales con condiciones climáticas estimadas aptas para el tratamiento de la tisis. Alrededor de esos establecimientos florecieron hoteles, pensiones y casas particulares que recibían a pacientes tuberculosos para una cura de aire y reposo que pretendía imitar el estricto régimen de los sanatorios que contaban con instalaciones adecuadas, cuerpo médico permanente y atención de enfermería (1). El objeto del presente trabajo es describir los primeros intentos desplegados para contar en Chile con sanatorios o establecimientos afines orientados a la terapia de los pacientes tuberculosos, en el período comprendido desde fines del siglo XIX hasta la época de 1920. EL SANATORIUM DEL ALFALFAR Emilio Donnay Laserre, médico francés avecindado en Chile, organizó en 1886, junto con su hermano Eduardo, una Sociedad que construyó en el Cajón del Maipo el Hotel del Alfalfar, que alternativamente denominaban Sanatorium del Alfalfar. Estaba ubicado en una hondonada a 1.460 metros de altitud, vecino al río Colorado, principal afluente del río Maipo. La génesis de esta empresa estaba inspirada en los positivos resultados que comunicaba Brehmer en su sanatorio de Göbersdorf en Silesia, y en las recomendaciones provenientes principalmente de Alemania y Suiza en el sentido de situar estos establecimientos en sectores montañosos (2). Señalaban que se trataba del primer Sanatorium que se había establecido en Chile, “con el fin de atender i curar cierta clase de enfermos, particularmente a los que sufren de una afeccion crónica del pulmón”. El doctor Donnay declaraba que habían hecho una inversión de 120.000 pesos en los trabajos iniciales para levantar el Hotel, con “edificios cómodos y elegantes” que tenían capacidad para más de sesenta pasajeros. La obra incluía la construcción de vías de acceso

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desde el puente del río Colorado, un parque y otras plantaciones (3). La tarifa del Hotel-Sanatorio, que comprendía pieza, almuerzo y cena era de cuatro pesos diarios y 100 pesos mensuales: los accionistas de la Sociedad tenían una rebaja de 25%. Los niños menores y los sirvientes de los pasajeros pagaban media pensión. Entre las ventajas del Sanatorium se enumeraban las siguientes: aire seco y tónico, clima suave y templado durante todo el año, con leves oscilaciones de temperatura, cerros que protegían de los vientos helados del Sur, sector rural alejado de centros populosos, agua potable abundante, ausencia de aguas estancadas que pudieran ser focos de infección, edificio ventilado y orientado para la exposición al sol, elementos y personal adecuados para brindar un ambiente confortable. Para el bienestar y entretención de los pasajeros, el establecimiento ofrecía salas de lectura y conversación, de juego y de billar, cantina, palitroque; sesiones de gimnasia, baños de natación y de tina; caballos, mulas y coches para paseos a lugares como la Cascada del Relbur, la Laguna Negra, la Laguna de los Peuquenes, el Valle Olivares y la Puerta de Marcelo. Una síntesis efectuada por el doctor Donnay sobre sus observaciones personales en el Sanatorium del Alfalfar durante dos años anotaba los siguientes fenómenos favorables en los pacientes: aumento del apetito, disminución considerable en los sudores nocturnos, cesación de sangre en los esputos y, en el examen físico, rápida disipación de los fenómenos puramente congestivos. Reconocía problemas que perduraban: la tos, que desesperaba al enfermo y, en la auscultación, las enduraciones (sic) e infiltraciones tuberculosas, aunque “en tres casos reconocidos i diagnosticados por varios facultativos”, se habían reabsorbido por completo las manifestaciones tuberculosas después de cinco a seis meses de estadía en el establecimiento. Concluía que la permanencia en climas de altitud constituía la terapia de elección para la tisis pulmonar (3). Unos nueve kilómetros más arriba del Sanatorium, brotaban las aguas termales de El Tupungato que, según la descripción de la época, contenían una concentración de sodio que duplicaba la del agua de mar y eran aptas para el tratamiento de varias formas de tisis,

I. Duarte y M. López / Sanatorios para tuberculosos en Chile: primeros establecimientos (1886-1920)

como la tórpida y la escrofulosa. Los señores Donnay decidieron complementar el complejo del Alfalfar construyendo y explotando un hotel en las termas, al que se llegaría por un camino ancho, con poca gradiente, que sería “un verdadero paseo para los enfermos”. En 1887 ofrecían una emisión de acciones, cuyo capital permitiera a la Sociedad terminar la construcción y equipamiento del Gran Hotel de los baños; pero como no podría estar concluido hasta fines de aquella temporada, provisoriamente los bañistas tendrían que alojarse en el Establecimiento del Alfalfar y trasladarse en coche a tomar su baño (3). Al comprobar que el Sanatorio, al parecer por falta de concurrentes, no podía financiar su operación, el doctor Donnay propuso que la Junta de Beneficencia de Santiago contratara el uso de las camas de Establecimiento con tarifas de 1,25 a 1,50 pesos diarios siempre que se ocupara un cierto porcentaje de ellas. Si se formalizaba el convenio, la Sociedad se comprometía al transporte del enfermo desde Santiago al Alfalfar, a suministrar la alimentación, que incluía en términos generales unos 600 gramos de carne de vacuno, cordero o ave; 120 de legumbres, 60 de grasa o manteca, 1.100 gramos de pan y la cantidad de leche que el médico tratante indicara; además, los jueves y domingos se serviría postre a la hora de comida (4). La Junta de Beneficencia no se pronunció ante este ofrecimiento, y en 1889 el Sanatorio del Alfalfar tuvo que clausurarse. Esto significó un serio revés económico a los hermanos Donnay (5) y el facultativo debió reintegrarse a su práctica privada, alternativamente en Santiago y Valparaíso. El doctor Francisco Fonck comentaba en 1904 los inconvenientes que presentaba la explotación del establecimiento, alejado cerca de quince leguas de Santiago, distancia que había que recorrer en coche por un camino difícil de mantener en buen estado, lo que dificultaba el acceso de los pasajeros y el abastecimiento. Además la temporada estaba limitada a sólo los cinco meses de pleno verano a causa de su ubicación (2).

EL GRAN HOTEL DE FRANCIA El Gran Hotel de Francia fue fundado en 1894 en el centro de San José de Maipo a una altura

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de 1.006 metros sobre el nivel del mar. Estaba ubicado entre la Calle del Comercio y la Calle del Norte, formando esquina con la plaza del pueblo. Su propietario Luciano Magnère informaba en 1898 que el año anterior el establecimiento había sido completamente refaccionado. El recinto ocupaba un área de 100 metros por lado. La mitad de este espacio estaba ocupada por los edificios que incluían el comedor, la cantina, el salón de billar, bodegas, cocinas y las habitaciones de los pasajeros, estas medían 5,25 metros de ancho por 4,25 metros de alto, con un largo que variaba hasta alcanzar 7 metros (6). La otra mitad del terreno estaba ocupada por jardines, árboles frutales, plantaciones de hortalizas, una piscina, gallinero y pesebreras para los caballos de las personas que llegaban al hotel en ese medio de locomoción. El Hotel atendía todo el año, dividido en una temporada de verano desde octubre hasta fines de mayo, y una de invierno en los meses restantes. Para trasladarse a San José de Maipo se recomendaba tomar en Santiago el ferrocarril de las 8 de la mañana en la estación de Pirque, ubicada en el sector plaza Italia; el pasaje costaba un peso y treinta centavos en primera clase. Tras una hora de viaje el tren llegaba a la estación de Puente Alto, donde había coches y carretelas para hacer el trayecto de tres horas a San José de Maipo. El precio del viaje en coche era de 2,50 pesos por cada asiento y diez pesos por el coche completo con bultos y equipajes. El régimen de alimentación del establecimiento se iniciaba con un desayuno que podía tomarse a la hora que el pasajero deseara. El almuerzo se servía a las 12 horas y la cena a las 18:30 horas, ya fuera en el comedor, en las galerías interiores o en el jardín. El precio de la pensión era de 3 pesos diarios. En el prospecto del Hotel se anunciaba que la comida era igual a la de una buena casa particular, sana, abundante y variada, que los vinos se vendían con una ganancia muy módica y que los licores eran de muy buena clase. Para su estadía en el Hotel, las personas enfermas debían llevar sus camas y ropas de dormir. La atención médica podía solicitarse al doctor del poblado. Después de la partida de cada pasajero la pieza era desinfectada con ácido sulfuroso, y luego se lavaban los muebles, catres

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y pisos con solución de sublimado corrosivo “y conforme con las reglas establecidas en los mejores establecimientos europeos” (6). El doctor Carlos Hübner, que pasó una temporada veraniega en el Hotel, refería que el clima de San José de Maipo favorecía en alto grado a los enfermos del pulmón y a los que estaban propensos a esa enfermedad. Agregaba: Con una estadía larga y prolongada, los enfermos se mejoran y aun sanan completamente, salvo aquellos cuya enfermedad está muy avanzada y que han buscado ese precioso recurso demasiado tarde. Aun hay enfermos que allí viven porque la enfermedad no hace progresos. He visto a varios que en una larga estadía han sanado completamente. Además he tenido ocasión de ver algunos enfermos después de una estadía de algunos meses que habían mejorado por mucho tiempo (6).

En el decenio de 1930, el edificio y su terreno pasaron a poder de la Caja del Seguro Obrero, institución que creó allí el Sanatorio Laennec, destinado al tratamiento de pacientes tuberculosos hasta los años 1975-1976 (7). Actualmente es propiedad del Servicio de Salud Metropolitano Sur Oriente, ocupado en parte por las oficinas administrativas de la dirección del Hospital de San José de Maipo y del Servicio de Salud de la comuna; otros sectores están inhabilitados para su uso. EL PROYECTO DE UN SANATORIO EN APOQUINDO El 26 de julio de 1897, el Ministerio del Interior nombró una comisión con el objeto de estudiar la instalación de un sanatorio para tuberculosos en las vecindades de Santiago. Sus integrantes eran don Ismael Tocornal, los doctores Ernesto Soza, Ramón Corvalán Melgarejo y David Salamanca y el arquitecto José Forteza. Al año siguiente se incorporaron los doctores Alejandro del Río y Daniel Rioseco y el arquitecto Carlos Barrohilet (8). La Comisión concibió el establecimiento como un Sanatorio Mixto cerrado con capacidad para doscientos enfermos, distribuidos en pabellones aislados, “según el sistema norteame-

ricano”. En el centro del recinto, se ubicarían las oficinas administrativas de la dirección, salas de admisión, examen y tratamiento de pacientes, capilla, sala de conferencias, etc. Desde la edificación central se desplegarían los pabellones separados por una distancia de 30 metros y unidos por galerías para el tránsito de los enfermos, debidamente protegidas de las inclemencias climáticas. Los pabellones, dispuestos simétricamente a ambos lados del edificio central, separarían las secciones de hombres, a un lado, y de mujeres, al lado opuesto. En cada sección, los enfermos se dividirían en tres categorías: a) pensionados especiales para familias, que ocuparían chalets diseminados en el parque; b) sectores de pensionado de primera clase con habitaciones individuales, y c) sectores para indigentes con dormitorios comunes y comedor general. El proyecto incluía las siguientes instalaciones: cocina y anexos, lavandería, calefacción central; un pabellón central con botica; una casa para el director y otra para el ecónomo y ayudantes, un pabellón mortuorio, capilla, agua potable, desagües, establos y cochera. La comisión hizo una minuciosa investigación en búsqueda del lugar adecuado para emplazar el Sanatorio, que debía cumplir con las siguientes condiciones: fáciles medios de comunicación, pero distante de los grandes caminos; colocado a cierta altura de las ciudades vecinas; terreno bien cultivado; ensenada de faldas de cerro con poca inclinación, mirando al norte o noroeste y abrigada de los vientos reinantes; suelo permeable y que en las vecindades no hubiera vegas, ríos, nieves perpetuas o neblinas que contribuyeran al cambio de temperatura; que en lo posible hubiera bosques vecinos de hojas perennes; se debía disponer de agua potable de la mejor calidad. El lugar debía tener fama de ser apto para el tratamiento de la tuberculosis pulmonar. Con estos requisitos en mente, se estudiaron detenidamente diversos terrenos ubicados en sectores como San Bernardo, Apoquindo, El Salto, Lampa, El Canelo, El Manzano, la Canchilla de San José de Maipo, Melocotón, El Peumo, La Monja, San Juan del Peral y Florida. Entre los antecedentes que la comisión examinó antes de decidir la ubicación que recomendaría, figuran los obtenidos por el doctor Soza en un viaje a Europa, donde visitó diversos

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Sanatorios de aquel continente. Además, solicitó por escrito la opinión de sus directores, en los siguientes términos: Mui estimado señor colega: Antes de dejar Europa me doi el placer de saludarlo i espresarle mis agradecimientos por su distinguida buena voluntad para mostrarme su importante establecimiento cuando tuve el honor de hacerle mi visita. Usted ha contribuido en mucho con ello a la base para nuestro Sanatorio que crearemos en Chile i por consiguiente conquistado nuestro reconocimiento. Perdonará, aun, señor, que me atreva hacerle algunas preguntas. Como Ud. sabrá tenemos en Chile alturas que varían desde el nivel del mar hasta más allá de 4.000 metros; lugares preciosos i con fáciles comunicaciones hasta de dos mil metros. Teniendo facilidades para colocarlos en diversas alturas i siendo un punto de mucha importancia para nosotros me permito hacerle las siguientes preguntas: ¿preferiremos las alturas? ¿Hasta que cantidad sería el máximum que pudiéramos elejir? ¿Tiene la altura alguna influencia provechosa para el tísico?; por fin, le ruego decirme cuál es el tanto por ciento de curados en su establecimiento comprendiendo en esos números las curaciones relativas y absolutas. No dudo que será Ud. tan amable de contestarme estas preguntas que al mismo tiempo las he dirijido como a Ud. a diversos otros directores de sanatorios en carácter íntimo i privado, únicamente para tomar en cuenta las contestaciones para la elección de la altura. Mi partida será el diez de enero próximo i le ruego el servicio de contestarme. Doctor Ernesto Soza París, Diciembre 27 de 1898.

En la sesión del 17 de marzo de 1899 se analizaron las opiniones recogidas por el doctor Soza en Europa y en particular las respuestas por escrito provenientes de Davos, Höhenhonnef, Falkenstein, Allan Baden y Grabowsse. Se apreció que entre los especialistas consultados la altura no jugaba un papel relevante y sí la sequedad del aire, la ausencia de cambios bruscos de temperatura, la escasez de polvo en el aire y la mayor frecuencia de los días de sol en el invierno.

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En la sesión del 6 de abril, se tomó una resolución importante: Se pasó a una discusión detenida sobre las ventajas e inconvenientes de los diversos locales estudiados para la ubicación del establecimiento, aprobándose por unanimidad i entusiasmo el emplazamiento del Sanatorio en el Rincón Grande, del fundo “Apoquindo”, por llenar por completo las diversas condiciones con que debe contar un buen local para el Sanatorio i que lo aventaja enormemente sobre los otros puntos visitados… (8).

El 30 de mayo de 1900, el doctor Soza presentaba el informe sobre Rincón Grande. El terreno, perteneciente a la orden dominica, se encontraba en una ensenada de cerros abierta al NNO abrigada de los vientos reinantes, con un suelo inclinado en un 10%, colocado a 600 metros sobre Santiago y a 1.130 metros sobre el nivel del mar. Accesible por fáciles medios de comunicación a una hora y media de la capital, gozaba de prestigio para el tratamiento de la tuberculosis pulmonar. Su vista dominaba los valles de Santiago y del Mapocho, “hecho que permitiría dar una distracción a los pacientes”. El lugar, sin embargo, debía ser dotado de agua potable, que podía ser canalizada desde la quebrada de San Ramón. El 15 de octubre el Ministerio del Interior informó a la comisión que el costo de abastecer de agua al Sanatorio alcanzaría a 46.303,69 pesos. El precio del terreno quedó establecido en 50.000 pesos por 73 cuadras El monto total de la construcción se calculaba en 425.000 pesos. La comisión, después de 5 años de actividad, entregó el informe final el 5 de septiembre de 1902. Años después se comunicaba que la propuesta presentada por la Comisión se encontraba en el archivo del Ministerio del Interior: el proyecto no se materializó (9, 10). EL SANATORIO DE LOS ANDES El Sanatorio de Los Andes fue fundado el 1º de noviembre de 1904. Doña Juana Ross de Edwards (11) lo hizo construir y lo sostuvo con su propio peculio hasta su muerte, acae-

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cida en 1913. Tomó la decisión de levantar el Establecimiento movida por “los cuadros desgarradores que proporcionaban los miles de enfermos tuberculosos que llegaban a Los Andes en busca de clima y a quienes les era casi imposible poderse albergar en hoteles, pensiones o casas particulares por calidad de enfermos contagiosos, a veces complicados con cuadros hemoptoicos, diarreicos, afónicos o de otra índole. Muchas veces estos pobres enfermos tuvieron que dormir en los bancos de la plaza o de la estación de ferrocarriles y no pocos llegaban a decidir poner fin a sus días en esos mismos sitios” (12). Aunque funcionó bajo los auspicios de la Liga contra la Tuberculosis de Valparaíso, la influencia de la señora Ross en la marcha del establecimiento queda de manifiesto en actas de la Junta de Beneficencia de Valparaíso de 1904 y 1905, en que se decide recurrir a ella para solicitarle solución a problemas de coordinación en la admisión de pacientes (13, 14). Carlos R. Díaz trató el tema “Sanatorios para Tuberculosos” en su memoria de prueba para optar al grado de licenciado en la Facultad de Medicina y Farmacia de la Universidad de Chile en 1910. En ella informaba que el de Los Andes era el único Sanatorio para tuberculosos que había en ese momento en Chile (15). Situado en la Alameda Recreo (hoy Avenida Argentina), al oriente del Hospital San Juan de Dios, el Sanatorio fue construido en un terreno de 17.000 metros cuadrados en el poblado de Los Andes, ubicado en un valle al pie de la Cordillera del mismo nombre, a 800 metros de altitud. Su clima benigno se prestaba a ser habitado durante todo el año (2). Los espacios físicos El doctor Bernardo Salas, historiador de la Medicina en Los Andes, ofrece una descripción de la edificación que da una idea cabal del cuidado y dedicación con que se erigió el Sanatorio, con su obra gruesa de cal y ladrillo (12). A través de una imponente fachada, se accedía a la portería y a dos salones conectados a un hall de entrada, a cada lado del cual se abrían sendos pasillos flanqueados por parque con una pileta central. Conducían a dos edificios: el pensionado de hombres y

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el de mujeres, que tenían corredores abiertos al exterior pero techados con artesonados de pino. En cada pensionado se encontraba un hall central para ropería periférica, botiquín, sala de la enfermera, comedor amplio y servicios higiénicos de lujo. En cada pensionado había 10 habitaciones: seis dispuestas en ángulo casi recto, de modo que el sol las bañara en la mañana y en la tarde, daban a los parques de entrada; las otras cuatro se orientaban hacia un jardín interior que separaba los cuerpos del pensionado de los edificios que seguían: La comunidad para las monjas constaba de salas de recibo, locutorio, dormitorios con chimenea y salas de baño. En el centro, un césped con una imagen de la Virgen María. La cocina era muy amplia: con chimenea de ladrillos empotrada en uno de los muros, lavaplatos, inmensa cocina a leña, dependencia anexa para verduras, frutas y carnes. Estaba amoblada con estantería de sólidas maderas, los cajones de un gran mueble central “forrados con zinc liso a prueba de roedores y de mugre”. Después seguían ropería, sala para costura y botica: esta última con envases importados, con hermosos frascos de porcelana de Limoges “artística y sobriamente decorados”. En la zona posterior del recinto, en otro cuerpo del edificio destinado a los pacientes de hospitalización común, había dos alas separadas, respectivamente, para hombres y mujeres. En cada una un corredor cerrado por rejas conducía a un pasadizo de entrada, cuya primera puerta se abría a un comedor muy amplio y bien dotado; la segunda puerta correspondía a una sala de curación con tres lavatorios, empotrados en mármol y dotación de muebles. Había además salas de toilette de mármol y una sala con lavatorios para aseo de los enfermos. El dormitorio albergaba 20 camas: estaba flanqueado por amplias galerías para la “cura de aire”. Otras dependencias del Sanatorio comprendían: la hermosa capilla con capacidad para unas cien personas, habitaciones para el personal, piezas de aislamiento para enfermos muy graves, un depósito de cadáveres y un estanque de 20 metros cúbicos que proveía de agua al Sanatorio. El doctor Salas Muñoz destaca la lavandería construida en un edificio especial de dos pisos:

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El primero muy amplio y pavimentado, sirvió para instalar la caldera, fondos para el hervido de la ropa, fondos con entrada y salida de agua, roldanas y cadenas para sistemas de enjuague y para secar, un autoclave inmenso por donde entraba un catre con toda su ropa y colchón; se esterilizaba con vapor a presión, y se sacaban por otra dependencia limpia ubicada al lado de este gran salón. Dos dependencias más para ropa sucia y limpia y un elevador que debía llevar la ropa y colchones al segundo piso. Este segundo piso fue construido con gran técnica y allí estaba instalado el secador, la preparación de la lana para los colchones y el cotí de sus fundas, el planchado, el doblado y presentación de las diferentes variedades de ropa y la entrega. Unen el primero con el segundo piso una escala con linda baranda y sus paredes son de persianas que permiten su cierre entrada y salida del aire para secar ropa (12).

El Establecimiento fue inaugurado con su dotación completa de muebles, ropa de cama, vajilla, batería de cocina, chatas, urinarios y escupitines. Funcionamiento del Sanatorio En el primer tiempo se completó rápidamente la dotación de enfermos y durante largos años concurrieron a él pacientes del centro, norte y sur del país. Aunque, según la opinión del doctor Ernesto Soza, no cumplía con las debidas reglas de construcción, ubicación y emplazamiento, lograba un gran objetivo acogiendo enfermos que de otro modo no podrían sobrellevar un tratamiento climático provechoso (9). El personal que atendía la marcha del Sanatorio estaba integrado por cuatro Hermanas de la Caridad bajo la dirección de sor Vicenta Rondizzoni en calidad de administradora (10). El doctor Elías Foncea, “padre de la Tisiología en Los Andes” (12), era el médico director. Había además un cuerpo de enfermeras, cada una a cargo de diez enfermos. La rutina diaria del Sanatorio comenzaba con la levantada, de acuerdo con las instrucciones del médico. El programa cotidiano general (10) se indica a continuación: 7:00 horas. Fricción seca o húmeda del cuerpo según indicación.

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Desayuno Paseo Cura de reposo en las galerías 10:00 horas: Segundo desayuno en las galerías 12:00 horas: Almuerzo Paseo Cura de reposo, lectura y juegos en la galería 15:30 horas: Lunch en la galería 17:30 horas: Cena en el comedor común: se permitía la conversación Pequeños paseos, juegos y trabajos fáciles 21:00 horas: Un vaso de leche 21:30 horas: Acostada 22:00 horas: Extinción de las luces Esta distribución estaba diseñada para los pacientes que no tenían fiebre u otras complicaciones; los febricitantes se quedaban en la cama o en la silla larga todo el día. Según el grado de la enfermedad se aumentaba o disminuía la duración de los paseos y la cura del reposo en la galerías, así como también se admitía o se prohibía la ejecución de pequeños trabajos manuales, juegos, etc. Se procuraba que las comidas fueran “espléndidas y abundantes”. Los dos desayunos consistían en leche suficiente y pan con mantequilla. Si el médico lo ordenaba se reemplazaba la leche por chocolate, té o sopas de harina de avena. En las comidas se servían sopas, carnes asadas, legumbres cocidas, frutas cocidas, postres y vino. Con el objeto de evitar o aminorar el desánimo que podía afectar a los enfermos después de una permanencia más o menos larga en el Sanatorio, la administración les procuraba algunas distracciones o pequeñas ocupaciones compatibles con el estado de su salud, tales como ligeros trabajos de jardinería, el cuidado de sus lechos y muebles, etc. Estas suaves tareas se permitían sólo bajo indicación facultativa. El médico practicaba dos visitas diarias a cada enfermo, mañana y tarde, llevaba la ficha clínica y los instruía personalmente en todos aquellos detalles de la enfermedad y su curación que debían conocer, a fin de evitar recaídas o complicaciones de su mal. Fuera de estas visitas, acudía cuando era llamado por algún paciente.

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El personal de enfermería tomaba y anotaba la temperatura de los enfermos y los vigilaba y atendía durante sus curas de aire y reposo en los corredores o galerías. Por su parte, las Hermanas de la Caridad tenían la misión de brindar una atención humanitaria a los pacientes, y mantener las prescripciones reglamentarias y aspectos administrativos para asegurar el buen orden de la institución (10). El doctor Enrique Deformes describía en los siguientes términos el régimen terapéutico del Sanatorio: Es principalmente higiénico; reposo, aire puro, alimentación conveniente. Medicamentos solo se usan los indispensables. Se hacen inyecciones de cacodilato de soda, á los anémicos sobre todo, usándose muy poco el arrenal y algo el atoxil. En las mujeres se usa el cinnamato de soda que estimula la nutrición y produce mejores resultados en ellas que en los hombres. No se usa la cresota sino rara vez, y esto cuando los enfermos presentan mucha supuración en el esputo y no hay fiebre; se usa sí la cresota en forma de glicerina cresotada en los casos de supuración abundante sin fiebre, y también en las laringitis tuberculosas. A excepción de diciembre, enero y febrero, se usa el resto del año el aceite de bacalao puro de preferencia; y en aquellos que no lo toleran, en forma de emulsión al 40%. Las cauterizaciones se hacen todas las semanas y producen los mejores resultados. Cada siete días el doctor hace quemaduras pequeñas con el termocauterio al rojo sombrío porque así son menos dolorosas. Todo enfermo febril guarda cama. En la hemoptisis se usa morfina en forma de inyección de un centígrado y luego se da poción opiada con ácido sulfúrico.

En el Congreso Internacional Americano de Medicina e Higiene celebrado en Buenos Aires en 1910, el doctor Deformes (10) presentaba los siguientes resultados obtenidos en 845 enfermos internados en el Sanatorio de Los Andes desde su fundación hasta el 31 de diciembre de 1909: Notablemente mejorados Mejorados

234 332

27.6% 39.2%

Estacionarios Agravados Muertos Declinación del Sanatorio

213 40 26

24.7% 4.7% 3%

Después del fallecimiento de la benefactora, el Arzobispado de Santiago pasó a ser el tenedor de la propiedad por adjudicación de la partición de bienes de la difunta. Hubo un período en que el establecimiento fue cedido al Obispado de San Felipe, cuyas finanzas se deterioraron debido a los cuantiosos gastos que irrogaba el funcionamiento del Sanatorio. En 1920 el Arzobispo Crescente Errázuriz cedió y transfirió el dominio del Sanatorio a la Honorable Junta de Beneficencia de Los Andes. De esta forma, el establecimiento quedaba anexado al Hospital San Juan de Dios, con la condición, entre otras, que se destinara perpetuamente una sección a Sanatorio de tuberculosos, la que debía llevar el nombre de de la señora Juana Ross de Edwards. En la memoria del Hospital correspondiente al año 1927, se informa lo siguiente: Lo que era Sanatorio antes, hoy Pensionado, servicio de cirugía y medicina en la sala del Carmen, cocina, lavandería, ropería, sala San Vicente (clausurada), comunidad, etc., está en buenas condiciones: requiere sólo las reparaciones necesarias a los perjuicios producidos por el último temblor (12).

En los servicios de mujeres, la Sala San Antonio, de Medicina Tuberculosis, constaba de 8 camas, 4 de pensionado y 4 para indigentes. En los servicios de hombres se encontraba la sala San José con 19 camas, donde “desgraciadamente se hospitalizan enfermos de todos los males, incluso de tuberculosis”. El número de tuberculosos internados en 1927 fue de 67 en un total de 1.048 pacientes hospitalizados. Una sala ya abandonada, San Juan de Dios, se estaba habilitando con 15 camas, lo que constituiría el primer paso para ubicar los enfermos adecuadamente y “terminar de una vez, con la mezcla ridícula y anticientífica de tener los enfermos tuberculosos en el mismo local de otros pacientes de enfermedad no contagiosa o por lo menos pasajera”. El doctor Bernardo Salas, a la sazón Administrador del Hospital, expresaba su esperanza de que los

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servicios de Tuberculosis llegaran a ser independientes, bien llevados, y dieran origen a alguna experiencia escrita, lo que se lograría sólo con dedicación y estadística. Los datos aportados por la citada memoria nos dan a entender que, dado el imperativo de hacer frente a las numerosas y variadas necesidades de hospitalización, se había perdido el uso exclusivo de los edificios construidos ex profeso para la cura sanatorial, y que este concepto había pasado a ser un recuerdo. El viejo Hospital de Los Andes fue reemplazado en la misma ubicación por un edificio nuevo inaugurado en 1951. Durante la construcción, a partir de 1944, sectores del Sanatorio Edwards fueron ocupados por el traslado de dependencias y por la habilitación de un Servicio de Pediatría que funcionó en el antiguo comedor de la Sala de mujeres (12). En 2005 el edificio se encuentra ocupado en parte por la Dirección del Servicio de Salud de los Andes.

EL SANATORIO DE PEÑABLANCA En 1904 una sociedad anónima denominada “Sanatorio Peña Blanca” construyó un establecimiento en Peñablanca, en un sector rural cercano a la vía del ferrocarril, situado a 29 kilómetros al oriente de Valparaíso. Desgraciadamente fracasó esta sociedad, a causa de la fiebre de negocios desarrollada en Chile en esos mismos días, y que sólo vino a terminarla el terremoto de 1906 (10).

La propiedad fue vendida en 1907 por don Alberto Hochstetter al presbítero don Cristóbal Villalobos (16), representante de doña Juana Ross de Edwards que se propuso convertirlo en un nuevo sanatorio antituberculoso y asilo de incurables (10). En 1911, el presbítero Villalobos donó a la Junta de Beneficencia de Valparaíso el predio con la edificación y sus enseres (17, 18). Tres religiosas hospitalarias de San José tomaron a su cargo la atención del sanatorio: sor Ana la Superiora; sor Melania, a cargo del economato y cocina, y sor Pastora, de botica y salas. El primer administrador del establecimiento fue el doctor Enrique Deformes,

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nombrado con fecha 3 de octubre de 1911, el subadministrador fue don Carlos R. Edwards y el primer médico, el doctor Cornelio Durán. El presupuesto del primer año de trabajo fue de sesenta mil pesos (19). El 4 de febrero de 1912, se efectuó la fundación oficial del establecimiento como Asilo para Tuberculosos, transformado por la Junta “de asilo de incurables en sanatorio de curables, sometiendo a estos al tratamiento del caso”. Tenía 39 habitaciones con sus respectivos anexos. En 1910 se inició la construcción de tres pabellones para 150 enfermos adicionales. El conjunto estaba emplazado en un terreno de diez cuadras, inclinado y seco, a 120 metros sobre el nivel del mar y rodeado de colinas. Estaba orientado de oriente a poniente, resguardado del viento norte por las alturas vecinas (10). En 1928 se informaba que el Sanatorio disponía de 104 camas gratuitas para ambos sexos, una sección de 14 camas para enfermos del Seguro Obrero y una sección para la Marina con 10 camas (20). En el año 1944, la Junta de Beneficencia de Valparaíso acordó, en homenaje a la ilustre benefactora, denominar a este establecimiento “Hospital Sanatorio Juana Ross de Edwards”. El nosocomio pasó a ser después, y hasta la actualidad, el Hospital general Juana Ross de Peñablanca.

EL ASILO MARÍTIMO DE CARTAGENA En un número de la Revista de Beneficencia Pública de 1918, el doctor Caupolicán Pardo relataba lo siguiente: En Cartagena, en la playa chica, a la orilla sur de esta bahía y mirando hacia el norte, existe un edificio que fue antes convento de los padres dominicos, los que tenían ahí un colegio para novicios, y que fue adquirido por el entonces presidente de la Liga contra la Tuberculosis, quien lo transfirió a esta sociedad (21).

El recinto fue destinado a iniciar un asilo para niños débiles propensos a ser víctimas de la tisis. La Liga pudo iniciar en 1906 el traslado periódico de grupos de niños por tren hasta Melipilla, continuando el viaje en coche hasta Cartagena. Con la prolongación del ferrocarril

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hasta San Antonio se facilitó mucho el viaje y se economizó dinero, lo que posibilitó aumentar cada año el número de niños. El establecimiento estaba ubicado en un terreno de alrededor de 8.000 metros que se extendía desde la orilla del mar hasta deslindar con el camino de San Antonio. El edificio de dos pisos construido en material sólido estaba dividido en varios departamentos. A partir del período 1914-1915 fue sometido a un proyecto de transformaciones para adaptarlo a su nueva función. Las obras, entre otras, incluyeron lo siguiente: construcción de lavatorios y alcantarillado; habilitación de dormitorios para varios niños, que posibilitaran una mejor atención y supervisión; un patio y una terraza por todo el frente del edificio y plantación de árboles. El asilo funcionaba en una temporada que se extendía desde los primeros días de noviembre hasta fines de abril. Los grupos constaban de hasta 60 niños, formados alternativamente por hombres y mujeres. Eran seleccionados por una comisión de médicos de la Liga, de acuerdo con los siguientes criterios: –

– –

No tener menos de 7 años de edad, ni más de 14 los niños, ni más de 12 años las niñas. Escasez de recursos de sus padres o guardadores. No adolecer de alguna enfermedad infecto-contagiosa.

El doctor Pardo Correa, administrador del asilo, comunicaba que en los primeros doce años se habían recibido 1.930 niños de ambos sexos en 85 partidas diferentes, con estadía de alrededor de un mes, al cabo de la cual ganaban 1,5 a 2,2 kilogramos de peso. El costo diario por día y niño alcanzaba a 1.615 pesos (21). En 1935 se informaba que la escasez de recursos de la Liga, que a la fecha presentaba un déficit de 1.154,26 pesos, obligaba a mantener el funcionamiento del Asilo sólo en los meses de verano. La atención del establecimiento estaba a cargo de las hermanas de San José, Protectoras de la Infancia, bajo la administración superior de don Esteban Belloni (22). El tipo de establecimiento organizado en Cartagena se asemejaba al creado en 1791 en la costa de Margate, Inglaterra, para recibir por temporadas a niños escrofulosos (23).

EL SANATORIO DIAGUITAS A principios del siglo XX, la Junta de Beneficencia de La Serena decidió construir un Sanatorio, con el objeto de reunir en un solo sitio a los tuberculosos de toda la provincia, que a la sazón eran asistidos en las salas comunes generales de los hospitales de cada departamento. Para levantar el nuevo establecimiento, la Junta adquirió el fundo de “Florida de Pullalles”, ubicado en la subdelegación de Diaguitas del Departamento de Elqui, situado a 72 kilómetros de La Serena y 754 metros de altitud, con presión atmosférica uniforme y días despejados aptos para la exposición de los enfermos al sol. El ramal del Ferrocarril Longitudinal que llegaba hasta Rivadavia atravesaba los terrenos adquiridos. La obra se inició en mayo de 1912. En la memoria de la Junta correspondiente al año 1917 se informaba que estaban terminadas o por terminarse las reparticiones indispensables para su funcionamiento: en ese año se habían destinado 66.207,99 pesos al avance de la construcción de los edificios, y se disponía ya de gran parte del equipamiento por un valor de 15.743,05 pesos. El total invertido hasta aquella fecha ascendía a 261.977,12 pesos; pero se estimaba en 117.620 pesos el monto que faltaba para terminar las obras e instalaciones. La necesidad de obtener fondos para reparar los perjuicios que ocasionó en la zona el terremoto del 20 de mayo de 1918 determinó que se postergara la fecha propuesta para empezar a recibir enfermos (24). En 1922 el doctor Soza relataba que ya se había terminado el Sanatorio, que pertenecía más bien al tipo de los populares, aun cuando tenía una sección para pensionistas. Anotaba que el ferrocarril dejaba al visitante en la misma puerta del establecimiento. No obstante, aún no empezaba a funcionar por falta de fondos; pero se pretendía inaugurarlo el año siguiente. Al parecer, la vida útil del Sanatorio Diaguitas fue efímera: no hemos encontrado testimonios sobre su inauguración y funcionamiento. Un documento del Ministerio de Bienestar Social, fechado en 1929, recogía el informe de la Gobernación de Elqui, en el que se afirmaba que el Establecimiento no prestaba ningún servicio y su equipamiento se estaba arruinando, por lo que solicitaba trasladar algunos enseres al Hospital de La Serena. Se

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agregaba que el Sanatorio “por razones conocidas no va a reabrirse” (25). De hecho, el presupuesto para el año 1928 anotaba sólo las partidas para el sueldo y alimentación de un mayordomo (26).

LA CASA DE SALUD DE SAN JOSÉ DE MAIPO En 1917, la Junta de Beneficencia de Santiago estaba construyendo una “Casa de Salud” en un terreno de diez hectáreas donado por don Juan Enrique Tocornal Dousther en la parte superior de San José de Maipo. El Gobierno había concedido la suma de setenta mil pesos para terminar el edificio, pero se solicitaba que concediera cien mil pesos más con el fin de equiparla adecuadamente, para que pudiera constituirse en un “modelo para las futuras construcciones que han de ejecutarse con igual fin” (27). En la ceremonia de inauguración del 28 de septiembre de 1919, el administrador del establecimiento, don Alberto Mackenna Subercaseaux, expresó: Abre sus puertas hoy el primer pabellón de una obra de vasto desarrollo futuro que ha de contribuir a robustecer los medios de defensa contra los avances de la mas terrible enfermedad. El deseo de la Junta de Beneficencia era ofrecer un amplio refugio en este sitio, a todos los que necesitaren el clima reparador de la montaña: pero la escasez de recursos y la dificultad permanente para obtenerlos, le ha impedido, por el momento, realizar su anhelo. Mas tarde se han de levantar en esta pintoresca región muchos otros pabellones, en los cuales han de encontrar caloroso (sic) albergue los que carecen de recursos, y son, por lo tanto, las víctimas fatales del terrible mal. De esta suerte quedará cumplida en todas sus partes la intención del generoso donatario de este terreno… Mientras se realizan los propósitos futuros, damos hoy el primer paso en un terreno nuevo: la experiencia que resulte de este ensayo servirá para proseguir la obra iniciada, mejorándola y perfeccionándola (28).

La Casa de Salud estaba situada a 50 metros de altura sobre San José de Maipo y a

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1.060 sobre el nivel del mar. Constaba de 35 habitaciones habilitadas, por las que se cobraba una tarifa de 15 pesos diarios. Dado que entre 1910 y 1914 se había construido el Ferrocarril de Puente Alto al Volcán (27), se podía viajar en tren de ida y vuelta en el mismo día: el Sanatorio distaba seis cuadras de la estación del pueblo. El establecimiento fue fundado con el propósito de que acogiera solamente a individuos convalecientes de enfermedades del pulmón, a pretuberculosos o a aquellos que experimentaran los primeros síntomas de la tuberculosis, susceptibles de curar. Para internarse en la Casa de Salud, los enfermos debían tener un certificado de examen del médico nombrado por la Junta de Beneficencia, Doctor Juan de la Vega, quien extendería sus certificados en Santiago: éstos serían controlados en la Casa de Salud por el Doctor Augusto Vega Macher (28). La revista de Beneficencia Pública comunicaba en 1920 que la Junta había nombrado subadministrador del Establecimiento a don Juan Enrique Tocornal (30). En 1922 desempeñaba ese cargo el doctor Ernesto Soza, quien en ese año, junto con informar que en ese momento se ejecutaban obras para agregar dos pabellones que constituyeran un Sanatorio popular, explicaba las características de la Casa de Salud, refiriéndose a ella como Sanatorio San José de Maipo. La definía como “una casa de campo cuyo único objeto es procurar a los pacientes durante todo el tiempo necesario, con la vida de una gran familia, reposo, aire puro, una buena alimentación y una higiene rigurosa” (24). Agregaba que para que un candidato fuera admitido, aparte del certificado médico ya mencionado, debería presentar uno de su dentista respecto del buen estado de salud de su dentadura, y contar con un apoderado a quien la Dirección informaría periódicamente acerca de la marcha de la enfermedad y otras observaciones relevantes. La condición de las personas susceptibles de ser internadas se detallaba así: 1)

2)

Enfermos con tuberculosis confirmada de evolución lenta, con lesiones compensadas, sin repercusión sobre el estado general y sin alteración de las funciones vecinas. Enfermos con anemia no muy pronunciada, con tuberculización latente o dudosa.

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222

3)

Convalecientes de otras afecciones del aparato respiratorio: bronquitis, neumonías, pleuresías, etc.

Estaba contraindicado el ingreso de pacientes con alguna de las siguientes afecciones: anemia muy pronunciada, lesiones muy extensas, cardiopatía, enfisema, tuberculosis erética y hemoptoica, complicaciones ulcerosas de la laringe, complicaciones renales (albuminuria), complicaciones intestinales (diarrea tuberculosa), episodios bronconeumónicos, excitabilidad nerviosa, caquexia tuberculosa o tuberculosis de evolución rápida. No se admitían niños tuberculosos menores de cinco años (24). Según el reglamento interno, el paciente que no se aclimatara antes de 20 días de permanencia en el Establecimiento debía abandonarlo y buscar un clima a menor altitud. Las normas de higiene y desinfección eran las siguientes: A la llegada de cada pensionista se someterá a la desinfección de su equipaje por la cámara amoniacal. Las ropas de cada enfermo se desinfectarán antes de entregarlas al lavado. Mensualmente será desinfectado todo el establecimiento, por los medios de uso corriente. Si un paciente al ingresar al Sanatorio desea llevar su cama, podrá hacerlo siempre que lleve un sello del Desinfectorio Público que certifique su desinfección dentro de los seis días anteriores a la fecha de ingreso. La desinfección de un dormitorio antes de ser ocupado por un pensionista debe ser hecha a fondo: se hará el lavado de murallas, techo, suelo, muebles, catre, etc., con agua con soda y luego después una pulverización desinfectante. Los colchones y ropa irán a la estufa de desinfección, se repintará todo lo que sea necesario, se encerará el piso, y, por fin, se cambiará el botón de la campanilla, el interruptor de la luz y las chapas de las puertas, por otras que estén desinfectadas. El servicio de mesa (cucharas, cuchillos, tenedores, platos, tazas, etc.), se desinfectará, sometiéndolo, diariamente y, después de cada uso, durante diez minutos, a 110º C en solución de soda. Antes de abandonar el comedor, cada paciente colocará su servilleta doblada en el

interior del sobre que con su nombre y para este objeto tendrá siempre en su asiento. Existirá un horno crematorio de basura donde se incinerará también el aserrín que se colocará en las escupideras colectoras. Las del velador, que tendrán siempre una solución desinfectante, después de su aseo en una botagua especial, se desinfectarán al sublimado. Muy especialmente se ruega a los pensionistas observar el grado de limpieza del establecimiento, y el del personal. Para cerciorarse de esto podrán acompañar al Director o Subdirector en la inspección que diariamente debe hacer a las diversas secciones del establecimiento. Las vacas de cuya procedencia se recibe la leche que los pacientes deben consumir cruda, se someterán a la prueba de la tuberculina cada seis meses, inspeccionando además su aspecto de salud a lo menos una vez por mes. Salvo casos extraordinarios las visitas sólo se permitirán los jueves y domingos y deberán someterse al siguiente reglamento: a) No se permitirá la entrada a ningún visitante que tenga manifestaciones de cualquiera enfermedad, que pueda constituir un contagio para los pensionistas. b) Es terminantemente prohibido toser, y si esto no fuera posible, como también estornudar, lo hará, colocando el pañuelo delante de la boca y la nariz a fin de evitar la aspersión. c) Es igualmente prohibido desgarrar en el suelo, fumar y usar bebidas alcohólicas. d) Todo visitante, a la llegada al establecimiento, debe pasar a la pieza de toilette a escobillar sus ropas, limpiar sus zapatos y desinfectar sus manos. En cualquier otro punto es absolutamente prohibido sacudir o cepillar ropas y mucho menos en las piezas de los enfermos. e) Es prohibido, en absoluto, traer a los enfermos medicamentos que no autorice la Dirección, como igualmente alimentos que puedan ser nocivos. f) Nadie podrá visitar a su enfermo en su pieza sin previa autorización del Director” (24).

La Casa de Salud se encontraba cerrada en 1928 (20). En la década de 1930, el profesor Héctor Orrego Puelma, entonces Jefe Nacional de los Servicios para Tuberculosos de la Caja de

I. Duarte y M. López / Sanatorios para tuberculosos en Chile: primeros establecimientos (1886-1920)

Seguro Obrero Obligatorio, lo recuperó como pensionado mixto para tuberculosos, ampliado con un pabellón popular, ocupando el cargo de Director durante años (31). Tiempo después, el Sanatorio pasó a depender del Servicio de Salud Metropolitano Sur Oriente, ocupándose para internar enfermas de tuberculosis. En 2005 se está desarrollando un programa de restauración del predio con su edificio de más de 80 años de antigüedad para destinarlo a lugar de reuniones de trabajo o esparcimiento. CONCLUSIONES La etapa que transcurre desde 1886 a 1920 se caracteriza por iniciativas aisladas, no coordinadas, tendientes a erigir establecimientos que intentan replicar el modelo de los famosos Sanatorios de Europa y Norteamérica. En esas iniciativas participaron, con diversas motivaciones, filántropos, empresarios y médicos imbuidos de la necesidad acuciante de controlar el avance de la tuberculosis en Chile. Algunas de estas personas estaban afiliadas a instituciones como las Juntas de Beneficencia o las Ligas contra la Tuberculosis, organismos que muchas veces debían recurrir al auxilio de fondos fiscales para la construcción o mantenimiento de sus obras. Como resultado de las iniciativas referidas, se planeó la ejecución de sanatorios, hoteles y una colonia de veraneo, los cuales tuvieron altibajos o fracasos en su concreción o funcionamiento, en un período en que el concepto de “cura sanatorial” estaba aún plenamente vigente en el mundo. Habría que esperar hasta los dos decenios siguientes para el advenimiento de convergencias que posibilitaran la adecuada planificación, construcción y puesta en marcha de un conjunto de Sanatorios y Hospitales Sanatorios que aplicaran en forma apropiada y coordinada las normas que en aquel entonces se consideraban exitosas para el tratamiento de la tuberculosis.

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224

An. chil. hist. med. 2006; 16: 211-224

16.- Escritura Nº 852 firmada en Valparaíso el 5 de abril de 1907 ante el notario Tomás Ríos González.

24. Soza E. Breve historia de la Tuberculosis en Chile y noticias sobre sus sanatorios. Revista de Beneficencia Pública 1922; XVI (4): 302-317.

17. Escritura Nº 4245 firmada en Valparaíso el 24 de agosto de 1911 ante el notario Tomás Ríos González.

25. Ministerio de Bienestar Social. Oficios: Informe de la Gobernación de Elqui, 1929.

18. Torres B. Quilpué y Villa Alemana: obra histórica, biográfica debidamente separada, 1965. 19. Correo de los Anales. Anales Chilenos de Historia de la Medicina. 1972-1973, XIV-XV: 195. 20. Cruz F. Algunas consideraciones sobre obras de asistencia para tuberculosos en Chile. Revista de Beneficencia Pública. 1928; XII Nº 4. tomo XII Santiago, diciembre 1928, Nº 4. 21. Pardo C. El Asilo Marítimo de Cartagena de la Liga contra la Tuberculosis. Revista de Beneficencia Pública 1918; II: 343-354. 22. Liga contra la tuberculosis. Memoria correspondiente al año reglamentario de 1934-1935. Librería e Imprenta “Arte y Letras”. Santiago de Chile, 1935. 23. Dubos R, Dubos J. The white plague. Capítulo 13. Rutgers University Press. New Brunswick, New Jersey, 1996.

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M. Campos / Epilepsia: de la trepanación a la cirugía actual en Latinoamérica

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Epilepsia: de la trepanación a la cirugía actual en Latinoamérica Manuel G. Campos1

En el siglo XIX, Broca sugirió que la trepanación pudo haberse empleado antiguamente como tratamiento quirúrgico de la epilepsia. Teniendo en consideración este planteamiento, el presente artículo reseña en primer lugar los caracteres de las trepanaciones efectuadas en la América precolombina, los probables motivos que indujeron a practicarlas, y los detalles del procedimiento. En segundo lugar se mencionan los avances más importantes de la cirugía de la epilepsia en los siglos XIX al XXI, con énfasis en la formación de equipos de especialistas que han implementado dicho tratamiento en países de Latinoamérica. Palabras clave: epilepsia – trepanación – América precolombina – neurocirugía.

Epilepsy: from trephination to current surgery in Latinoamerica In the 19th century Broca suggested that trephination may have been used by ancient peoples for the treatment of epilepsy. This paper reviews in the first place the characteristics of trephinations performed in Pre-Columbian America, the possible reasons that induced to practice them and the details of the procedure. In the second place, the most relevant advances in the surgery of epilepsy from the 19th to the 21st century are mentioned, with emphasis in the formation of specialist teams that have introduced this therapeutic approach en Latinoamerica. Key words: Epilepsy – trephination – Pre-Columbian America – neurosurgery.

Introducción Las epilepsias y sus tratamientos son tan antiguos como la humanidad misma, pero en los pueblos sudamericanos prehispánicos es difícil conocer su historia, porque los incas y sus predecesores no conocían la escritura. Sin embargo, ellos tenían importantes representaciones gráficas en cerámicas, como son los llamados “huacos”, algunas de estas figuras representan diferentes enfermedades y procedimientos médicos. Los conocimientos llegan hasta nuestros días a través de la ciencia llamada paleopatología, que estudia las enfermedades que se pueden demostrar en restos humanos o animales de los tiempos antiguos. Por lo tanto, antes de la invención de la escritura es poco o nada lo que se puede saber sobre las epilepsias, ya

1



que los materiales que utiliza la paleopatología son fundamentalmente restos óseos de cuevas, yacimientos o necrópolis. Las principales enfermedades que se pueden diagnosticar son: lesiones traumáticas (fracturas), infecciones (osteomielitis, sífilis, tuberculosis, etc.), metabólicas (raquitismo, escorbuto), degenerativas (artrosis, espondilosis, etc.), tumores óseos o meningiomas y alteraciones dentarias (1, 2).

Trepanaciones en América precolombina En la época moderna, Broca sugirió que la trepanación puede haberse empleado antiguamente como tratamiento quirúrgico de la epilepsia. Por tal razón, a continuación se reseñan los

Médico Cirujano. Departamento de Neurocirugía. Facultad de Medicina, Pontificia Universidad Católica de Chile. Correo electrónico: [email protected]

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caracteres de las trepanaciones practicadas en la América precolombina. La palabra “trepanación” significa “retirada de secciones del hueso del cráneo”. El instrumento utilizado se denomina trépano, cuyo nombre viene del griego trípanon (perforador) (3). En la América precolombina se realizaron trepanaciones, muy ocasionalmente en Centroamérica (Mayas) y Norteamérica, incluido el actual México, donde en la ciudad monumental de Monte Alban, Oaxaca, se desarrolló la cultura Zapoteca y luego la Mixteca. Ellos realizaron trepanaciones, probablemente como rituales, ya que los cráneos encontrados son de personas jóvenes de ambos sexos (4, 5). Pero fue en Sudamérica, en la costa del océano Pacífico, donde las trepanaciones tuvieron su máximo desarrollo, en el clima árido de lo que hoy es Perú y norte de Chile (culturas paracas, nazca y mochica) y en el altiplano andino de Bolivia y Perú (culturas huari o wari, tiahuanaco o tiwanaku, chimú e inca) (6). El clima seco de la costa peruana ha permitido la conservación excelente de más de 15.000 momias de la época precolombina, gran parte de las cuales están almacenadas en el Museo Nacional de Antropología y Arqueología en Lima, Perú (7). La antigüedad de las momias es de hasta 2.500 años y un 5% de ellas muestran evidencias de trepanación “in vivo”. El 70% de los cráneos del Perú precolombino pertenecen a hombres. Las crónicas españolas de la conquista no mencionan las trepanaciones, por lo que se sospecha que estos actos ya no se practicaban en esa época o bien se hacían en secreto. Además, se ignoraron por largos años los “instrumentos quirúrgicos” que adornaban los museos. Como atenuante se debe considerar que la mayoría de los conquistadores no eran hombres ilustrados y pocos miembros de las expediciones redactaban crónicas. Un caso excepcional lo constituyó Felipe Guaman Pomada de Ayala (8), quien ilustró sus observaciones en cientos de dibujos. Así llegó a nosotros el probable primer relato de epilepsia precolombina del Perú. Se trata de la señora Chimbo Mama Cava, esposa de Capac Yupanqui, uno de los últimos emperadores incas, quien gobernó hasta su muerte en 1525 (9). Otras referencias a epilepsias en los incas se encuentran en los escritos de Garcilaso de la

Vega en Comentarios Reales de los Incas, donde se describen probables epilepsias focales. La “epilepsia” no tenía una palabra específica en quechua (lenguaje usado por los incas), para definirla como una condición neurológica especial. Sin embargo, varias expresiones en quechua pueden haber sido utilizadas para denominar a las epilepsias (Tabla 1), como por ejemplo Sonko-Nanay. Esto se basa en que Sonko tiene diferentes significados: corazón, mente y en algunos casos cerebro; es decir, lo esencial del ser humano. Mientras que la palabra Nanay puede significar dolor o enfermedad (9). Por lo tanto Sonko Nanay puede haberse usado para denominar casos de epilepsia, síncopes, enfermedades de la mente, etc. También se ha planteado que la palabra quechua ayahuayra se puede haber usado para denominar a las epilepsias, esta deriva de la expresión aya, que significa muerte y huayra, que significa viento o aire. Por lo tanto, las culturas quechuas habrían asociado a las epilepsias con la muerte (10). La palabra perlesía fue usada por los conquistadores españoles para denominar una serie de “síndromes neurológicos”, tales como accidente vascular cerebral, hemiplejía y posiblemente epilepsia o “enfermedades noneurológicas”, por ejemplo: enfermedades del corazón o síncopes. El primer cráneo “incaico” trepanado fue descrito por Samuel G. Morton en su tratado Crania Americana en 1839, pero se interpretó como una herida de guerra. En el año 1865 Efraín G. Squier, explorador y encargado de negocios de Estados Unidos en Perú, publicó

Tabla 1 Nombres preincas e Incas para Epilepsia (10) Nombre

Descripción

Sonko nanay

Enfermedad del corazón, alma o cerebro Viento (aire) de la muerte

Aya huayra Chayapuk oncuy Hueanuy oncuy Huani keshia Llaqui oncuy

Tlucu Urmachiscan

Enfermedad de la muerte Enfermedad de la muerte Enfermedad de la tristeza

Pájaro de la noche “Él está deprimido”

M. Campos / Epilepsia: de la trepanación a la cirugía actual en Latinoamérica

su libro Incidentes de un viaje al Perú, país de los Incas. También presentó en la Academia de Medicina de Nueva York parte de un cráneo trepanado (11). Squier llevó este cráneo trepanado a Paul Broca (1824-1880), quien había descrito la localización del lenguaje y la dominancia hemisférica, además de fundar la Sociedad de Antropología de París. Broca planteó que el cráneo incaico era de una persona que había sobrevivido 1 o 2 semanas al procedimiento (12). Este descubrimiento fue incluso previo al hallazgo de muchos cráneos trepanados, encontrados posteriormente en Europa (Francia, Alemania, Inglaterra, República Checa, etc.), los que también fueron estudiados por Paul Broca quien, como se indicó, fue el primer médico de la era moderna en plantear a la trepanación como una posible cirugía de la epilepsia. Esto también fue planteado posteriormente por Víctor Horsley (1857-1916) al examinar la colección de cráneos trepanados de Broca (13). Antecedentes históricos Se tiende a hablar de trepanaciones incas, lo que en gran parte es erróneo, ya que el imperio incaico era relativamente nuevo. Se estima que fue fundado por Manco Capac hacia el 1200 d.C., luego de unir a todos los pueblos de la región bajo un solo emperador. Es decir, a la llegada de los españoles, el imperio Inca sólo tenía 300 años de antigüedad. Realmente la gran mayoría de las trepanaciones fueron hechas por pueblos preincaicos (culturas paracas, nazca, mochica, ica, huari, tiahuanaco, chimú), que las practicaron mucho antes y en mayor cantidad que los incas (6). Los cráneos más antiguos proceden de la cultura paraca (1000 al 200 a.C.), ubicada en la costa centro sur del Perú y de la cultura tiahuanaco, alrededor del lago Titicaca, actual Bolivia, donde se han encontrado cráneos trepanados y deformados datados en 1500 a.C. Los incas denominaban su imperio como Tahuantinsuyu o tierra de las cuatro esquinas. En 1492, cuando Cristóbal Colón descubrió América, el imperio Inca ya era el más grande del mundo: incluía a los actuales países de Perú, Ecuador, Bolivia y partes de Chile, Colombia y Argentina. Lamentablemente el imperio incaico cayó en menos de cien años, luego del arribo

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del español Francisco Pizarro, en Tumbes, junto con 179 conquistadores en 1532 (7). Causas de las trepanaciones Las craneotomías parecen ser un elemento cultural de muchas sociedades, independiente de la época (desde el neolítico hace 10.000 años a la actualidad) o del lugar geográfico (Europa, Latinoamérica, Oceanía, África del norte, etc.) (13-19). Sin embargo, en ningún otro lugar del mundo como en Sudamérica del Pacífico se logró un número tan importante de procedimientos y con una sobrevida estimada entre un 50% a 70% de los “pacientes” (7). Los probables motivos de los pueblos preincaicos para trepanar pueden ser: 1-. Tratamientos de traumatismos de cráneo: Lo anterior se basa en que eran pueblos guerreros que usaban mazos de piedra. Por lo tanto estaban expuestos a traumas con fracturas de cráneo, incluidos hundimientos óseos. Además las fracturas pueden asociarse a hematomas intracraneanos. Existen múltiples cráneos trepanados asociados a fracturas que apoyan esta hipótesis. Varios de ellos tienen las lesiones en la zona temporal o frontoparietal izquierda, lo que indica que su atacante fue un contrincante diestro. Además se han encontrado cráneos trepanados en recintos militares incas del altiplano, en el valle del Urubamba, cerca de Cuzco (capital de imperio Inca). Se ha planteado que entre el 30% a 50% de las trepanaciones en el altiplano eran por heridas de combate (11, 20). 2-. Procedimientos rituales religiosos: Muchos cráneos trepanados presentan deformaciones, las cuales fueron hechas en las personas desde su infancia, con almohadillas y tablas de madera amarradas a su cabeza. Algunos de estos cráneos deformados presentan trepanaciones. Incluso en la actualidad existen algunas tribus costeras que realizan trepanaciones rituales en el hueso occipital, lo que también se ve en cráneos precolombinos de adultos de la cultura huara (2, 21). 3-. Cirugía de la epilepsia: La extracción del presumible agente de la enfermedad ha

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sido planteada como probable causa de las trepanaciones, sobre la base de que con frecuencia los cráneos trepanados no tienen fracturas ni deformaciones; sin embargo, muchos presentan más de una trepanación y en diferentes estadios (Fig. 1). Esto se sabe porque existen diferentes grados de osificación en las trepanaciones. Por lo tanto, se trataría de individuos con afecciones crónicas (epilepsias, cefaleas, etc.) o bien personas predestinadas a trepanaciones múltiples, por motivos desconocidos (19, 20). Lo que atenta contra esta hipótesis es que en muy pocos cráneos de niños se han encontrado trepanaciones. Es pertinente señalar que los Incas, a diferencia de los Mayas, no invocaban a las “posesiones demoníacas” como causa de epilepsia (22). Procedimiento de la trepanación en los pueblos preincaicos A) Pabellones quirúrgicos: En todo el imperio incaico, con la excepción de la Amazonia, se practicaban craneotomías, pero hay necrópolis que se han interpretado como verdaderos centros de trepanación. Incluso se ha sugerido la existencia de centros o escuelas de adiestramiento neuroquirúrgico en Paracas y Cuzco, donde se han encontrado ruinas de posibles hospitales (23). B) El “neurocirujano”: Es probable que existieran dos tipos de “cirujanos”, unos

Figura 1: Cráneo con múltiples trepanaciones. Se observan signos de regeneración ósea en sus bordes, lo cual indica supervivencia.

entrenados llamados Hampicamayac y los chamanes Soncoyoc, estos últimos sin conocimiento, ni habilidad técnica (6, 11). También se conoce la expresión Sirkak, para denominar al cirujano o sangrador. La mayoría de los cráneos trepanados muestran una “cirugía” realizada con conocimientos anatómicos, por ejemplo, fuera de trayecto de los senos venosos. Además, como se ha indicado, más de la mitad de los cráneos encontrados muestran signos de supervivencia, ya sea por cicatrización u osteomielitis. Los riesgos de infección existían y en múltiples cráneos se encontraron signos de osteomielitis en diferentes grados. C) Sedación: Esta se puede haber realizado en pacientes conscientes con mandioca fermentada o bebidas alcohólicas. También se cree que se usó polvo de coca y su hoja para masticar. La coca (Erytroxylon coca) tiene propiedades anestésicas y es originaria de los Andes (24). Aliviaba el dolor de la incisión del cuero cabelludo, la parte más dolorosa del procedimiento. D) Instrumentos quirúrgicos: Se usaron tanto instrumentos cortantes de piedra, como el pedernal y la roca volcánica llamada obsidiana, así como metal en forma de cuchillos de bronce o cobre, cuya forma clásica es el llamado tumi. Corresponde a un cuchillo con hoja en forma de mitad de círculo (Fig. 2), que a veces tenía un mango esculpido con una figura humana

Figura 2: Cuchillos en forma de media luna, llamados tumi: su origen es un hacha. No era un instrumento quirúrgico específico. Posiblemente se usaba para abrir la piel del paciente y no el hueso.

M. Campos / Epilepsia: de la trepanación a la cirugía actual en Latinoamérica

E)

F)

o animal. También existían pinzas, que pueden haberse utilizado para depilar o retirar fragmento de huesos (4, 11, 25, 26, 48). Hemostasia: El control del sangrado se puede haber realizado con la aplicación de extractos de la raíz ratania y de la liana pumacbuca, ambas ricas en ácido tánico y muy conocidas por los pueblos precolombinos (7, 24). La técnica quirúrgica: Los cráneos sin grandes signos de regeneración y los fallecidos en forma inmediata nos permiten conocer mejor las diferentes técnicas empleadas, que básicamente eran tres: La primera corresponde a craneotomías, con cortes rectos que limitan bordes cuadriláteros, poligonales o circulares (Fig. 3), posiblemente se utilizaban cuchillos duros de obsidiana, con bordes muy pulidos. El segundo tipo son trepanaciones por raspados: el instrumento utilizado probablemente fuera una piedra abrasiva frotada sobre la superficie del hueso, hasta lograr atravesar la tabla interna del cráneo y llegar a ver las meninges (Fig. 4). Luego se realizaba un ensanche de la apertura fracturando progresivamente los bordes adelgazados del hueso. Esta técnica fue utilizada por la cultura paraca. Pero estos cráneos suelen no mostrar signos de supervivencia. La tercera técnica corresponde a múltiples agujeros de barreno que delimitaban la zona ósea a extirpar (Fig. 5). Se utilizaban punzones de perfil poligonal que se rotaban hasta perforar el cráneo (6, 7, 11, 27).

Figura 3: Trepanación lineal, en que se aprecian marcas del elemento cortante en los bordes.

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Figura 4: Trepanación por raspado: se aprecia el desgaste de la pared craneana hasta atravesarla en todo su espesor.

Figura 5: Craniectomía con elemento cortante tipo punzón, que deja marcas circulares en los bordes.

G) Sutura: Se han encontrado agujas de metal y hebras de algodón en enterramientos, esto nos puede señalar cómo suturaban la piel. Otra hipótesis es que ataban el cabello de los bordes de la herida y así unían los márgenes (24). H) Tiempo quirúrgico: Se estima que un neurocirujano experto demoraba entre 30 y 60 minutos en realizar una trepanación. Lo anterior ha sido demostrado en 2 ocasiones en el Perú. El primer caso fue en Cuzco en 1944, donde 2 neurocirujanos operaron con instrumentos preincaicos originales, obtenidos del museo Arqueológico de la ciudad, a un joven de 22 años con un trauma de cráneo por haberle caído un árbol en la cabeza. Ellos usaron un tumi para la incisión de la piel y la separación del periostio, luego con un cincel de obsidiana esterilizado lograron abrir el hueso

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I)

J)

y realizaron una trepanación de 6 x 3 cm. Suturaron los bordes de la herida con una aguja de champi. La cirugía duró una hora, pero el paciente falleció a los siete días de una neumonía. Debemos recordar que aún no se disponía de antibióticos (28). El segundo caso fue en 1953, en que 2 neurocirujanos peruanos (Graña y Rocca) (29) hicieron primero una cirugía experimental en un cadáver. Ellos obtuvieron un tumi y cuchillos de obsidiana del Museo Nacional de Antropología y Arqueología de Lima. Luego realizaron una cirugía in vivo en un paciente con trauma de cráneo, con hemiplejia y afasia. El paciente fue intubado y sedado, para luego proceder con instrumentos preincaicos estériles a realizar una craniectomía oval, con exposición de las meninges y drenaje de un hematoma. El paciente sobrevivió sin problemas. Complicaciones: La primera era la muerte, que ocurriría en menos del 50% de los “pacientes”. Sin embargo, las infecciones óseas (osteomielitis) eran muy frecuentes, ya sea como pequeñas porosidades alrededor de la trepanación, o bien grandes infecciones con signos de regeneración; éstas no permiten conocer la forma de la trepanación original e indican supervivencia por años. Incluso existen momias que muestran el reemplazo de la piel normal por tejido fibroso, que hace cuerpo con las meninges. Algunos individuos que fallecieron durante la cirugía y luego fueron momificados nos permiten saber cómo el “neurocirujano” abría la piel del cráneo, con incisiones en forma de cruz (11). Craneoplastias: Se planteó que la corrección del defecto óseo pudiera haber sido hecha con elementos orgánicos, tales como hojas de coca, mate o cáscaras de calabazas, lo cual es biológicamente imposible. Sin embargo, se han encontrado reparaciones de los defectos con pequeñas láminas de oro (Fig. 13). Se cree que este método se aplicaba a pacientes de la nobleza, pero varios de estos cráneos no presentan elementos de sobrevida, lo cual sugiere que era un intento fallido de cerrar el defecto óseo (30).

Variante de la trepanación Una variante de la trepanación clásica corresponde a una pseudotrepanación (raspado o pequeñas trepanaciones) realizada sobre el inión de la región occipital, en la unión masto-occipital, sobre los llamados “huesos wormianos”. El 52% de estos cráneos con huesos wormianos además presentan deformaciones intencionales (21), en contraste con un 33% de los cráneos sin deformaciones. Algunos autores postulan que no fueron verdaderas trepanaciones, sino necrosis ósea por presión.

El siglo XIX La primera cirugía formal de la epilepsia de la era moderna fue realizada en Londres por el Dr. Victor Horsley el día 25 de mayo de 1886, en un caso del Dr. John H. Jackson. Se trató de un paciente de 22 años, quien tenía una epilepsia focal secundaria a una fractura deprimida producto de un trauma a los 15 años. En Latinoamérica, el Dr. Razetti en Venezuela y el Dr. Maldonado en Colombia operaron los primeros pacientes con crisis “jacksonianas” en 1893 y 1897, respectivamente (31). Ambas intervenciones se efectuaron en pacientes con epilepsia postraumática.

El siglo XX La cirugía de la epilepsia comenzó formalmente en Montreal, Canadá, con J. Penfield y en Inglaterra por M. Falconer, en la década de 1940, después de la introducción de la electroencefalografía (EEG) a partir de los hallazgos del neurólogo y psiquiatra alemán Hans Berger en 1931. En Latinoamérica se comenzó con extirpación de lesiones también en la década de los 40, siendo probablemente el primer reporte el realizado por el Dr. Schroeder de Uruguay, durante el tercer Congreso Sudamericano de Neurocirugía (32), quien reportó 10 pacientes con estudio preoperatorio con EEG de 8 canales y angiografía cerebral, además de electrocorticografía intraoperatoria, que fue el criterio principal para realizar la resección. Estas fueron las primeras cirugías de la epilepsia con orientación funcional en Latinoamérica.

M. Campos / Epilepsia: de la trepanación a la cirugía actual en Latinoamérica

Alfonso Asenjo, el padre de la neurocirugía chilena, publicó en 1951 una serie de 221 pacientes con cirugía de la epilepsia (33), que fue por casi 50 años la serie más grande publicada en Latinoamérica. En ellos se incluían 96 epilepsias “per se”, la mayoría frontales y temporales postraumáticas. La serie tenía un 69% de buen resultado en el control de las crisis. La cirugía de la epilepsia del lóbulo temporal fue iniciada en Latinoamérica por el Dr. Martínez en Venezuela en 1955, quien hasta 1972 había intervenido 13 pacientes, de ellos 9 libres de crisis (34). También hay series argentinas (Ghersi) y uruguayas (Bogacz) (35). Mención especial se debe hacer al Dr. Niemeyer de Río de Janeiro, Brasil, quien describió en 1957 la amigdal-hipocampectomía selectiva, a través de abordaje transventricular (36). Una variante de esta técnica por abordaje transilviano fue popularizada a comienzos de la década de los 80 por los Drs. M.G. Yasargil y H.G. Wieser en Suiza (37). Enfoques estereotáxicos fueron usados en forma pionera por los Drs. A. Basso y O. Betti, en Argentina (38), siguiendo la escuela de Bancaud y Talairach del Hospital Santa Ana, en París, Francia, así como el Dr. R. Marino en Brasil, con la callosotomía por estereotaxia (39) y el Dr. R. Zamboni en Chile (40). Lamentablemente, estas técnicas no trajeron los resultados esperados y han caído prácticamente en desuso. Cirugías resectivas en epilepsia, como casos aislados, han sido comunicados en Perú (Rocca) (41), Argentina (Ferrarese) (42) y Bolivia. Dada la gran complejidad diagnóstica y terapéutica, la cirugía de la epilepsia sólo se realizó formalmente en pocos centros en el mundo, hasta fines de la década de los 80, cuando, gracias al advenimiento de la Resonancia Magnética de Cerebro y la introducción masiva del video-EEG digital, la Cirugía de la Epilepsia tuvo un renacer, siendo hoy una probada herramienta terapéutica para los casos de epilepsia refractaria a medicamentos (43). Es interesante señalar que en los centros de Cirugía de la Epilepsia más importantes del mundo trabajan destacados epileptólogos latinoamericanos, como es el caso del Dr. Hans Lüders, quien nació en Chile, estudió en la Pontificia Universidad Católica de Chile y actualmente es el Jefe de Neurología de la Fundación Cleveland de Ohio. Del mismo país y universidad

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fue el Dr. Luis Felipe Quesney, quien trabajó por largos años en el Instituto Neurológico de Montreal, fallecido recientemente. También a ese Centro de excelencia pertenece el Dr. José Montes, neurocirujano pediátrico mexicano, Jefe de Sección de Neurocirugía Pediátrica. El Dr. Rubén Kuzniecky, quien nació en Panamá y estudió medicina en Argentina, es el Jefe de la Unidad de Epilepsia del NYU Medical Center (Nueva York), autor de importantes textos de imagenología y clínica de las epilepsias.

El siglo XXI Pese a que la cirugía de la epilepsia tiene más candidatos que los aneurismas cerebrales y sus resultados son mucho mejores, ya que optimizan la calidad de vida de los pacientes y permiten su reinserción laboral o estudiantil, actualmente sólo pocos países en Latinoamérica cuentan con programas formales de cirugía de la epilepsia: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México y Uruguay. Algunos otros países (Panamá y Ecuador) están comenzando programas con apoyo de convenios. De los países antes mencionados, sólo Brasil en Latinoamérica cuenta con un programa gubernamental, que apoya a seis centros universitarios. Estos centros cuentan con todos los recursos humanos y materiales para realizar todos los tipos de cirugía de la epilepsia y el gobierno paga una suma fija por cada paciente. En Brasil se destacan neurofisiólogos de gran prestigio que trascienden las fronteras de Latinoamérica, como son los Drs. A. Sakamoto, J. Da Costa, A. Palmini, F. Cendes, C. Guerreiro, M. Guerreiro, I. Lopes-Cendes, C. Silvado y neurocirujanos como: A. Cubiert, M. Moro, R. Marino y E. Paglioli, entre otros destacados colegas. En Colombia, hace largos años, el Dr. J. Fandiño fundó el Hospital de la Liga Colombiana Contra la Epilepsia, en la ciudad de Cartagena de Indias. En este centro se realiza el diagnóstico y tratamiento quirúrgico de la epilepsia, con un alto estándar y a bajo costo, gracias a un gran esfuerzo de todo un equipo de trabajo sin fines remunerativos (44). También actualmente Bogotá cuenta con por lo menos dos programas, con los Drs. C. Medina-Malo y el Dr. D. Nariño.

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En Argentina existen dos grupos organizados. Uno en Buenos Aires liderado por el neurocirujano H. Pomata, desarrollando sus actividades, a nivel pediátrico, en el Hospital de Pediatría Garrahan y, a nivel también general, en la Fundación para la Lucha contra las Enfermedades Neurológicas de la Infancia (FLENI). El segundo en Córdoba, encabezado por el neurocirujano Dr. J.C. Suárez, secundado por los neurólogos Drs. Z. Sfaello y J. Bulacio de la Universidad Católica de Córdoba. Hay también otras instituciones con programas en ciernes, v. gr. el del Hospital Pediátrico Notti de la provincia de Mendoza, el del Hospital General “Dr. Cosme Argerich” en la Ciudad de Buenos Aires y el del Hospital General Interzonal de Agudos “Prof. Dr. Rodolfo Rossi” de La Plata, en la provincia de Buenos Aires. La cirugía de la epilepsia nació en Chile en el Instituto de Neurocirugía, que hoy lleva el nombre de su fundador, Alfonso Asenjo. Este centro hoy cuenta con un programa de cirugía de la epilepsia en niños, a cargo de los Drs. Arturo Zuleta y Lilian Cuadra, bajo la Jefatura del Dr. Sergio Valenzuela. Hace un año se concretó la así llamada “planificación estratégica” de las actividades a desarrollar en 2005 y 2006, avalado por el Ministerio de Salud Pública, lo que implica la expectativa de operar alrededor de 40 pacientes durante el año en curso. En el Hospital Clínico de la Pontificia Universidad Católica de Chile se realiza el tratamiento quirúrgico de la epilepsia. Esta institución cuenta con la infraestructura material y humana necesarias para el diagnóstico y tratamiento de todas las formas de epilepsia. El grupo de trabajo entrenado en cirugía está conformado por los Drs. J. Godoy, T. Mesa y M. Campos (45). Este centro tuvo entre sus pioneros al Dr. C. Vera, formado en el Instituto Neurológico de Montreal con el Dr. Penfield en la década de 1960, luego a comienzos de los noventa el grupo de neurofisiólogos se entrenó en Cleveland y el neurocirujano en Bonn, Alemania. Actualmente se han formado en la Universidad Católica médicos de Colombia (H. Carmona), Ecuador (C. Bazallo y J. Pesantes) y Bolivia (M. Mantilla), con el objeto de que implementen este tratamiento quirúrgico de la epilepsia en sus respectivos países. En México los Drs. F. Velasco y M. Velasco han sido pioneros en la cirugía de la epilepsia,

además de uno de los líderes mundiales en estimulación cerebral profunda. Pero existe un programa nacional de cirugía de la epilepsia en el Instituto Neurológico liderado por el Dr. Mario Alonso-Vanegas. Existen centros nacientes en diferentes estados mexicanos. Actualmente la Comisión Latinoamericana de la Liga Internacional Contra la Epilepsia tiene una Comisión de Cirugía de la Epilepsia. La meta es crear pautas de requerimientos mínimos (46), para desarrollar la cirugía de la epilepsia en todos los países que carecen de esta importante y probada herramienta terapéutica (47).

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DOCUMENTOS

Historia y patrimonio cultural de salud: propuesta de una biblioteca virtual latinoamericana 237 An. chil. hist. med. 2006; 16: 237-242

Historia y patrimonio cultural de salud: propuesta para la creación de una biblioteca virtual latinoamericana1

I.

Contexto general

Diariamente vivenciamos en el mundo actual las tendencias conflictivas de la globalización y de la identidad. La llamada revolución de las tecnologías de la información y la reestructuración del capitalismo introdujeron una nueva forma de sociedad, la sociedad en red, un modo de organización que definiría una cierta condición o grado de competitividad e incluso de supervivencia en la escena globalizada. Sobre todo los agentes envueltos más directamente en estos espacios de las redes vivenciarían un proceso de aceleración del tiempo y de compresión del espacio que terminaría por producir una enajenación en relación a sus ambientes de origen, sean institucionales, locales, regionales o nacionales. Las redes dominantes, sus agentes gravitando alrededor de nodos y ubicaciones –también éstos en constante movimiento– serían el espacio por excelencia del tiempo instantáneo, donde las ideas de memoria y de cultura como patrimonio pierden sentido y la historia tiene su muerte anunciada. Como componente paradójico de esta misma escena, de tiempo acelerado y espacio comprimido, de dispersión y fragmentación, individuos y colectividades se empeñan por encontrar nexos de sentido a partir de la construcción o reconstrucción de identidades, siendo las más visibles aquellas de tipo primario, sean de género, de corte religioso, étnico o territorial. Así, hemos asistido al avance de expresiones poderosas de identidad colectiva que desafían la globalización y el cosmopolitismo

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en función de la singularidad cultural y del control de las personas sobre sus propias vidas y ambientes. Son movimientos sociales que traducen acciones colectivas con un determinado propósito cuyo resultado, tanto en caso de éxito como de fracaso, transforma los valores e instituciones de la sociedad. Nos referimos aquí a la voluntad política de actores sociales, que decididos a intervenir en la realidad buscan la identidad como un proceso de construcción de significado con base en un atributo cultural, o aun un conjunto de atributos culturales interrelacionados, el (los) cual (les) prevalece(n) sobre otras fuentes de significado. Fundamento de la identidad, de la energía, de las ideas y del conocimiento creativo de los grupos sociales, la cultura en toda su diversidad es factor de desarrollo y de coexistencia en todo el mundo. En este sentido, el interés creciente de organismos internacionales, agencias estatales, organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales vienen estimulando desde el último cuarto del siglo XX el desarrollo de actividades dirigidas a la salvaguardia del patrimonio cultural, a la protección y al estímulo de la diversidad cultural y al fomento del pluralismo y al diálogo entre las culturas. A partir de los años 1960, decenas de eventos realizados para la elaboración de recomendaciones y criterios para la salvaguardia de los bienes culturales consolidaron internacionalmente el concepto de patrimonio cultural, contribuyendo para la expansión de las prácticas patrimoniales y dando origen a las políticas culturales estatales.

Presentada por la Casa de Oswaldo Cruz, de FIOCRUZ, Brasil, y la Unidad de Patrimonio Cultural de la Salud del Ministerio de Salud de Chile, en la IV Reunión Regional de Bibliotecas Virtuales en Salud de Latinoamérica y el Caribe. Salvador, Brasil, septiembre de 2005.

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En reunión de la UNESCO, realizada en París a comienzo de la década de 1970, fueron definidos en el documento Convención sobre la salvaguardia del patrimonio mundial, cultural y natural, los conceptos de patrimonio cultural y patrimonio natural, resaltando las posibilidades de cada Estado presente en la reunión, en lo que se refiere a la obligación de identificar, proteger, conservar, valorizar y transmitirlos a las futuras generaciones. Con la observancia de la soberanía de los Estados, fue aprobada en esa asamblea la constitución del patrimonio cultural en cuanto bien de valor universal, cuya protección quedaría bajo la responsabilidad de la comunidad internacional. En líneas generales, ese concepto de patrimonio y las políticas y conductas asociadas estuvieron a partir de allí marcadamente identificadas a la protección de monumentos, lugares, sitios históricos, espacios y edificaciones. Entre tanto, esta tendencia no significa que desde fines de la década de 1960, en el contexto americano, recomendaciones innovadoras pretendiesen la extensión del concepto de monumento a las manifestaciones culturales de los siglos XIX y XX, así como al acervo sociológico del folclor nacional. Esas innovaciones, introducidas también bajo la rúbrica de organismos internacionales como la Organización de los Estados Americanos, sin duda actualizaban concepciones ya esbozadas por los estados nacionales en períodos anteriores en torno a la valorización de los patrimonios históricos y artísticos nacionales. Entretanto, solamente ganarían densidad con el decorrer de las décadas siguientes. Al comienzo del nuevo milenio podemos observar la generalización de una comprensión del concepto de patrimonio que pasa a contemplar la noción de patrimonio inmaterial, como componente esencial de la identidad cultural y, en este sentido, de las acciones destinadas a su protección, así como a la promoción de la interacción armoniosa entre las culturas. Para quienes han formulado el concepto, en tiempos de globalización, factores como la tendencia a la uniformidad cultural, conflictos armados, la industrialización, el éxodo rural, las migraciones o degradaciones del medio ambiente, representan amenazas al mantenimiento de ese patrimonio que comprende las prácticas, representaciones, expresiones, memorias, conocimientos y técnicas que las comunidades,

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los grupos y, en algunos casos, los individuos reconocen como parte integrante de su propia historicidad, de su identidad. Entretanto, aunque se generalicen tales comprensiones, y que cultura, memoria e historia integren la búsqueda contemporánea por la identidad, solamente desempeñarán papeles transformadores a medida que se tome la decisión de hacerlo por parte de los agentes sociales envueltos. Los desafíos colocados por este escenario a las acciones institucionales dedicadas a la cultura, a la memoria y a la historia son de gran complejidad, sobre todo porque puede estar en juego su propio significado social.

II. El Patrimonio en la Salud En las tres últimas décadas del siglo pasado, la concepción de una agenda internacional de preservación del patrimonio cultural tuvo, en cierta medida, repercusión en diversos países –sobre todo a partir de los años 1980– con impactos en la formulación e implantación de iniciativas de rescate de la memoria y de concientización de la sociedad sobre la importancia del patrimonio histórico-arquitectónico y documental. En esta década tomaron forma las iniciativas inseridas en un movimiento más amplio de rescate de la memoria, de valorización de sus varios modos de registro y de derecho a la información como atributos fundamentales al ejercicio de la ciudadanía y como parte de las responsabilidades del Estado. En el caso de Brasil, por ejemplo, es posible afirmar que, bajo ciertos aspectos, el proceso de redemocratización que posibilitó la restitución de derechos civiles y políticos proporcionó condiciones favorables para innúmeras acciones dirigidas a preservar parcelas significativas de la memoria y del patrimonio documental del país. Los archivos y la documentación histórica, de cierto modo, se beneficiaron de esa “fiebre de memoria” que entraba en escena no apenas como tema de estudio entre especialistas, sino que se revelaba –en aquel contexto– como soporte de los procesos de construcción de la identidad nacional, de reivindicaciones de grupos y de la expresión de anhelos de varios segmentos sociales que retornaban con vigor a

Historia y patrimonio cultural de salud: propuesta de una biblioteca virtual latinoamericana

las arenas de la negociación política. Situaciones semejantes pueden ser identificadas en varios otros países de la región de las Américas en un contexto de recuperación y consolidación de las condiciones de expresión libre y ampliación de la participación social. En el mismo movimiento, en los campos de la ciencia y de la salud, la “efervescencia de la memoria” encontró los más diversos caminos en la construcción –sobre todo en la esfera pública– de proyectos e iniciativas de carácter interdisciplinares y multidisciplinares, que identificando competencias y potencializando sinergias, incrementaron la provisión de conocimientos sobre los procesos históricos, sociales y político-institucionales en ciencia, tecnología y salud. Ese incremento, fundamental en la medida en que aumentaba el acervo de conocimientos sobre ciencia y salud socialmente disponible, pasó también a ser gradualmente percibido como un componente de fortalecimiento de la capacidad estratégica del Estado en estas áreas. En este recorrido –en el caso de la experiencia brasileña– participamos por medio de innúmeras acciones orgánicamente instituidas, de la propia constitución de los campos de la historia, de la memoria y de la educación y divulgación de las ciencias de la salud. La preservación y difusión de la memoria de la asistencia psiquiátrica, del movimiento sindical de la salud, de las entidades profesionales, de las sociedades médicas, de las academias y de las escuelas médicas, de la producción científica, de los registros relativos a la vida y obra de sus principales personajes, se inscriben –al lado de las investigaciones históricas– en un proceso exitoso que hoy nos demanda mayor integración y acciones cooperativas. Esta integración ya es visible entre los Ministerios de Salud y de Cultura y recientemente pasaron a encontrar, en el ámbito de la salud, la visibilidad adecuada en programación presupuestaria pública. En Chile, los temas del patrimonio cultural de la salud fueron en los últimos años reconocidos como objetos de atención pública en el ámbito específico del Ministerio de la Salud. De este modo se desarrolla hoy, en ese país, con un abordaje intersectorial, descentralizado y participativo un conjunto de acciones en áreas como documentación, patrimonio arquitectónico, pesquisa histórica y difusión cultural, que

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afirman la historia y el patrimonio cultural como dimensiones relevantes de las políticas de salud en un contexto de reforma sectorial. Procesos semejantes, con diferentes grados de desarrollo, se han verificado en los otros países de la región, lo que ha demostrado un aumento de la capacidad de institucionalización del área. La salud, como esfera de política pública, desempeñó un papel crucial en la construcción y consolidación de la nación, del Estado y de sus relaciones con la sociedad. En Brasil, por ejemplo, las campañas sanitarias de inicio del siglo XX; la constitución de las agencias estatales federales de salud pública entre las décadas de 1930 y 1940; la creación del Ministerio de Salud en la década de 1950; el movimiento de la Reforma Sanitaria Brasileña; la creación del Sistema Único de Salud – SUS, las Conferencias Nacionales de Salud son, entre otros, marcos de una trayectoria directamente asociada a la formación de un valioso patrimonio, expresado en los más diversos registros, bienes, testimonios y acervos de informaciones y conocimiento. Una cartografía de este patrimonio puede aún contemplar y construir sensibilidad en cuanto al valor e importancia de las colecciones científicas como parte del patrimonio natural de un país y del planeta y, sobre todo, como elemento de la cultura científica, en la senda de la tradición inaugurada por los museos de historia natural en el siglo XIX. Ellas adquieren sentidos de actualidad y valor estratégico, en la medida que constituyen provisiones de informaciones indispensables para la producción del conocimiento científico original. Su accesibilidad y usos son indispensables para su preservación a medida que posibilitan aumentar el reconocimiento acerca de su importancia. Una sociedad preserva aquello que se reviste de valor y esto depende de sus usos sociales. La gran diversidad de actores institucionales y sociales de la salud puede y debe ser comprendido en una perspectiva ampliada de patrimonio, con tradiciones culturales, prácticas y valores simbólicos, elementos en definitiva de experiencias colectivas y vivencias personales de inestimable valor para sus personajes, muchos de los cuales están interesados en fortalecer, valorizar y difundir este vasto acervo de la salud enriquecido y renovado por las nuevas mediaciones que hoy se procesan entre ciencia, salud y sociedad.

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La Carta de Bogotá sobre Promoción de la Salud, elaborada y adoptada por la Conferencia Internacional de 1992, definió como uno de sus compromisos el estímulo al diálogo y a la integración cultural como instrumentos esenciales en la incorporación del proceso de desarrollo de la salud al conjunto del patrimonio cultural de América Latina. La sensibilidad del Estado, de las organizaciones no gubernamentales, asociaciones comunitarias, representantes de los servicios, especialistas, docentes y otros profesionales se expresa también en su dimensión regional. Con los más diferentes grados de institucionalización, podemos identificar en algunos países de la región, iniciativas que al asumir este compromiso, lo hacen, como regla general, en una perspectiva que busca combinar investigación histórica, memoria y preservación del patrimonio documental. En este sentido, basándose en los aspectos arriba apuntados, consideramos el Patrimonio Cultural Salud como un conjunto de bienes materiales y simbólicos socialmente construidos que expresan el proceso de la salud individual y colectiva en sus dimensiones científica, histórica y cultural. Los resultados alcanzados a partir de estas acciones vienen proporcionando una alteración cualitativa de la percepción de los varios agentes institucionales acerca de la memoria social y de los procesos históricos en ciencia y salud, así como de la divulgación y educación en ciencia y salud como partes integrantes de políticas públicas consistentes para el sector, elemento fundamental para comprensión del proceso histórico y para la construcción y fortalecimiento de las identidades colectivas de los agentes sociales. Como ya señalamos, una de las nuevas tareas es promover lazos de conectividad entre los agentes e instituciones en el campo de la memoria y de la historia de la salud. Se pretende apuntar para una actitud proactiva que estimule acciones integradas y cooperativas de agencias públicas e instituciones privadas con trayectorias consolidadas y en fase de consolidación, y que desarrollen inversiones en investigación y formación de competencias en los campos de la historia y de la memoria de la salud, fomentando capacidades y compartiendo el saber. Esta iniciativa, aspiración corriente de los principales actores del sector salud, deberá desarrollarse de forma progresiva constituyéndose

en una red latinoamericana del Patrimonio Cultural de la Salud y, sobre todo, contribuir para la construcción de identidades de instituciones, de profesionales de la salud y de sus principales agentes y movimientos sociales, al reconocer en ella elementos de gran relevancia simbólica y material en su campo de actuación. Al mismo tiempo, servirá para interacción del Estado, de la sociedad y de los individuos en el proceso de reconstrucción crítica del pasado por medio de productos/servicios que proporcionen para públicos amplios el encuentro con pasajes relevantes de la historia de la salud y hagan referencia a importantes registros de su memoria. 1.

Principios y Objetivos de la Red

Una red colaboradora como la esbozada arriba debe orientarse por los siguientes principios y objetivos generales: •















Contribuir a la formulación e implementación de políticas de identificación, recuperación y valorización del Patrimonio Cultural de la Salud; Promover la cooperación técnico-científica en el ámbito de programas, proyectos y actividades dirigidos a la identificación, recuperación, valorización e integración del Patrimonio Cultural de la Salud. Estimular la aproximación entre las instituciones públicas y privadas responsables de registros y bienes constitutivos del Patrimonio Cultural de la Salud. Establecer acciones comunes que garanticen la optimización y racionalización de recursos financieros, humanos y materiales. Compartir informaciones y documentación técnica relacionada a acciones y temas de interés común. Tornar visible y disponible para el sector salud un conjunto de competencias institucionales establecidas en las áreas de identificación, recuperación, valorización y difusión del Patrimonio Cultural de la Salud. Establecer formas de aproximación con acciones en desarrollo en los países de América Latina y Caribe, así como junto a países africanos de habla portuguesa. Estimular formas de capacitación de profesionales para el desempeño de las

Historia y patrimonio cultural de salud: propuesta de una biblioteca virtual latinoamericana









actividades técnico-científicas dirigidas para la identificación, recuperación, valorización, y difusión del Patrimonio Cultural de la Salud. Definir e implementar acciones dirigidas para la captación de recursos que posibiliten la sustentación de iniciativas en desarrollo y garanticen la apertura de nuevas líneas de acción. Estimular el desarrollo y disponibilidad de metodologías y tecnologías que puedan constituir un “Banco de Recursos Tecnológicos” disponible para los integrantes de la red. Garantizar la constitución de bases sólidas de fuentes de informaciones, como condición indispensable para la producción académica en los campos de las ciencias sociales y humanas en salud, para el desarrollo científico y cultural. Promover la investigación dirigida hacia la búsqueda del conocimiento histórico sobre la salud y las ciencias de la salud, así como la apropiación y actualización, por la sociedad, de las referencias culturales de la salud, como modos por excelencia de realización social de las inversiones en la preservación del patrimonio cultural de la salud.

III. Una estrategia BVS La Biblioteca Virtual de Salud, por el éxito ya alcanzado como espacio virtual y base distribuida de conocimiento y forma de organización del trabajo cooperativo en el dominio de la información en salud, constituye hoy una de las importantes posibilidades para que sean ampliadas la visibilidad y los usos sociales del patrimonio cultural de la salud. Se entiende que el momento actual es especialmente propicio para el establecimiento de una agenda común destinada al desarrollo y uso integrado de soluciones método-tecnológicas para el procesamiento de informaciones; para el intercambio de las experiencias en andamiento en los varios países; para la constitución de bases de información que amplíen el acceso a los varios acervos existentes en la región; para el apoyo a la formación de redes de investigación y trabajo de investigación en torno de los temas

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de la historia de la medicina y de la salud y de las ciencias biomédicas, así como para la promoción de una cultura crítica de la salud y de las ciencias de la salud junto a las varias colectividades que conforman las sociedades americanas. En este sentido, se sugiere la creación, en el ámbito de la red BVS-OPAS, de una Biblioteca Virtual Temática de Historia y Patrimonio Cultural de la Salud (BvHPCS). Esta biblioteca deberá desarrollarse de manera articulada a la Biblioteca Virtual de Historia de la Salud y de la Medicina, que desde ya se configura como un segmento integrante de la estructura de la BvHPCS. Así, deberán conformar el alcance de la BvHPCS, los siguientes dominios, caracterizados por la información relativa, principalmente: (1) la producción de conocimiento histórico, caracterizado por la bibliografía secundaria, los directorios de instituciones, grupos e investigadores, a ser atendida por la Biblioteca de Historia de la Salud y de la Medicina - BvHSM; (2) la enseñanza de historia de la salud y de la medicina, mediante directorios de programas y cursos, atendido por la BvHSM; (3) la memoria archivística y documental, refiriéndose a la información relativa a las instituciones a cargo de fondos de archivo y colecciones de interés, en sus varios soportes, y para la representación de la información registrada en los documentos, dossieres, series y fondos; (4) las colecciones bibliográficas raras o especiales, buscando caracterizar e identificar las principales colecciones de la región, y promoviendo la conservación y el acceso a la información; (5) los registros de historia oral y de la acción documentaria acerca de las memorias, de las prácticas tradicionales, entre otras manifestaciones culturales, así como de la experiencia de individuos, instituciones y colectividades alrededor de los temas de la salud; (7) el patrimonio museográfico y artístico relacionado con la salud, incluyendo la identificación de instituciones y la representación de acervos y piezas;

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(8) el patrimonio arquitectónico representado por las edificaciones y los espacios físicos relacionados a la historia de la salud y de la ciencia & tecnología en salud, su identificación, registro y representación; (9) los usos del patrimonio cultural en la producción de nuevos conocimientos y en su difusión en acciones de educación y comunicación en salud, entre otras posibilidades; (10) los saberes disciplinares y técnicos comprometidos con las actividades de patrimonio cultural, en la especificidad de sus aplicaciones al campo de la salud y de la ciencia y tecnología en salud. 1.

a.

Sobre el desarrollo de fuentes de información



Constituir un Directorio de instituciones, proyectos, iniciativas y acciones en el ámbito del Patrimonio Cultural de la Salud. Establecer y/o desarrollar metodologías y tecnologías para el tratamiento: – de la información archivística; – de la información relativa al patrimonio arquitectónico histórico; – de la información concerniente al patrimonio museográfico y artístico. Implementar iniciativas con vistas a la constitución de fuentes de información integradas al ambiente BVS en cada uno de los dominios arriba mencionados. Implementar, integrada a BvHPCS, basándose en la metodología y en la tecnología desarrolladas por el convenio FiocruzMS/Bireme-Opas, una serie de bibliotecas virtuales dedicadas a las trayectorias personales y a las obras completas de personalidades de la historia de la salud en las Américas.





Una Agenda

• Definir responsabilidades en cuanto a la conducción institucional de la BvHPCS; • Establecer las formas de funcionamiento integrado entre la BvHPCS y la BvHSM; • Definir y constituir un consejo consultivo para la orientación programática de la iniciativa. • Establecer un plan de desarrollo.



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Historia de las grandes etapas de la Cirugía en Chile (Lección inaugural del Curso de Cirugía de la Cátedra del Profesor Álvaro Covarrubias, 1956) Enrique Laval M. (1895-1970)

Debo palabras de cordial agradecimiento al profesor Covarrubias por el honor que me dispensa al ofrecerme su cátedra el día de la lección inaugural del nuevo curso de cirugía, para presentar ante ustedes, en sus líneas más generales, la historia de las grandes etapas del desarrollo de la cirugía en nuestro país, que durante siglos fue el menguado reflejo de los destellos que irradiaban desde el viejo continente. Interpretar nuestro lento progresar durante los tres primeros siglos que siguieron al descubrimiento y conquista del país, nos obliga a presentar una visión del sitio que ocupaban en esa época en Europa la cirugía y los cirujanos. Nunca el desarrollo de la cirugía marchó paralelo al de la medicina; al contrario, estuvo caracterizado por un ritmo lento e irregular. A este caminar se sumó el entredicho secular entre médicos y cirujanos. La cirugía de los primeros siglos no fue más allá de la curación de heridas, apertura de abscesos, extracción de aquellos cuerpos extraños fácilmente accesibles, sangrías y, en los pueblos primitivos, con profundo sentido religioso, la trepanación del cráneo. La cirugía india avanzó y aún recordamos hoy sus operaciones plásticas en las cuales habían logrado un progreso cierto, como fue la rinoplastía. A esta terapia se unió el tratamiento de fracturas y luxaciones, la talla para la extracción de cálculos vesicales según el procedimiento que imperó hasta el siglo V d.C., la operación de hernias y extracción de cataratas. Celso, el célebre médico romano de comienzos de la era, escribió largamente sobre el tratamiento de las heridas y sus complicaciones, especialmente la erisipela y la gangrena, y sobre hemostasis.

Dos siglos más tarde, Galeno en su tratado de cirugía, describe la resección costal en el tratamiento del empiema y, al llegar al siglo VII, la lectura de los libros del célebre médico bizantino Pablo de Egina nos revela extraordinarios progresos: trata largamente del cáncer del útero y de la mama; reputa por inútil la intervención en el primero, pues la operación es siempre tardía, cuando ya se han producido metástasis y en el de la mama recomienda su extirpación precoz y señala su técnica. Conoce el absceso del hígado y lo trata con el cauterio. Describe la técnica de la operación radical de la hernia inguinal que siguió efectuándose conforme a sus indicaciones hasta muy adentrado el siglo XII, opera al mismo tiempo los condilomas de los genitales femeninos, las fístulas del ano, los hemorroides y las várices. Después del siglo VII la cirugía se refugió en los árabes en medio de quienes arrastró una vida lánguida. El clásico tratado de Abulcasis es muy inferior a los escritos de Oribasio, médico bizantino del siglo IV, Aecio de Amida del 500 y de Pablo de Egina que acabamos de citar. En la Edad Media el nivel de la cirugía decrece considerablemente y aunque surgen figuras eminentes como Guillermo Salicet, del siglo XIII, Lanfranc de la misma época y Guido de Chauliac en el XIV que la hicieron vivir momentos de esplendor inusitado, vuelve a decaer nuevamente hasta que aparecen Ambrosio Paré y Vesalio para después de sus sucesores volver a retrogradar. Causa fue que la cirugía había vivido no solamente divorciada de la medicina sino en beligerancia; los cirujanos no eran precisamente menospreciados sino sencillamente despreciados, confundidos con los barberos, su oficio reputado por vil y sólo propio de esclavos y miserables.

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Numerosos esfuerzos se habían realizado para sacarla de la postración en que yacía, pero todos estrellabánse contra la incomprensión del público y la oposición de los médicos para que esa rama lograra un nivel satisfactorio. En los siglos XIV y XV, los barberos constituidos en corporación fueron encargados por los médicos y cirujanos de practicar ciertas operaciones: sangrías, ventosas, abertura de abscesos, aplicación de cauterios, etc… y, a poco, consolidando estos derechos, los extendieron a la curación de heridas e incluso a pequeñas intervenciones quirúrgicas. Debido a la destreza manual que adquirieron, y a las moderadas tarifas que cobraban, el público los prefería a los cirujanos y de este modo y en forma paulatina casi toda la cirugía general que se practicaba en esa época pasó a sus manos y sólo la especializada fue ejercida por los cirujanos. En el hecho, los barberos eran los cirujanos más numerosos y más solicitados. A comienzos del siglo XIV la pequeña cofradía francesa de San Cosme, que había sido fundada en 1268, compuesta por cirujanos, se organizó y obtuvo el derecho de supervigilar el ejercicio profesional quirúrgico de los barberos. Poco a poco fueron agregándose nuevas atribuciones hasta convertirse en una verdadera Facultad paralela a la de Medicina de París, pues enseñaba la cirugía y concedía títulos de bachiller, licenciado y maestro. No obstante, los barberos, más numerosos y disfrutando de la influencia del barbero del Rey, continuaron practicando la cirugía con la mayor amplitud. Por su parte, la Facultad de Medicina de París, integrante de la Universidad, no quiso renunciar a sus derechos sobre barberos y cirujanos que poseía en virtud de sus constituciones y se opuso a la extensión de los privilegios concedidos a la cofradía de San Cosme. Todos estos intereses antagónicos de la Universidad, Cofradía y barberos duraron prácticamente hasta fines del siglo XVIII y ejercieron dañina y marcada influencia sobre el desarrollo y evolución de la cirugía. Todas estas posiciones contradictorias e irreductibles tenían necesariamente que desencadenar una prolongada lucha tan desapacible como estéril. Si bien hubo periódicas treguas, los odios fermentaban sordamente, transmitiéndose de una generación a otra.

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Durante todo el siglo XIV los cirujanos de San Cosme negaron todo derecho a los barberos para intervenir en operaciones quirúrgicas, pero en 1372 un edicto real señaló aquellas que podían practicar los barberos; sin embargo, siempre los cirujanos de traje largo, los de San Cosme, mantuvieron supremacía y jurisdicción sobre aquéllos y el derecho a conferir grados en cirugía. El pequeño margen de intervenciones que el real edicto permitió a los barberos fue suficiente para que desacreditaran totalmente el arte. Como una reacción frente al descrédito en que los barberos habían sumido la cirugía, la Cofradía trató de elevar el nivel cultural de los cirujanos y ninguna medida parecióle más adecuada que exigir a los postulantes al bachillerato que conocieran la lengua latina y rindieran en ella sus exámenes. Todas las medidas fueron prácticamente inútiles. Los barberos dominaban el campo de la cirugía y aun cuando carecían de atribuciones se arrogaron derechos que no poseían. A tal punto llegaron su auge y audacia que la Cofradía acudió a la Universidad de París, ofreciendo hacer reconocer sus alumnos como propios de ella, seguir sus cursos y aun someterse a sus exámenes. Durante medio siglo médicos y cirujanos tuvieron un entendimiento cordial; estos frecuentaron sus escuelas, adquirieron conocimientos médicos, pero en la práctica continuaron otorgando títulos sin intervención de la Facultad de Medicina. En 1470, la Facultad tuvo oportunidad de hacerse representar por dos de sus miembros en los exámenes de maestros de cirugía, negó a los cirujanos el derecho de prescribir tópicos y medicamentos internos y trató de reducirlos exclusivamente a efectuar maniobras manuales y mecánicas y más tarde, en 1499, los barberos obtuvieron de la Facultad que les enseñase cirugía. Todo este conjunto de medidas originó violentas luchas entre la Cofradía y la Universidad; cansados de ellas los cirujanos se sometieron a la Facultad en 1515, se declararon sus alumnos y desde entonces hubo tres modalidades de profesiones médicas: barberos-cirujanos, cirujanos y médicos, pero siempre los segundos conservaron la supremacía sobre los primeros, pero éstos a su vez pudieron llegar a ser ciru-

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janos, previo examen rendido ante médicos y cirujanos, y de este modo individuos salidos de las más bajas esferas sociales, con un mínimo de cultura general, pero de alta calidad intelectual adquirieron posiciones superiores, brillantes, e incluso llegaron a ser miembros de la propia Facultad de Medicina. Pero, a pesar de todo ello, la cirugía continuaba envilecida por los propios médicos que la reputaban tarea bastarda, inferior. Poco a poco, los cirujanos de San Cosme, gracias a diversos edictos reales recuperaron sus antiguos privilegios, formaron nuevamente colegio independiente de la Facultad y pudieron conferir todos los grados. Por su parte los barberos-cirujanos ingresaron a los hospitales como internos y se les confió la pequeña cirugía. En estas condiciones sorprendió el siglo XVI a la cirugía, que contó con verdaderos genios quirúrgicos y entre ellos al principal de todos, Ambrosio Paré, cuyo brillo y el de sus sucesores fue solamente un destello fugaz. Durante una parte del siglo XVII la suerte de la cirugía en Francia fue muy penosa. Las luchas entre el colegio de San Cosme y la Facultad se renovaron y ésta con un propósito subalterno obtuvo que cirujanos y barberos fuesen reunidos en una misma corporación legal; la enseñanza de la cirugía fue eliminada de la Universidad y su nivel alcanzó uno de los límites más bajos de toda su historia. Bajo la inspiración de Félix y Mareschal, Luis XI en 1671 reorganizó la enseñanza de la cirugía que en el ir y venir de los acontecimientos había pasado una vez más a poder de la Facultad de Medicina y era ejercida exclusivamente por médicos sin participación de cirujanos. El Rey la centró en la Escuela Real del Jardín de Plantas, decretó que los cursos se confiasen a cirujanos y Dionis, que lo era de la Reina, ocupó las cátedras de anatomía y medicina operatoria y así surgieron los nombres brillantes de Mareschal, Moriceau, Duverny, Littré, Méry y Winslow cuyas lecciones atrajeron muchedumbres extranjeras ansiosas de conocer los adelantos de la cirugía francesa. Sin embargo, persistía la unión corporativa de cirujanos barberos. El siglo XVIII aportó nuevos cambios fundamentales gracias a la acción inteligente y generosa de un espíritu de selección, de Lapeyronnie quien junto con Mareschal era ci-

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rujano del Rey y merced a su influencia Luis XV designó cinco demostradores para la enseñanza de la anatomía en la Cofradía; el 23 de abril de 1743 un edicto real separó definitivamente a los cirujanos de los barberos y el 4 de julio de 1750 se fundó la Escuela Práctica de Cirugía a la cual se anexó en 1776 un hospicio para la enseñanza clínica. Todas estas medidas se adoptaron en medio de las más airadas protestas de la Facultad de Medicina que vindicaba para sí todos esos privilegios y en especial el derecho a enseñar todas las ramas del arte médico. Pero el hecho cumbre que permitió la dignificación de la cirugía y que alcanzase el mismo nivel que la medicina fue la fundación de la Real Academia de Cirugía en 1731, la que contó entre sus miembros a Juan Luis Petit Quesnay, Morand, Sabatier, Belloste, Desault, Chopart, Badelocque y tantos otros más de gran significación en el progreso de las ciencias francesas. Durante casi más de un siglo la Academia resplandeció con un brillo excepcional que solo era el reflejo de la supremacía intelectual que ejerció Francia sobre el mundo entero. Abolida en 1793 por los revolucionarios igual que las demás instituciones científicas, fue nuevamente reinstalada y puede decirse que la cirugía francesa del siglo XVIII se resume en la Academia de Cirugía y en los maestros que la integraron. Al comenzar el siglo XVIII los cirujanos y barberos en Inglaterra pertenecían a una misma profesión y los médicos no hacían diferencia entre ellos. El Colegio Superior de Médicos trataba a los cirujanos con sin igual desprecio que aumentó cuando la Compañía de Barberos-Cirujanos se unió al gremio de fabricantes de pelucas y postizos para formar una sola corporación. Igual que en Francia, espíritus privilegiados influyeron para modificar tan deprimente situación. Los cirujanos Juan Ranby y Guillermo Cheselden, el virtuoso de la litotomía, merced a su valimiento lograron que el 2 de mayo de 1745 el Parlamento inglés separase a los cirujanos de los barberos creando el Cuerpo de Maestros Administradores y Miembros del arte y ciencia de la Cirugía. En Alemania, la situación era más grave aún, pues la práctica de la cirugía perteneció a hombres iletrados. Refiere Victor Robinson

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en su interesante libro La Medicina en la Historia que el cirujano del regimiento tenía como obligación anexa rasurar a los oficiales del ejército y que “el cirujano genuino que se negara a invocar una fórmula mágica mientras disponía su equipo, se veía reemplazado por un adecuado charlatán: Federico el Grande creó la Academia de Cirugía de Berlín según el modelo de la de París, pero desgraciadamente no logró el influjo que alcanzó ésta y su repercusión en el progreso de la cirugía fue escaso. España no escapó ciertamente a las limitaciones y luchas de la época. Ya en otra oportunidad hemos señalado un pequeño y curioso detalle que revela con intensa fuerza objetiva la diferencia que se hacía en Indias entre un médico y un cirujano. Al finalizar el siglo XVI el virrey del Perú, marqués de Cañete, dictó una ordenanza sobre la “ración ordinaria que se ha de dar en las naves de la Armada de S.M.” y en ella leemos al tratar de la cantidad de vino suministrada a la oficialidad, que el Teniente General recibía 4 botijas al mes, el Almirante 3, los capitanes 2, el capellán y el médico 1 y el cirujano ninguna. No hemos podido establecer con certeza cuál era la capacidad de una botija, pero evidentemente no debió ser escasa cuando el capellán y el médico no reclamaron de que se les brindara una al mes. En cuanto a los cirujanos desde 1617, existían dos categorías: latinos o de toga y romancistas o cirujanos barberos o de traje corto. Los latinos para ser aprobados tenían que demostrar su conocimiento de las obras hipocráticas, de Galeno, Guido y otros autores, que estudiaban durante cuatro años en latín en las universidades y, además, ser examinados de algebristas, esto es: en las enfermedades de los huesos y articulaciones aprendidas en otros dos años. El todo formaba un conjunto de conocimientos más extensos y difíciles que los exigidos a los médicos; de aquí que los bachilleres en arte optasen por la medicina e insensiblemente fueran desapareciendo los cirujanos latinos que eran los ilustrados. Los romancistas carecían de estudios universitarios, eran meros prácticos formados en los hospitales o al lado de algún cirujano latino, pero necesariamente debían demostrar su suficiencia en un examen ante las autoridades respectivas. Ahora bien, ¿qué grado de adelanto había alcanzado la cirugía en el siglo XVIII, en la

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época en que se iniciaron los estudios de medicina en Chile? Muchas realizaciones se efectuaron en el campo de la cirugía durante el siglo XVIII. Las doctrinas sobre la inflamación sufrieron un cambio fundamental gracias a los trabajos de Hunter dados a conocer en su tratado On the nature of the blood, inflammation and gunshot wounds. Londres 1794; se demostró la ventaja del cierre inmediato de las heridas quirúrgicas, los peligros de los tópicos, excitantes, sicativos, incarnativos, etc. que se oponían a la cicatrización per priman y daban lugar a larguísimas supuraciones y complicaciones. Las úlceras que desde tiempos antiguos habían sido objeto de estudio, se las somete a una revisión completa; se trata de clasificarlas, determinar su naturaleza clínica, el papel de sus caracteres locales (fungosidades, callosidades, etc.), su probable causa diatésica y una nutrida experiencia terapéutica acude a su mejor tratamiento. Nociones más exactas sobre la supuración esclarecen diversos problemas relativos a los abscesos, su marcha, abertura espontánea, momento en que deben ser sometidos a incisión, sitio de elección, empleo del cauterio, bisturí, cáustico, etc. Pudo estudiarse con mayor precisión el ántrax, los llamados hasta entonces bubones pestilenciales y gracias a los trabajos de Thomassin y Fournier las afecciones carbonosas y, merced a los de Putteau, los verdaderos caracteres clínicos y epidemiológicos de la pobredumbre de hospital. A comienzos del siglo XVIII no existía aún acuerdo unánime sobre la naturaleza de la catarata y solo en esta época se determinó que se trataba de una opacidad del cristalino. Fue Pedro Brisseau quien lo demostró y Boerhaave profesó publicamente esta opinión: Jacques Daviel (1696-1762) en 1745 reinventó la operación de la extracción de la catarata y la practicó por primera vez en 1750; en 1752 operó 206 enfermos, 182 de ellos con éxito completo; Cheselden inventó la operación de la pupila artificial en individuos que carecían de abertura pupilar. Antes de Vesalio la exacta estructura de las vías lagrimales era desconocida; él la describió y Falopio completó sus estudios. La fístula lagrimal, cuya naturaleza era ignorada, merced

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a aquellos estudios pudo ser precisada y Stahl fue el primero en el siglo XVIII que efectuó el sondaje de las vías por medio de una cuerda de intestino de cerdo, pero fue el Hermano Cosme quien afirmó que la obstrucción de las vías es la causa de sus fístulas y determinó su tratamiento racional, restableciendo las vías naturales o bien creando artificiales como lo hizo Juan Luis Petit. En el campo de la otología, la cirugía se limitaba antes a extraer cuerpos extraños y combatir la atresia del conducto auditivo externo. Valsalva que con su Tractatus de aure humane fue el fundador de la anatomía del oído, había demostrado en el siglo anterior que la obliteración de la trompa de Eustaquio es causa de sordera y basado en este hecho Guyot presentó a la Academia de Cirugía una jeringa especial para inyecciones de la trompa, que aplicó con gran éxito y que posteriormente mereció sucesivas modificaciones destinadas a hacer más expedita su aplicación. Como veremos más adelante, fue Petit el primero en abrir las mastoides en un caso de absceso. A fines del siglo Himby de Gotinga ejecutó la paracentesis del tímpano. Lechevin de Rouen (1732-1788) describió las oclusiones del conducto, el tímpano artificial, las otitis por infección de la rinofaringe y las enfermedades del laberinto. En esta misma época los pólipos nasales fueron mejor conocidos y se precisaron las indicaciones para su extirpación, vías y procedimientos. Meibomius fue el primero en evacuar los abscesos del seno maxilar, extrayendo el primer gran molar y perforando ampliamente el fondo del alvéolo, operación que siempre estuvo seguida de éxito. En el mismo siglo se idearon otros procedimientos, como la perforación con trépano a través de la fosa canina. El XVIII fue el siglo en que se inventaron numerosos aparatos destinados a la extracción de cuerpos extraños del esófago. Pero de toda la cirugía ningún problema fue motivo de estudios más sagaces que el relacionado con las hernias. Hasta entonces se había pensado que la hernia –solamente se habían descrito la inguinal y la umbilical– era producida por una ruptura del peritoneo y su verdadera naturaleza que quedó establecida. Por ese motivo aún durante el siglo XVIII se utilizaban en la curación de las hernias los

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emplastos y ungüentos contra rotura. En nuestro trabajo sobre La Botica de los Jesuitas en Santiago hemos dado a conocer ampliamente este tema. La hernia crural, aunque descrita por primera vez en el tratado de anatomía de Verheyen en 1693, se vino a diagnosticar de modo habitual en el siglo XVIII; durante él se conocieron con gran perfección las hernias isquiática, perineal, vaginal, diafragmática, la hernia de Petit a través del triángulo del mismo nombre, etc. Los preceptos relativos a la reducción de la hernia fueron perfectamente reglados, pero ya los cirujanos empezaron a preferir la quelotomía, demostrar sus ventajas e idear numerosos procedimientos quirúrgicos que siguieron aplicándose durante casi toda la primera mitad del siglo XIX. Los bragueros que habían sido inventados por Nicolás De Blégny en 1676 recibieron importantes perfeccionamientos. Al comienzo del siglo XVIII para la extracción de los cálculos vesicales, de la litotomía, se usaba la talla perineal pero la gran conquista fue la talla llamada lateralizada perfeccionada por Cheselden. Más tarde se practicó la talla hipogástrica. Las afecciones testiculares fueron bastante bien estudiadas y el siglo que historiamos tuvo el enorme mérito de dar término a las monstruosas mutilaciones impuestas a los no castos y precisar las indicaciones médicas de la castración. Se estudiaron la desviación del útero, su prolapso, sus pólipos y el cáncer. Los pólipos sangrantes fueron extraídos merced a numerosos e ingeniosos aparatos inventados por Lévret y Desault. Se conocieron mejor los tumores y los quistes del ovario y las ovariotomías fueron practicadas con éxito por Laporte y Morand. Desde la más remota antigüedad el sistema óseo, por sus traumatismos tan frecuentes, sus fracturas y luxaciones, había merecido la atención permanente de los cirujanos. Juan Luis Petit reunió en su Traité des maladies des os todo cuanto se conocía hasta el 1700 sobre fracturas y luxaciones y con recurso de la fisiología logró explicar numerosos hechos que habían escapado a los antiguos y fijó normas y procedimientos para tratarlas. Dos doctrinas o sistemas acaparaban la atención de los cirujanos en el tratamiento de las fracturas: para unos

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era más ventajosa la extensión, para otros la semiflexión. Desault fue un decidido partidario de la extensión, ideó numerosos aparatos de extensión continua que sobrevivieron ampliamente al célebre profesor del Hotel Dieu y Pott fue incansable sostenedor de la ventaja de la semiflexión. Desault quería que una fuerza mecánica mantuviera los fragmentos en contacto, luchando sin cesar en contra de la contracción muscular; Pott y Sharp esperaban eludir la resistencia de los músculos colocándolos en condiciones de relajarse. Se empezaron a usar los aparatos inamovibles de contención. “Yo propuse, dijo Moscati, un medio que había meditado desde largos años y que consistía en colocar la parte en una especie de molde fabricado sobre ella misma”. Moscati inventó varios y los usó preferentemente en fracturas del húmero; a él se agregaron otros traumatólogos. Fue Andry, decano de la Facultad de Medicina de París, quien en 1741 empleó por primera vez la palabra ortopedia al escribir su texto Orthopédie ou l’art de prevenir et de corriger dans les enfants les déformités du corps. Ya en la segunda mitad del siglo XVIII aparecen institutos ortopédicos, el primero el del doctor Venel establecido en 1780 en el cantón de Vand en Suiza. Las limitaciones de la ortopedia eran considerables; solamente algunas malformaciones como el pie bot y la escoliosis constituían el campo de sus incursiones. Andry tuvo el mérito de ser uno de los primeros en dar máxima importancia a las reglas higiénicas del niño en la corrección de diversas deformidades. La osificación fue muy bien estudiada por Haller, Brown, Camper, Donald, Hunter, Troiau, etc. Durante largo tiempo los cirujanos, contra lo que habitualmente se piensa, se mostraron tímidos en la práctica de las amputaciones debido preferentemente a la falta de medios para lograr una buena hemostasis. En el siglo XVIII se pierde este temor, gracias a numerosos procedimientos que se inventaron, y se precisan sus indicaciones: traumatismos, gangrena, supuraciones prolongadas, aneurismas, lesiones orgánicas de los huesos y articulaciones, etc. Celso había comprendido perfectamente bien la necesidad de cortar el hueso a cierta distancia del nivel de los músculos y conservar

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una porción de masa muscular y piel suficientes para recubrir la extremidad ósea y obtener la reunión inmediata. Estas normas tan claramente señaladas por Celso, olvidadas posteriormente, constituyeron una de las causas más importantes en el fracaso de las amputaciones. Correspondió a Petit actualizarlas: luchó por que se incorporaran a la cirugía de huesos y logró imponer al mismo tiempo la sección en dos tiempos. Las amputaciones en la continuidad y contigüidad de los miembros recibieron importantes modificaciones. Un gran adelanto en cirugía osteoarticular se obtuvo cuando Charles White introdujo la práctica de las resecciones. En este mismo siglo se iniciaron las amputaciones totales de la mama, con vaciamiento ganglionar de la axila en casos de tumores escirrosos. Pero hay un rasgo de este siglo que no podemos dejar pasar inadvertido. Todos los operadores tienden a la simplificación de la cirugía y son partidarios de la cirugía conservadora. Juan Luis Petit expresó con magnífica claridad: Si el cirujano muestra su pericia en el arte con la cual ejecuta operaciones complicadas, difíciles, peligrosas, demuestra mucho mejor su valía cuando las evita.

En todos los países europeos surgió una pléyade de cirujanos cuyos nombres mantienen vivo todavía el recuerdo de su aporte al magnífico progreso de la cirugía. Entre los franceses sobresale Juan Luis Petit (1674-1760), profesor de cirugía en París, fundador de la Academia Real de Cirugía, quien poseyó la enorme ventaja de sus excepcionales conocimientos anatómicos y fisiológicos; patólogo eminente y operador de habilidad difícilmente superada. En su Traité des maladies chirurgicales et des operations qui leur conviennent, París 1774, estudió concienzudamente las inflamaciones, tumores, fracturas, luxaciones, lesiones óseas, hernias, etc. modificó diversos procedimientos operatorios, creó otros y enriqueció el instrumental quirúrgico con numerosos inventos. Fue partidario de la sutura inmediata de las heridas, desterró los tópicos en su curación; sus estudios sobre las que se producen en la

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cabeza se caracterizan por su gran claridad y precisión y por su aporte al diagnóstico, pronóstico y terapéutica. Gozaron de gran prestigio sus trabajos sobre tumores de la mejilla, boca, lengua, garganta y parótidas y los que dedicó a los cálculos biliares. Petit limitó las trepanaciones del cráneo, fijó sus indicaciones y modificó el acto operatorio. Enrique Ledrab (1685-1770), cirujano jefe de la Charité, describió con gran acopio todas las operaciones que se practicaban en su época y en forma exhaustiva estudió las heridas por arma de fuego en su obra Reflexions pratiques sur les plaies d’ armes a feu, 1737. Pedro José Desault (1744-1795) llena con el prestigio de su nombre, su talento y habilidad operatoria, la segunda mitad del siglo XVIII; fundó con su solo esfuerzo una escuela que dio a Francia el mayor renombre en el mundo entero, fue el iniciador de los estudios de anatomía quirúrgica y estableció la enseñanza de lo que hoy llamamos clínica quirúrgica. A los 22 años de edad abre cursos de anatomía y cirugía que congregan a estudiantes de todos los países de Europa; en 1776 se agrega al colegio de Cirugía y pasa a formar parte de la Academia Real de Cirugía; dos años después es llevado como cirujano jefe al Hôtel Dieu donde crea la primera escuela de clínica quirúrgica que existiera en Francia y que sirvió de modelo a las que la siguieron. Trabajador infatigable, no hubo problema quirúrgico que no concentrara su atención; estudió con gran precisión las fracturas y luxaciones; ideó nuevo vendaje para el tratamiento de las fracturas de la clavícula, perfeccionó el de las de cuello del húmero con un vendaje de su invención; realizó trabajos que han permanecido clásicos sobre luxaciones del radio, olécranon y rótula; substituyó el cuchillo curvo por el recto en las amputaciones; aconsejó la ligadura inmediata de las arterias después de la amputación de los miembros, perfeccionó el método operatorio de la fístula anal e inventó una serie de aparatos de extensión continua para fracturados. Francisco Chopart (1743-1795) fue alumno de Desault. Cirujano jefe del Hospicio de la Escuela Práctica de Cirugía y profesor en ella de medicina operatoria, trabajó con una conciencia escrupulosa y una modestia que se impusieron al respeto de sus contemporáneos. Realizó célebres trabajos en urología,

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pero es la amputación mediotarsiana del pie, con conservación del astrágalo y del calcáneo, que lleva su nombre, la que lo recuerda a los cirujanos de hoy. Si Francia no hubiera contado con Petit, Louis y Desault, el cetro de la cirugía se lo habría arrebatado Inglaterra que en este siglo presentó figuras cumbres: Ranby, Cheselden, Pott, Hunter y tantos otros. Pero la figura más sobresaliente de la cirugía inglesa durante la primera mitad del siglo XVIII es Guillermo Cheselden (1688-1752), anatomista y fisiólogo, habilísimo operador en cuyas manos la litotomía pasó a ser casi un pasatiempo. En 1723 publicó Treatise of the High Operation for Stone. Tratado sobre la operación alta de la piedra. Practicó la talla suprapubiana, especialmente la lateralizada y fue tal su virtuosismo que llegó a extraer los cálculos vesicales en menos de un minuto y esta operación que tuvo tan elevada mortalidad, en sus manos no fue superior a 17%. Cheselden, que en 1727 fue nombrado cirujano de la reina Carolina, fue, como dijimos precedentemente, inventor de la operación de la pupila artificial e igual que Petit, partidario de la amputación de la pierna en dos tiempos. Percival Pott (1714-1788) reemplazó a Cheselden como el mejor cirujano de su tiempo en Inglaterra. Médico del hospital San Bartolomé de Londres, introdujo numerosas reformas en la cirugía e individualizó y describió nuevos cuadros clínicos algunos de los cuales conservan su nombre: el Mal de Pott o tuberculosis de los cuerpos vertebrales, el aneurisma de Pott o várice aneurismática, la fractura de Pott que es la producida en el extremo inferior del peroné con traumatismo extenso de la articulación tibioastragaliana y generalmente acompañada de fractura del maléolo interno o rotura del ligamento lateral interno. También llevan su nombre la gangrena senil y la parálisis que por compresión medular se produce en el Mal de Pott. Pott fue el primero en vincular el cáncer de los deshollinadores de chimeneas con el hollín, eliminando la teoría del roce prolongado que se había aceptado hasta entonces. El más famoso de los discípulos de Cheselden y Pott, Juan Hunter (1728-1793), se inició al lado de su hermano Guillermo, el célebre anatomista, siendo él mismo un anatomista emi-

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nente. Fue un genio quirúrgico, vasto, poderoso y sobre todo original. Profundo conocedor de la anatomía comparada, estudió en todos sus detalles el testículo humano y el mecanismo de su migración durante la vida intrauterina, su desarrollo y estructura. Sus estudios sobre la inflamación prepararon el camino a las nuevas doctrinas y descubrimientos y sus experiencias sobre injertos en animales tuvieron inmediata y extensa aplicación al hombre. “No pienses, trata de experimentar”, fue uno de sus dictados que mayor bien hicieron a la humanidad. Italia no quedó a la zaga en el progreso quirúrgico y Morgani con sus trabajos de anatomía patológica esclareció numerosos problemas de cirugía. Benevoli (1685-1764) se ocupó útilmente de las cataratas y en 1724 preconizó el tratamiento de las estrecheces uretrales por bujías dilatadoras; Molinelli (1698-1764) dejó importantes estudios sobre aneurismas, fístulas lagrimales, abscesos viscerales, rupturas del tendón de Aquiles, etc.: Angelo Mannoni (1715-1790) escribió el Tratatto Chirurgico en que abordó con mucha precisión los problemas que apasionaban a los cirujanos: cataratas, hernias y amputaciones; Palleta (17471822) se dedicó con excepcional competencia a las afecciones articulares especialmente coxofemorales, a las fracturas, flebitis, enfermedades vesicales y tumores en general; Miguel Troia (1747-1828), cirujano del rey de Nápoles, habílisimo operador especialmente de las vías urinarias, dejó, entre varias obras que escribió, la que le dio mayor celebridad: De ossium regeneratione experimenta en que trató extensamente de la regeneración del tejido óseo, de su hipertrofia y de la necrosis. Aun cuando para España el siglo XVIII conoció de la decadencia de la medicina, no es posible olvidar el nombre del célebre cirujano mallorquín Pedro Vigili (1699-1776), alumno de anatomía y medicina operatoria de Dionis en el Jardín Real de Plantas de París y de los más eminentes cirujanos franceses de la época y cirujano, después, del Hospital de Tarragona. Fue uno de los primeros en practicar con éxito la traqueotomía y su fama fue tal que gozó del más alto valimiento ante Fernando VI; aprovechó su influencia en la corte para mejorar el estudio y dignificar el ejercicio de la cirugía, contribuyendo a la fundación de Colegios de Cirujanos, estableciendo él personalmente el Real Colegio de

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Cirujanos de Cádiz y el de Barcelona en los cuales se practicó la enseñanza de la cirugía con nutrido personal y con holgados medios materiales. Escribió una Memoria sobre la broncotomía publicada en las de la Academia Real de Cirugía de París en 1743 y Compendio del arte de partear, Barcelona 1765. Desde la fecha en que empezaron a funcionar los Colegios de Cádiz y Barcelona, las cofradías españolas de San Cosme y San Damián cesaron en la otorgación de títulos de cirujanos. Fue en el Real Colegio de Cirugía de Cádiz donde se formó el célebre anatomista y cirujano español Antonio de Gimbernat y donde estudió don Juan Miquel que a comienzos del siglo XIX se radicó en Chile, fue médico del Hospital San Francisco de Borja y profesor de nuestra Escuela de Medicina. Y ahora vengamos a nuestros cirujanos. No debemos olvidar lo que ya queda dicho: en la época en que don Pedro de Valdivia conquistó el país, los médicos estudiaban y ejercían separadamente de los cirujanos. El primer cirujano que tuvo el país fue Gonzalo Bazán quien llegó a Santiago en 1553, un año después que Pedro de Valdivia fundara el Hospital San Juan de Dios con el nombre de Nuestra Señora del Socorro. Bazán fue médico del hospital San Juan de Dios de Santiago. Había llegado a Chile a los 19 años de edad con don Pedro de Valdivia, radicándose en el sur del país como encomendero y pasando a la Capital en 1553. No sabemos la fecha exacta en que ingresó al Hospital, pero el 11 de enero de 1557 el procurador de la ciudad denunció en el Cabildo los desaciertos terapéuticos del bachiller: Que me parece cosa conveniente mirar y requerir el hospital; que Bazán lo cura y unta muchos indios de ellos, los cuales como no se guardan, se mueren todos.

Y concluyó pidiendo a la Corporación que se ordenase una cabal visita de inspección al Hospital y a la Botica, que Bazán poseía en la ciudad, obligándosele a elegir entre su oficio de médico y boticario. El Cabildo acordó que el dicho Bazán no unte en el hospital ningún indio ni india sin que primero tome

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parecer y sea otro médico que lo atienda y sepa curar, para que lo vea si lo ha de manester o nó y que el dicho Bazán no pueda usar ni use de oficio de boticario ni de médico, sino conforme a sus títulos y fueros que tiene…

En 1563 llegó a Chile Alonso del Castillo, quien tenía licencia para ejercer como cirujano, otorgada en Valladolid el 7 de abril de 1551. Fue designado médico del hospital San Juan de Dios y cuando el 1º de abril de 1568 se le prorrogó su designación se acordó pagarle 150 pesos de buen oro, obligándosele además a curar dos veces al día los enfermos y atender la Botica del establecimiento. No tenemos ningún antecedente que nos permita afirmar que Alonso del Castillo tuvo farmacia abierta al público en Santiago. En la práctica Castillo no se limitó únicamente al ejercicio de la cirugía para lo cual se encontraba expresamente autorizado sino que se entregó al de la medicina, con gravísimos quebrantos para sus clientes a punto tal que a fines de 1568 el procurador de la ciudad Martín Hernández de los Ríos lo acusó ante el Cabildo porque ordenó darle zarzaparrilla a un indio que sufría de calenturas, “lo cual es cosa muy contraria en todo orden de medicina y así todos los médicos del mundo jurarán que aquello no es cosa de ignorancia sino quererle matar a sabienda”. Pero no era este el único cargo sino muchos otros más que transcribimos, por cuanto dan una idea clara de lo que eran la medicina y los médicos entre nosotros en esa época: Y asimismo a un indio llamado Alonso, que al presente se está muriendo en el dicho hospital, dio el dicho Castillo la zarzaparrilla estando muy enfermo del higado, de lo cual le procedieron grandes fuegos, por el cuerpo, y purgóle, de lo cual cegó el dicho Alonso del todo, y así está muriendo de ello. Item, una india que murió en el dicho hospital, que se decía Leonor, la dejó de curar más de 20 días antes que muriese, porque decía que se quería morir, y por esto la dejaba de curar de abajo, que era la enfermedad de que murió. Item, un indio, que estaba muy malo de la barriga dijo: “echenle una medicina, y acabóse porque yo no sé más que le hagan”.

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Item, un indio del Cuzco, de Francisco Martín, que murió en el dicho hospital, habrá quince días, poco más o menos, lo dejó de curar más de ocho días de una postema que tenía, porque decía que se quería morir. Item, que las indias malas de abajo, no cura ninguna, sino las encarga a la negra y la que las cura y les ponga unos parches que les da, no sabiendo como están ni lo que cada una ha menester, sino a todos por un parejo, y así nunca están buenas, ni sanas, ni lo van cuando las envían. Item, que no entiende enfermedad ninguna, como no sea cosa que por los ojos se haga aún las llagas no las sabe curar, porque no las limpia ni cura como se han de curar, por causa de que es asquerosísimo, y más la priesa con que lo hace. Item, que por los muchos oficios que tiene y en que se ocupa, ningún día visita el hospital ni cura los pobres naturales, sino más tarde, y viene siempre con tanta prisa que cuando acuerdan a preguntarle que ha de comer éste o que se le ha de hacer a estotro, ya se ha ido y no parece, y quedándose ansi los pobres. Item, que no da purga ni jarabe a ningún pobre que sea conforme a la calidad de la enfermedad ni teniendo más atención de que si acertara, sino mátele, como a él le va poco que sane que muera. Item, que no procura ni pregunta si se hace con los enfermos lo que él manda, si alguna cosa manda alguna vez, por no enojar al mayordomo, porque es su íntimo amigo, y así el mayordomo pasa por todo, lo cual hace aunque es en perjuicio de los pobres. Item, que las medicinas que es obligado a hacer en el dicho hospital, no las hace, sino que las encomienda que las hagan los enfermeros, que no la saben hacer, y si algunos ungüentos hace, los hace tan bellacos, que siempre se los hacen enmendar los enfermeros dos y tres veces y así hizo los días pasados un barril de ungüento amarillo, que se le quemó todo, que el día, que no había hombre que pudiese entrar en el hospital, y quedó negro como la pez, y todas cuantas llagas se han curado con ello, después que lo hizo, todas están más dañadas de lo que estaban, y han ido empeorando, y porfía el dicho Castillo que es tan bueno aquello, que hace tan buena operación, como todo lo del mundo, lo cual es tan al contrario, como por la obra paresce.

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Item, que no visita y cura cada día dos veces a los pobres, como está obligado, por causa de los muchos oficios que tiene, que son: médico y cirujano y boticario e fiscal y procurador y escribiente y corredor y jugador, que por causa de esto no hace lo que debe con los pobres. Por lo cual, pido y suplico a vuestras mercedes manden visitar el dicho hospital e informarse de lo que dicho tengo, que todo hallarán bastante información, y castiguen al dicho Alonso del Castillo en las mayores y más graves penas en derecho estatuídas, como a hombre que, su color de curar los enfermos, los mata, no dándose nada por ello.

Las actas del Cabildo de 1569 a 1571 se extraviaron y por ello ignoramos las medidas que se tomaron en contra de Alonso del Castillo, pero en 1576 fue totalmente reivindicado por la Corporación, pues en sesión de 5 de octubre de ese año acordó que volviera al hospital “como personal que lo entiende y es hábil de la medicina e Botica e cirugía…” Los siglos que siguieron no tuvieron mayor fortuna con los cirujanos hasta que del Perú pasó a ejercer su profesión en Chile el doctor Llenes. Cuando en 1782 se inauguró el antiguo Hospital de San Francisco de Borja, en la casa del Noviciado de los Jesuitas, en Avenida O’Higgins entre las calles de San Ignacio y Castro, fue designado médico el Protomédico don José Antonio Ríos y cirujano don José Llenes, catalán, que había llegado al país en 1774. Era un hábil cirujano cuya fama se encontraba realzada por una intachable honestidad y por un inagotable espíritu de caridad. Fue un trabajador que no conoció la fatiga; profundamente religioso, oía diariamente misa a las cuatro de la mañana en la iglesia de las Agustinas y desde ese momento comenzaba su jornada de trabajo que no daba por terminada si no hasta muy entrada la noche. Al fallecer en 1817 legó todos sus bienes, que no eran pocos, al Hospital San Francisco de Borja. En verano, conforme a las disposiciones reglamentarias vigentes llegaba al hospital a las 6 de la mañana y en invierno a las 7, permaneciendo 2 horas en su trabajo, para volver en la tarde a las 3 en verano y a las 2 en invierno para retirarse dos horas después.

Las estadísticas del hospital, perfectamente bien conservadas hasta hoy día, nos dan cuenta de las intervenciones practicadas en su época: todas eran efectuadas sobre los miembros, algún absceso o herida de la cabeza, algún tumor probablemente adenitis tuberculosas supuradas del cuello, pero el abdomen permanecía siendo tabú, intocable o impenetrable. La experiencia había ya señalado que toda intervención en el abdomen seguía necesariamente de la muerte del paciente. Y así debió continuar limitada la cirugía por dos factores que vinieron a encontrar solución largos años después: la anestesia y los procesos sépticos. Aun cuando el primer anestésico general, el protóxido de nitrógeno o gas hilarante, fue descubierto en 1772 y se reconocieron pronto sus propiedades anestésicas, solamente en 1846 se efectuó en Massachusetts la primera operación bajo anestesia general, en la extracción difícil de un molar. El mismo año fue aplicado el éter, cuyas propiedades se conocían desde hacía pocos años, pero el descubrimiento del cloroformo y su aplicación en cirugía a partir de junio de 1847 fue conducido con tal éxito que todos los otros anestésicos quedaron relegados al olvido. ¿Y cómo se evitaba el dolor en los operados del siglo XVIII? Prácticamente el procedimiento era uno solo: sujetar al enfermo. Para ello existían en la planta de los hospitales San Juan de Dios y San Francisco de Borja 4 plazas para “asujetadores”, individuos robustos, fuertes y enérgicos que mantenían quietos a los enfermos durante las intervenciones quirúrgicas. Los enfermos recibían raíz de mandrágora, solanácea a la cual se le suponían mágicas virtudes, entre otras, la de producir sopor, lo cual era inexacto, o bien, hojas de beleño cuyas propiedades son semejantes a las de la atropina. Además se les daba alcohol, vino en cantidades suficientes para producir la embriaguez adicionado con láudano para prolongar su efecto, pero como de modo habitual éste era insuficiente para eliminar el dolor, los “asujetadores” se veían obligados a emplear sus fuerzas y en caso de que el enfermo gritara exageradamente se le introducían en la boca hilas impregnadas en vino. Esta era la anestesia de la época y no vino a sufrir modificaciones en el país sino

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en 1857 cuando se introdujo entre nosotros el cloroformo, aplicado por primera vez en Chile por el médico español doctor don Juan Miquel, en el Hospital de San Juan de Dios. Muerto el doctor Llanes, recibió su herencia el doctor don Agustín Nataniel Miers Cox. En 1814 llegó incidentalmente al país el médico inglés doctor don Agustín Nataniel Miers Cox y solo la obra del azar lo obligó a permanecer en él, a cuyo servicio puso el copioso caudal de su ciencia adquirida en el Colegio Real de Cirujanos de Londres, el tesoro de su bondad y su espíritu integralmente cristiano. Poco más tarde pasó a prestar sus servicios al Hospital San Juan de Dios en el cual dignificó la cirugía sacándola de la postración en que yacía y elevándola al rango de un arte en el cual tuvo alumnos y admiradores que veneraban al sabio y virtuoso maestro. El doctor Cox nació en el condado de Monmouth el 24 de mayo de 1785. En Londres fue alumno de medicina de James Curry y de cirugía de Cline y Astley Cooper. Recién llegado al país luchó al lado de los patriotas y hubo de conocer el ostracismo después del desastre de Rancagua. O’Higgins le otorgó carta de ciudadanía en diciembre de 1819 “atendiendo a su notorio patriotismo, las pruebas que ha dado de su adhesión a la Independencia de América, que adoptó desde nuestro Gobierno libre, y a la constancia con que la sostuvo durante la dominación enemiga”. El doctor Cox ingresó al Hospital San Juan de Dios el 7 de marzo de 1818, iniciando sus servicios en la sección correspondiente al Hospital Militar. “Como médico de San Juan de Dios introdujo muchas reformas entre las que no fue la menor la modificación de las fórmulas, muchas de las cuales aún se conservan allí. Fue el primero que practicó en él operaciones quirúrgicas regulares y sistematizó algunos tratamientos, entre los cuales mencionaré el de los cólicos estercoráceos, tan comunes en nuestro pueblo y tan resistentes que es necesario tratar de una manera mecánica, para lo cual hizo construir una cánula recta de plata y de proporciones descomunales que todavía se la conoce con su nombre o con el de bastón que él le daba”. Esta cánula aún se encontraba en uso a fines del siglo XIX en el Hospital de San Vicente de Paul.

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Por la extensión de sus conocimientos, su sagaz criterio clínico, su habilidad quirúrgica y su innata bondad, ejerció con brillo su profesión. Su espíritu de caridad lo llevó a prestar gratuitamente sus servicios a los desvalidos y todos, en Santiago, le profesaban un respeto no exento de veneración y cordial simpatía. Graves reveses de fortuna acaecidos en función de la más escrupulosa honestidad lo obligaron a radicarse en Valparaíso, donde fue nombrado cirujano de guarnición en 1853. El doctor Cox profesó la medicina con un infinito sentido humano de la vida que no le permitió el ejercicio de la vanidad. Jamás decayó su espíritu de cristiano viejo, recio y abnegado y al morir en febrero de 1869, a los 84 años de edad, dejó el recuerdo de su consagración permanente al estudio, de una diáfana personalidad de hombre de ciencia, de hombre ejemplar por la pulcritud de su vida, la rectitud de sus actos y la bondadosa comprensión de su espíritu. Cuando en 1833 el Ministro don Joaquín Tocornal organizó los estudios médicos, la profesión era despreciada; en lo social no había alcanzado aún la etapa de la dignificación y solo algunos médicos extranjeros como Cox, Blest y Miquel lograban frecuentar los hogares de las familias acomodadas. El Ministro comprendió que para el Progreso de la medicina no era indiferente llegar a esa etapa, que era necesario acentuar el ejercicio profesional con una sobria distinción colectiva que contribuyese a estimular a la juventud a seguir los estudios médicos. La presencia de don Francisco Javier Tocornal en la Escuela de Medicina en 1833 representaba exactamente esa sobria distinción con que su padre el Ministsro Tocornal deseó rodear la profesión médica. Pensó que si era necesario estimular el acceso de los jóvenes a los estudios médicos, estos también debían estar revestidos de la más escrupulosa seriedad y ser confiados a los más calificados para la docencia. Por ello llegó a Chile el doctor Sazié. El doctor don Lorenzo Sazié había sido contratado en Francia para desempeñar las cátedras de cirugía y obstetricia. Ciertamente se había logrado atraer a uno de los talentos más brillantes de su generación: eximio cirujano y

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tocólogo, clínico eminente, habría ocupado en Francia los sitiales más elevados de la ciencia médica si graves problemas afectivos no lo hubieran inducido a abandonar su tierra natal. El doctor Sazié seducía con su apostura de gran señor, con la cadencia de su voz. Su tono, sus actos estaban henchidos de bondad. Poseía una cultura humanística de corte clásico y una preparación científica completa; penetraba con sagacidad incomparable en los más ocultos síntomas; dotado de un sentido clínico admirable y de una limpia inteligencia siempre alerta, su palabra autorizada era esperada y escuchada con religioso respeto. Manejaba su arte quirúrgico con una habilidad extraordinaria. Ningún exponente de su generación reunía tan espléndidas cualidades. Conversar con él era un placer y, discutir, un ejercicio de la inteligencia. Sinceramente católico y devoto fervoroso, practicaba la caridad con el noble sentido de un rito; el ejercicio de la medicina se transformaba en el doctor Sazié en una práctica cordial en que se reflejaba su claro concepto fraterno de la vida y su profunda sensibilidad cristiana. Llenó nuestro ambiente médico con su nombre, su inteligencia, con su gran corazón de francés meridional, brioso, emprendedor, de recia voluntad, cumplió su tarea con talento, con dignidad. En todas partes conjuraba las tempestades y orientaba la vida serenamente, con rectitud y honestidad ejemplares. Sus cualidades superiores le abrieron las puertas de la Junta Directora de los Establecimientos de Beneficencia y lo impusieron como presidente de la Corporación, en una época en que los médicos eran no sólo menospreciados sino despreciados, pero su alta jerarquía intelectual y moral, el vigor de sus convicciones y la apasionada sinceridad con que las defendía, lograron imponer dentro de ella el respeto y la consideración al cuerpo médico. El doctor Sazié había nacido en 1807 en Monpezat y después de estudiar medicina con Laennec y Velpeau y haber logrado por oposición los cargos de internos del Hotel Dieu y la Pitié de París, obtuvo su título de médico en noviembre de 1833. El Ministro de Chile, por recomendación de Orfila, Decano de la Facultad de Medicina de París, lo contrató para profesar las cátedras de cirugía y obstetricia.

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Llegó al país en 1834, e inició la enseñanza el 8 de abril de 1835 en la casa de Huérfanos, para proseguirla más tarde en San Juan de Dios y San Francisco de Borja, al mismo tiempo que dirigió la Escuela de Obstetricia que había sido creada por decreto supremo de 16 de junio de 1834. Fue indiscutiblemente el primer cirujano de su época. A él se le deben las primeras aplicaciones de fórceps en el país y la difusión de su empleo; él fue quien usó por primera vez entre nosotros el espéculo vaginal y quien practicó la primera traqueotomía en compañía del doctor Torres y divulgó los sistemas de exploración de la escuela francesa preconizados por Laennec. Nombrado Decano de la Facultad de Medicina en 1843 ocupó el cargo en forma ininterrumpida hasta 1851, para ser reelegido en 1855 y 57 y, por última vez, poco antes de su muerte, en agosto de 1865. Junto con su primera designación de Decano recibió el nombramiento de Protomédico. En el ejercicio de sus funciones de Presidente de la Junta y de su cargo de médico jefe de los hospitales de Santiago, adquirió el contagio del tifus exantemático y sucumbió a la infección el 30 de noviembre de 1865, después de haber recibido el homenaje del Gobierno al designarlo ciudadano chileno y haber amado a Chile como a su patria, sacrificándolo todo por su felicidad, sirviéndole con desinterés magnánimo y luchando tesoneramente por su progreso. Ejerció la docencia en San Juan de Dios desde 1835 hasta la fecha de su fallecimiento, y al morir pudo decir de él el profesor doctor Valderrama: “Fue el alma de la Facultad, el gran maestro de la Escuela de Medicina y el Padre de los pobres”. Pocas veces se vio una vida más ejemplar, más hermosa, más ajustada a los mandamientos del Decálogo. A la muerte del doctor Sazié la cátedra de clínica quirúrgica fue confiada al doctor don Nicanor Rojas, mientras nuestro representante en París requería con afán un médico de prestancia científica con quien substituirlo. Las autoridades universitarias de París le recomendaron al doctor Alfonso María Thévenot y en 1867 el Gobierno de Chile suscribió un contrato con él, mediante el cual se comprometía a enseñar

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en el país, durante 5 años, clínica quirúrgica y obstétrica con una remuneración anual de $ 1.200 por la docencia y de $ 800 por la asistencia hospitalaria. El doctor Thévenot había nacido en Alta Saona, en la localidad de Gray, el 22 de mayo de 1838, y después de haber sido alumno interno de los hospitales Lariboisiere, San Luis y Hôtel Dieu donde fueron sus maestros Trousseau, Velpeau y Chassaignac, obtuvo su título en la Universidad de París. En los cenáculos literarios, que frecuentó durante sus estudios médicos, logró cimentar una íntima amistad con Gambetta y con el ilustre dibujante Gustavo Doré. Inició sus cursos de clínica en los Hospitales San Juan de Dios y San Francisco de Borja, el 1º de abril de 1867. En realidad solamente profesó la clínica quirúrgica, pues la obstetricia fue entregada al profesor doctor don Adolfo Murillo. En ese mismo año obtuvo en la Universidad de Chile su título de médico cirujano y con ello ejerció legalmente la profesión en el país con éxito sorprendente. Su tesis, muy novedosa, llamó poderosamente la atención de los círculos médicos: versó sobre La punción en los derrames traumáticos de las articulaciones. En 1872 se incorporó como miembro académico de la Facultad de Medicina para cuyo efecto presentó su célebre trabajo sobre Algunos procedimientos de amputación de la pierna. En ese año terminó su contrato, que le fue prorrogado por otros cinco más, permitiéndosele un viaje a Europa para captar los últimos progresos de la medicina. Comentando su ausencia decía en la Revista Médica el profesor de Patología externa doctor Valderrama: “El doctor Thévenot ha hecho el curso de cirugía operatoria en la Escuela de Medicina con un método y una habilidad que reconocen todos cuantos lo han visto operar; con profundos conocimientos anatómicos, habiendo visto operar a los más distinguidos cirujanos franceses, con un espíritu brillante de claridad y precisión, con una mano segura e infatigable, la cirugía es para él un placer que ni cansa su espíritu ni le hace perder jamás su imperturbable sangre fría”. “Los que al principio pudieron desconocerle callan hoy abrumados por el juicio de la opinión pública; los que le conocen continuarán estimando las raras facultadades de este joven príncipe del bisturí; y en cuanto a sus alumnos… ¡ah!

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Preguntad a sus alumnos lo que piensan de su partida y así comprenderéis el vacío inmenso que deja en la enseñanza”. Asuntos de familia, la muerte de sus padres, lo obligaron a regresar a Francia en 1874. Al año siguiente se encontraba instalado en París, donde ejerció su profesión con el mismo éxito que había logrado en los seis y medio años de residencia en Chile. Fue el médico de la colonia latinoamericana. Sus condiciones de profesor tuvieron amplio campo donde manifestarse, pues abrió un curso libre de obstetricia que contó con una asistencia numerosa de alumnos que pudieron admirar en el maestro no solo la extensión de sus conocimientos, su sólido criterio clínico, sino esa maravillosa claridad de exposición propia de los franceses realzada por el brillo y la elegancia del lenguaje. En los Anales de Gynécologie publicó Del parto artificial por las vías naturales substituido a la operación cesárea en los casos de muerte. Antiguo diabético, vio en 1890 complicarse su enfermedad con una tuberculosis pulmonar que tomó un curso rápido. En busca de un clima más propicio se trasladó a Menton donde falleció el 21 de marzo de 1891. Thévenot fue un cirujano audaz y brillante, clínico siempre respetado, profesor de innatas condiciones para la docencia, pero de carácter apasionado, violento, que no se amoldaba a los cánones de una tranquila convivencia. Fue un entusiasta colaborador de la Revista Médica y el primero en difundir entre nosotros las ideas de Pasteur y de Lister y en 1872, creyendo conformarse con ellas, preconizó el empleo del algodón de Querin en la curación de las heridas. Al rescindir el doctor Thévenot su contrato como profesor de clínica quirúrgica, fue designado para sucederle el doctor don Nicanor Rojas, quien tomó a su cargo el servicio que aquél dirigía en el Hospital. La figura del doctor don Nicanor Rojas por una extraña conjura de odios ha quedado relegada a la penumbra, no obstante su inteligencia excepcional, su corazón de extraordinaria entereza y sus innegables merecimientos como clínico y como cirujano. Los odios políticos surgidos en el gobierno de Balmaceda, llevados al encarnizamiento durante la revolución del 91 y no acallados en

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los años que le siguieron, dejaron en la sombra una de las figuras médicas más interesantes del país cuyo nombre apenas recuerdan nuestras generaciones y que se elevó sobre la masa promedio, porque en su espíritu ardió violentamente la llama de la pasión por el estudio y por el trabajo. Había nacido en Rancagua; dotado de una precocidad sorprendente, obtuvo su título de médico cirujano a los 18 años de edad, en 1853. Pero dos años antes, en plena adolescencia, le correspondió un papel preponderante en la atención de los heridos de la batalla de Loncomilla. Don Manuel Montt había asumido la primera magistratura del país en medio de una revolución que fue sofocada el 8 de diciembre de 1851, en los campos de Loncomilla. Durante cinco meses, apenas cumplidos los dieciséis años, prestó sus servicios en calidad de cirujano jefe en el Hospital de Talca y, al término de su misión, presentó al Gobierno una memoria sobre los resultados de las amputaciones y resecciones practicadas. Recién obtenido su título profesional, después de presentar su tesis sobre afecciones cancerosas en el país, que ya examinamos en otro capítulo, ejerció su profesión en Valparaíso, y posteriormente se trasladó a Santiago, ingresando como ayudante a la clínica quirúrgica del doctor Sazié. En abril de 1865 fue llamado a la Facultad de Medicina como miembro académico de ella. En los años 1867 y 1871 viajó por Europa y publicó en Francia una interesante memoria sobre las aguas medicinales de Chile que valió su incorporación como miembro de la Société de Hydrologie de París. A su regreso al país publicó un tratado de hidrología y organizó e instaló un establecimiento hidro y electroterápico en Santiago que alcanzó un auge inusitado. A la muerte del doctor Sazié, la cátedra de clínica quirúrgica fue confiada a los doctores don José Domingo Gutiérrez y don Nicanor Rojas. Cuando Thévenot rescindió su contrato, el doctor Rojas lo reemplazó, abandonando el cargo de profesor auxiliar de anatomía que pasó a ser desempeñado por el doctor don Augusto Orrego Luco. El doctor Rojas permaneció en la cátedra de cirugía y clínica quirúrgica desde 1874 hasta 1882 con un intervalo que coincidió con la

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Campaña del Pacífico de 1879, durante el cual renunció a su cargo de médico en el Hospital San Juan de Dios, a la docencia, a su ejercicio profesional y a sus intereses particulares, para asumir las funciones de cirujano en jefe del Ejército en campaña. En 1882 abandonó definitivamente la enseñanza y le sucedió su alumno y ayudante predilecto el doctor don Ventura Carvallo Elizalde. Desde entonces el doctor Rojas se dedicó en forma preferente al ejercicio privado en el cual tuvo un éxito resonante, no extraño dadas sus condiciones de clínico estudioso, de eximio operador y su dilatada cultura. Sus arraigadas convicciones políticas lo llevaron al lado del presidente Balmaceda. El 3 de abril de 1891 fue designado Decano de la Facultad de Medicina y aproximadamente en la misma época, subadministrador del Hospital del Salvador de Santiago. El triunfo de las fuerzas constitucionales lo obligó a retirarse de la Universidad y de la Beneficencia y a buscar refugio en Viña del Mar para su salud seriamente alterada. Aquí lo sorprendió la muerte en septiembre de 1892 a los 58 años de edad. El doctor don Ventura Carvallo Elizalde había nacido en Santiago en 1855. Junto con iniciar sus estudios de leyes comenzó los de medicina; en aquéllos obtuvo su título de bachiller y, en éstos, en 1879, el de médicocirujano. Dos años antes había ingresado como ayudante a la clínica quirúrgica del profesor don Nicanor Rojas y siendo un alumno que aún no cumplía los 23 años de edad, le correspondió reemplazarlo hasta 1882. Al renunciar el doctor Rojas lo sucedió el doctor Carvallo, quien rodeado de un máximo de prestigio debido a la escrupulosidad con que siempre llegaba al diagnóstico preciso, a su técnica quirúrgica impecable, a la claridad de su concepto y al brillo de sus lecciones, desempeñó la cátedra de clínica quirúrgica hasta 1916, año en el cual una grave dolencia de curso progresivo y fatal lo obligó a jubilar y que un año más tarde puso término a su existencia. El doctor Carvallo sobresalió en el ejercicio profesional, en la docencia, en la vida política; en uno y en otras destacó su saber dilatado, su cultura general tan amplia, la austeridad de sus virtudes y especialmente el amor acendrado a la profesión que siempre cumplió con con-

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ciencia recta, con un talento y una honestidad ejemplares. Durante la guerra con Perú y Bolivia integró una comisión de cirujanos consultores enviada a prestar sus servicios a los heridos de Chorrillos y Miraflores y, a su regreso a Santiago, fue uno de los cirujanos del Hospital de Sangre que funcionó en el Monasterio de las Religiosas Agustinas. Rápidamente captó los progresos de la cirugía antiséptica introducidos por Barros Borgoño, los implantó allí y en su servicio de San Juan de Dios y sus resultados tan felices le brindaron la oportunidad de ser el primero en difundirlos desde la cátedra universitaria. El primer Congreso Médico Chileno celebrado en 1889 tuvo resonancia continental y fue la iniciación de una era de trabajos médicos de la mayor importancia que vieron la luz en la Revista Médica y en los Anales de la Universidad de Chile. Hoy somos incapaces de comprender la inquietud que este torneo despertó en nuestros círculos médicos y el estímulo que representó para todos los estudiosos. El doctor Carvallo ocupó la presidencia de la sección de cirugía que prestigió con su trabajo Intervención operatoria en la oclusión intestinal. Poco más tarde se dirigió a Europa, donde permaneció durante los años 1893 y 1894 especializándose perfectamente en ortopedia y otorrinolaringología. A su regreso al país y durante tres períodos consecutivos, desempeñó el decanato de la Facultad de Medicina. En este período estableció las reuniones científicas de la Corporación y fundó el Boletín de la Facultad de Medicina. El doctor Carvallo fue un cirujano eximio y un clínico de excepcional reputación. En diciembre de 1887 operó en el país por primera vez un caso de hernia inguinal no estrangulada y, en 1897, intervino con éxito el primer caso de oclusión intestinal por torsión de la S ilíaca operado en Chile. Es al doctor Carvallo a quien se debe el concepto del tratamiento quirúrgico de las apendicitis; en 1896 publicó su libro Apendicitis y su tratamiento quirúrgico. El profesor Carvallo dejó numerosas publicaciones entre las cuales debemos recordar. De la eclampsia puerperal, Tumores de la mano, Necesidad de la intervención prematura por laparotomía en las heridas penetrantes del abdomen, en particular en las por armas de

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fuego, Consideraciones sobre la enseñanza de la ortopedia en algunas escuelas europeas, De la intubación de la laringe y de la traqueotomía en los diftéricos, Asepsia en cirugía, Tumores del cerebro, Instrumento de trepanación craneal, Lecciones de Clínica Quirúrgica y diversos otros trabajos más. En alguna época de su vida se dejó seducir por la política: fue diputado en los años 1891 y 96, senador durante la presidencia de don Domingo Santa María y Ministro de Justicia e Instrucción Pública del Presidente don Federico Errázuriz Echaurren. En todas estas actividades el profesor Carvallo fue el orden, un dique de la tranquilidad, un paladín del respeto a las convicciones políticas y religiosas. Su elevada posición profesional lo llevó al Consejo Superior de Higiene Pública y a la Junta de Beneficencia de Santiago, en cuyo seno dejó el testimonio de sus preocupaciones por los problemas hospitalarios y su vinculación al Hospital San Juan de Dios. Al lado del profesor Carvallo se formaron cirujanos eminentes que con su nombre prestigiaron la cirugía chilena: Amunátegui, Navarro, Petit, Valenzuela Basterrica. La guerra del Pacífico fue motivo cierto de progreso para la medicina del país, especialmente para la cirugía. Sazié, Thévenot, José Joaquín Aguirre y Allende Padín fueron cirujanos brillantes, poseedores de gran habilidad operatoria, pero sus éxitos no guardaban relación con la técnica irreprochable con que intervenían sus enfermos, pues los procesos sépticos cuya causa les era desconocida terminaban habitualmente con la vida de los pacientes. Prácticamente no se verifican intervenciones en las grandes cavidades del organismo; limitaciones de todo orden, impuestas por la era prelisteriana, circunscribían la cirugía a los miembros y los traumatismos graves no tenían otro tratamiento que la amputación. “La ciencia quirúrgica tendía entonces más a mutilar los órganos que a reparar sus defectos”. El año 1868 había marcado en la cirugía chilena una fecha memorable: se practicó la primera ovariotomía llevada a cabo en Concepción por los doctores Ortiz, Aichel y Carrasco; más tarde, en 1870, se efectuó la segunda en la misma ciudad y este mismo año se realizó la tercera ovariotomía en Santiago, por los doctores Thévenot, Valderrama, Dessauer

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y Yunge, intervenciones todas practicadas en una época en que se carecía del instrumental y conocimientos necesarios y cuando aún los conceptos sobre antisepsia no se habían transformado en realizaciones en el país. Poco antes que estallara la guerra con Perú y Bolivia, regresaron a Chile los doctores don Manuel Barros Borgoño, don Vicente Izquierdo, don Francisco Puelma Tupper y don Máximo Cienfuegos después de una estada prolongada en las escuelas y hospitales de Francia y Alemania, donde la aplicación práctica de los descubrimientos de Pasteur por Lister había revolucionado la cirugía de la época. Fue en 1880 cuando por primera vez en el país se preconizó el uso en las heridas de las curaciones antisépticas de Lister a base de ácido fénico; hasta entonces se curaban con hilas que se hacían de trapos viejos y con ceratos que impedían la cicatrización. Sin embargo, el método no entró de lleno en las prácticas hospitalarias. La guerra impuso un trabajo excepcional a los hospitales de hombres de la capital. San Vicente de Paul fue destinado en su totalidad a las necesidades del ejército y como su cabida fuera insuficiente se instalaron diversos hospitales provisorios, hospitales de sangre, merced a la iniciativa privada, entre ellos el Hospital Domingo Matte y el Hospital de las Agustinas, equipado y mantenido éste por las instituciones católicas de la ciudad. Con estas medidas San Juan de Dios fue incapaz de dar satisfacción a la demanda de camas para enfermedades comunes y fue necesario anexarle el local que en Alameda, cerca del Hospital, ocupaba el Batallón de Santa Lucía para el cual se arrendó una casa de la calle Arturo Prat. Así se agregaron cien camas al Hospital. El Hospital de Sangre Domingo Matte fue instalado y mantenido por la familia Matte, en un edificio que en la calle Lira había construido el Arzobispado para sacerdotes pobres. Es la actual casa de San Juan Evangelista o casa de Refugio para Eclesiásticos. Su capacidad era de 54 camas y su personal médico formado por los doctores Manuel Barros Borgoño, Francisco Puelma Tupper y Vicente Izquierdo. Además trabajaban un farmaceútico y cuatro estudiantes de medicina. Fue aquí donde se inició en Chile el sistema de Lister. Hemos visto anteriormente que en los

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albores de la era listeriana el doctor Thévenot, siguiendo a Guerin, procuraba impedir que los gérmenes infecciosos llegaran a la herida mediante un apósito de algodón acolchado. Esta medida rudimentaria le permitió disminuir en su servicio quirúrgico la mortalidad por infección purulenta. Lister por su parte procuraba destruir los gérmenes antes que llegaran a la herida y para este objeto todo el material que debía entrar en contacto con ella se sometía de antemano a la acción bactericida del ácido fénico. Lister se servía de dos soluciones: una fuerte al 5% y otra débil al 2,5%. Todo el instrumental quirúrgico se sumergía antes de la operación en la solución fuerte; las esponjas, aún no desterradas del arsenal de curación, permanecían constantemente en la misma solución; los instrumentos que presentaban asperezas o extremidades irregulares como las sierras se untaban en el momento mismo de ser usadas con ácido fénico al décimo. El cirujano, sus ayudantes y personal auxiliar se lavaban las manos con la solución débil y el campo operatorio con la solución fuerte. Enseguida la sala de operaciones era desinfectada con el “rocío antiséptico”, mediante pulverizaciones de solución débil. Durante todo el acto operatorio se proyectaba este rocío sobre el campo y si por cualquiera circunstancia se interrumpía transitoriamente la operación, se le cubría con una compresa embebida en solución débil de ácido fénico. Cerrada la herida, Lister aplicaba su curación propiamente dicha que se componía: primeramente del denominado protector, especie de tafetán destinado a preservar la herida de las soluciones concentradas de ácido fénico. Se le humedecía en la solución débil. Sobre este protector se colocaban las gasas antisépticas, en ocho o más capas superpuestas. Estas gasas eran desinfectadas previamente con una mezcla de ácido fénico, resina y parafina. Y por último el makintosh, tejido impermeable de algodón y caucho que se colocaba entre las últimas capas de gasa antiséptica. La curación se renovaba diariamente y en cada oportunidad se adoptaban las mismas precauciones: rocío antiséptico de la herida y desinfección con ácido fénico de los instrumentos de curación. Barros Borgoño, Puelma Tupper, Izquierdo y Cienfuegos introdujeron la cirugía antiséptica;

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sus resultados fueron brillantes contrastando con los de San Juan de Dios y San Francisco de Borja en los cuales aún no se empleaba sistemáticamente el ácido fénico. Experiencia tan valiosa no podía pasar inadvertida ni mucho menos ser despreciada y pronto los métodos de trabajo de estos jóvenes cirujanos fueron adoptados en los demás hospitales, iniciándose con ellos el desarrollo inesperado de la cirugía. Desde entonces desaparecieron de las salas de cirugía los tradicionales tarros de cerato con su espátula, tablilla, esponja y las antiguas hilas. En junio de 1884, en el servicio del profesor Barros Borgoño en San Juan de Dios, se reemplazó la gasa fenicada de la curación listeriana por gasa sublimada preparada en el mismo servicio con una solución de bicloruro de mercurio al 1 a 2%. El doctor Manuel Barros Borgoño pertenecía a la estirpe de los escogidos. Fue dentro de su generación eximio valor no solo en razón de su claro talento sino por su austeridad en el ejercicio de la profesión y porque no hubo horas de prueba que no conocieran de su abnegación y lealtad ejemplares. Había nacido en Santiago en 1852; creció y se educó al lado de su tío don Diego Barros Arana de quien recibió su formación. Cursó sus humanidades en el Instituto Nacional e inició los estudios de medicina en nuestra Escuela para proseguirlos en París, becado por el Gobierno de Chile. Recibió su título en Francia en 1879, después de haber presentado una tesis sobresaliente sobre tumores en general: Du siège des tumeurs consideré comme élement du diagnostic. Fue alumno predilecto de Ranvier y de Lucas Championnière a cuyo lado aprendió y practicó la técnica de la antisepsia y más tarde trabajo en Berlín y en Leipzig con Langenbeck, Bardeleben y Thiersch. Llegado a Chile en 1880, de inmediato se incorporó al servicio sanitario del ejército y después tomó a su cargo el Hospital de Sangre Domingo Matte. En ambas actividades desplegó sus condiciones de organizador, destacó su inteligencia privilegiada, su alta calidad de clínico y de operador insuperable e inició en el país la era de la cirugía antiséptica, punto de partida del progreso extraordinario que alcanzó la cirugía entre nosotros.

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En 1881 volvió a Europa. El 3 de abril de 1882 se creó una segunda cátedra de clínica quirúrgica paralela a la del doctor don Nicanor Rojas y el 18 de ese mes fue nombrado profesor el doctor Barros Borgoño, quien no pudo iniciar de inmediato sus funciones, sino hasta el año siguiente, pues todas las salas del Hospital San Juan de Dios destinadas a servicios clínicos estaban ocupadas y fue necesario reparar la de San José, que había sido abandonada por su estado ruinoso, a fin de entregarla al nuevo profesor. La enseñanza comprendía además la medicina operatoria. Barros Borgoño ocupó por derecho propio el primer puesto en el corazón de sus alumnos, no solo por el brillo de sus lecciones clínicas, sino también por la admirable maestría con que abordó todos los problemas quirúrgicos, además por ese equilibrio y esa madurez mental que inspiraban todos sus actos. A Barros Borgoño se le debe no solo la introducción de la cirugía antiséptica sino también de la cirugía aséptica. “Si Aguirre es sin disputa la más noble y genuina representación de la medicina criolla –dice Sierra– Barros Borgoño lo es de la medicina del siglo XIX, de la medicina nueva”. La cirugía le debe numerosos otros adelantos en el país: en 1883 Barros Borgoño inició en San Juan de Dios la anestesia por esterilización rectal; fue el primero en usar las inyecciones de atropina y morfina en la anestesia clorofórmica buscando una narcosis más perfecta. En 1886 incorporó a su servicio hospitalario el uso, como anestésico local, del clorhidrato de cocaína que solamente el año anterior había sido introducido por Keller en la práctica quirúrgica y aun logró operar una autoplastía del paladar con cocaína. En ese mismo año operó una obstrucción intestinal por torsión de la S ilíaca, operación que no terminó porque el enfermo falleció durante el acto quirúrgico. Fue el primero en operar en el país, en 1890, un flegmón de la fosa ilíaca derecha, con concepto etiológico apendicular. En 1901, cuando ya se encontraba instalado en San Vicente de Paul, practicó una gastrostomía según el procedimiento de Hacker-Frank Witzel. En 1890 fue designado Decano de la Facultad de Medicina. Desde este cargo impulsó

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la transformación del Hospital San Vicente de Paul en Hospital Clínico, la terminación de la Escuela de Medicina, su obra predilecta, y la reimplantación del internado en los hospitales de Santiago. Organizó además los llamados “cursos rápidos para médicos de provincia”. En 1889 presentó al primer Congreso Médico Chileno su trabajo Tratamiento de las heridas penetrantes del abdomen sobre todo de las heridas por armas de fuego. Más tarde publicó Las Hernias y Tratamiento de los aneurismas. Cuando Barros Borgoño llegó al Decanato en 1890, la estrella de su vida apenas comenzaba su tránsito; un fuego de pasión nutría su espíritu juvenil y el entrañable amor por las ideas era el signo de su destino, que lo condujo en 1901 al Rectorado de la Universidad de Chile. Con actividad extraordinaria y con éxito no previsto organizó e hizo funcionar la exposición Escolar y el Congreso General de Enseñanza. En el desempeño de la Rectoría y en el activo ejercicio de la docencia, tras breve enfermedad lo sorprendió la muerte, el 10 de marzo de 1903 en su casaquinta de la Avenida Recoleta. Sus labores en el ejercicio de su profesión y de la cátedra dejaron una estela de éxito en la historia de la medicina chilena. Con inmensa razón pudo decir en sus funerales don Valentín Letelier: Se le podía tener por un dechado de prendas y virtudes singulares. Su espíritu brillaba por una clarividencia extraordinaria y ningún problema político o social le sorprendía desprevenido. Si como profesor estaba al cabo de los últimos adelantos de la medicina y de la cirugía, como educacionista seguía con vivo interés el desarrollo de la pedagogía y como político asimilaba día a día las más avanzadas doctrinas del Gobierno. Merced a esta incansable consagración al estudio, su espíritu reparaba día a día la savia de su vitalidad y ostentaba en los círculos científicos, tanto como en los círculos sociales una lozanía exuberante, prometiendo una juventud perpetua.

Antes de proseguir, refiramos las medidas de antisepsia y asepsia que se tomaban en 1892 para operar en el abdomen. De paso recordaremos –ya que vamos a hablar de la

segunda cesárea practicada en el país– que la primera se efectuó por el profesor de obstetricia doctor don Adolfo Murillo el 13 de septiembre de 1877, quien en esta oportunidad introdujo una práctica revolucionaria: él y sus ayudantes se lavaron las manos antes de operar en contra de la norma invariable de hacerlo únicamente después de la intervención pero su audacia no fue suficiente como para permitirle colocarse un delantal sobre su impecable levita. La otra cesárea también practicada por el doctor Murillo tuvo lugar el 28 de noviembre de 1892 en compañía de los doctores don David Frías, Moisés Amaral y Carlos Gutiérrez. Se trataba de una parturienta, cifótica, de 22 años de edad y 1,30 m de altura, con pelvis cifoescoliótica, cuyo diámetro transverso en el estrecho inferior medía 3,5 a 4 cm. Para la intervención se procedió previamente a desinfectar la sala de operaciones; piso y paredes fueron lavados con solución fenicada al 5% y después de cerradas puertas y ventanas, la sala fue sometida a la acción del ácido sulfuroso y durante el acto operatorio vaporizada en todos sentidos con solución de ácido fénico. La enferma fue bañada de cuerpo entero el día de la operación; se evacuó el recto por medio de lavativas boricadas; los genitales externos se desinfectaron con solución fenicada al 3%, y recibió una inyección vaginal con creolina al 0,5%, cateterismo de la vejiga, rapados los pelos abdominales y pubianos, lavada la pared abdominal con jabón y solución de sublimado al 1% y a continuación con éter y alcohol absoluto. Durante todo el acto operatorio, como una reminiscencia de las primitivas normas de Lister y Lucas Championnière, una auxiliar descargaba sobre el campo nubes de solución de ácido fénico. El instrumental fue colocado durante una hora al calor seco y después en solución fenicada al 5%. Se trataba de una época en que entre nosotros las medidas antisépticas se empezaban a conjugar con las asépticas. La clínica quirúrgica que había iniciado Sazié había pasado sucesivamente a manos de Thévenot y Rojas y a comienzos de este siglo estaba confiada a Carvallo Elizalde. Al fallecimiento del doctor Barros Borgoño, que detentaba la otra clínica quirúrgica, fue designado profesor, el 25 de abril de 1903, su

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jefe de clínica, el doctor don Lucas Sierra. Tenía 37 años de edad. Había nacido en 1866 en La Florida, Concepción y después de cursar sus estudios secundarios en el Seminario de esa ciudad inició en 1883 los de Medicina y durante ellos fue profesor de geografía y gramática en el Instituto Nacional, tarea que abandonó para ingresar como ayudante del profesor Barros Borgoño en 1888, año en que obtuvo su título profesional. Dos años más tarde rindió sus pruebas de profesor extraordinario de enfermedades venéreas y al siguiente se enroló en el ejército revolucionario del 91. Terminada la lucha civil, junto con los doctores Alejandro del Río, Otto Philippi, Montt Saavedra y Eduardo Moore obtuvo una beca en Europa. Eran los tiempos heroicos de la cirugía, que se sentía revolucionada por las innovaciones surgidas a raíz de los descubrimientos de Pasteur, Koch y Lister. Doce años antes, Barros Borgoño había asistido en el mismo escenario al nacimiento de la cirugía antiséptica; Sierra asiste al de la asepsia. El mismo nos dirá después: Tuve el privilegio de asistir de cerca, durante 4 años completos, a esta prodigiosa transformación, la más gloriosa de todos los tiempos por los que haya atravesado jamás nuestra ciencia; vi en acción a sus más grandes propulsores, y, como la cosa más natural del mundo, he ansiado, con todas las fuerzas de mi alma, que mis conciudadanos participaran de sus incalculables beneficios.

A fines de 1897 los principios de la cirugía aséptica aún no habían sido implantados en San Francisco de Borja. Dice Sierra: Las condiciones en que se hacía la misma cirugía antiséptica eran por demás defectuosas. En una sala estrecha y mal ventilada se habían acumulado alrededor de una vulgar mesa de madera, que servía de mesa de operaciones, una fuente pescadera en que se hervían algunos instrumentos, un lavatorio al cual se traía agua caliente por medio de una tetera; irrigadores de ácido fénico en profusión, unos cuantos paquetes de algodones impregnados con el mismo poderoso antiséptico completaban aquella sala que así y todo, constituía el honor y orgullo del establecimiento.

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Para la cirugía abdominal había otra sala, que a mayor altura que la anterior no disfrutaba de otra ventaja que el hermoso panorama de la cordillera y dos salas en las que podían permanecer las enfermas hasta 7 días constituían el pomposamente llamado “pabellón de laparatomías”. Fue entonces cuando llegó a Chile el primer autoclave o esterelizador de la casa Kny y Scheerer de Nueva York.

Regresa Sierra a Chile y es nombrado jefe de clínica de Barros Borgoño y un año más tarde, en 1897, pasa a suceder al doctor don Raimundo Charlín en la vieja sala del Rosario en el Hospital San Francisco de Borja. Es aquí donde comienza en Chile la historia de la cirugía de las vías biliares y donde Sierra con un éxito espectacular practica la primera colecistectomía y coledocotomía, el 13 de octubre de 1899. Parte nuevamente a Europa y trabaja con Terrier, Péan, Dieulafoy, Boully, Browardel y Fournier. A su regreso, sucede en la cátedra a Barros Borgoño, de la cual se aleja con alguna frecuencia en visita a los centros quirúrgicos de Europa y Estados Unidos. En uno de estos viajes llega a Barcelona, revalida su título de médico-cirujano en 1914. Es incorporado a la Facultad de Medicina de Barcelona, se agrega a la docencia, renuncia a la cátedra en Chile; pero, no obstante el brillo de sus lecciones y el éxito de sus intervenciones, abandona el escenario europeo para regresar al país incorporándose en 1916 como cirujano del Hospital del Salvador. Ese mismo año el profesor Carvallo Elizalde se retira de la enseñanza y le sucede –en esta misma cátedra en que hoy nos congregamos– el profesor Sierra. Fue Sierra uno de los mentores de la evolución y del progreso de la medicina chilena en el primer tercio de este siglo; fue el promotor y la figura máxima de la cirugía chilena durante la misma época. Si Barros Borgoño fue el iniciador de la cirugía moderna en el país, Sierra fue indudablemente el más genuino y capaz realizador y divulgador de ella. Su solo nombre es suficiente para llenar el capítulo más brillante y heroico de nuestra historia médica. Acabamos de ver cómo fue el iniciador de la cirugía de las vías biliares entre nosotros: en 1900 fue el primero en operar una hernia inguinal doble con anestesia local, con cocaína.

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En su servicio del Hospital San Francisco de Borja fue el precursor del uso de la cocaína en la anestesia local. Ya en 1899 emplea el método de infiltración de Schleich con solución débil, en una extirpación de bocio y uno de los primeros en introducir la anestesia lumbar de cuya propia experiencia da cuenta en 1901 en la clínica del Prof. Barros Borgoño. La raquiestovainización por el método de Jonesco fue propuesta en 1908 y experimentada desde 1909 en la sala del Rosario y en la Clínica Universitaria por Sierra. Las primeras esplenectomías por supuesta enfermedad de Banti fueron ejecutadas por Sierra en los años 1906 y 1907. Por primera vez estudia en Chile en 1927 los divertículos duodenales y es el primero en intervenirlos. En 1927 relata Sierra el primer caso de hernia diafragmática no traumática, operada con éxito. Fue en la Clínica de Sierra donde en septiembre de 1936 se aplicó en el país la anestesia, con ciclopropano. Al lado de Sierra se formó una falange de cirujanos que han sido la honra de Chile: Julio

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Valdés Barros, Marcos Donoso, Alfonso Constant y su amigo de todos los momentos y sucesor en la Clínica, el profesor Álvaro Covarrubias. Nadie podrá discutir el valor moral que representa el profesor Sierra. Vida pura la suya consagrada ardientemente al culto de un ideal, las generaciones presentes y futuras hallarán en ella hermosas fuentes de enseñanza, insuperable lección de conducta y de entereza de ánimo. Todos saben cuánto significa como arquetipo de lo humano y de ahí el respeto y la admiración que despertó. Agradezco al profesor Covarrubias que me haya permitido llegar donde ustedes. Es necesario que conmemoraciones como las de hoy revistan un sentido de regreso a la historia, una como vuelta a nosotros mismos, para buscar en la vida de los que nos precedieron la ruta de un destino, que puede disminuir si dejamos que en el espíritu de las generaciones presentes se diluya la influencia fecunda de ellos, la que podía redimirnos de la pequeñez en que se consumen las mejores energías de quienes carecen, no solo del sentido heroico de la vida, sino del concepto más elemental de su misión humana.

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L. Corvalán / La escritura y la forma del discurso histórico

La escritura y la forma del discurso histórico: discurso narrativo o discurso científico Luis Corvalán M.1

Abordaré el tema a través de un contrapunto entre modernidad y posmodernidad. En ese marco sostendré que a la modernidad le ha sido propio un tipo de historiografía predominante y que, a su vez, a la posmodernidad le ha sido propio otro tipo del todo distinto. En su momento intentaré caracterizar en líneas gruesas a una y otra para, en ese contexto, tratar la cuestión del discurso historiográfico. Antes que todo, obviamente, es necesario perfilar un concepto de modernidad y posmodernidad. Claro está, no ahondaré mayormente en esta distinción ni haré consideraciones de tipo filosófico.

eclosiona en forma de ciencia y técnica y se materializa en una eficiente ordenación de todos los procesos según la lógica de medios y fines. El progreso, por su parte, se manifiesta como un cambio constante que ahonda el dominio de la naturaleza, su puesta al servicio del hombre y la perfectibilidad indefinida de éste. Precisado lo anterior, podemos referirnos a la historiografía moderna. La tesis que al respecto postularé sostiene que dicha historiografía es uno de los discursos legitimantes de la modernidad, sea en una u otra de sus versiones.

II. I. Se podría decir que la modernidad es un proyecto de civilización tecnológica basado en la ciencia y en la emancipación de la razón, tanto de la religión como de las prácticas tradicionales. Expresando una autonomización de los individuos, ella esencialmente apunta a una racionalización de los procesos sociales en orden a dominar la naturaleza, poniéndola al servicio del hombre, generando altos niveles de riqueza y consumo. Es también un proyecto de emancipación e igualación de los individuos, liberándolos de los trabajos penosos, potenciando su creatividad y descargando la labor mecánica en las máquinas. Desde el punto de vista ideológico, la modernidad se articula en torno a dos conceptos fundamentales: razón y progreso. La razón 1



Se podría decir que una de las características dominantes de esa historiografía, al menos desde el siglo XVIII en adelante, reside en que tiende a concebir a la historia como un proceso ascendente, desde lo inferior a lo superior. Tal cosa, ciertamente, trae consigo una velada o abierta apología del presente. Ello considerando que el pasado se ordena genéticamente en función de éste. En tal sentido, la historia parece constituir una entidad poseída de fines ineluctables y que se constituye mediante la conexión genética entre pasado, presente y futuro. No en vano se suele hablar de las lecciones de la historia, las leyes de la historia, el veredicto de la historia. Se forma así un sujeto llamado “la historia”, con mayúscula. Manifestación de esa concepción es la visión de la historia como un proceso de emancipación de la razón y de realización de

Profesor de Estado en Historia. Magíster en Historia. Doctor en Estudios Americanos Universidad de Valparaíso. Universidad de Santiago de Chile. Ponencia presentada el día 25 de octubre de 2006 en la I Jornada de Historiografía, Universidad de Valparaíso, 25 de octubre de 2006. Correo electrónico: [email protected]

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la libertad, como sucediera con la Ilustración y el liberalismo. O como la realización de un progreso indefinido, como en el positivismo. O, en fin, como el proceso orientado al advenimiento de la sociedad sin clases, como en el marxismo. Desde esta lógica, la historia manda y finalmente se impone. Es decir, da su veredicto inapelable. Sin dudas, hay en estos enfoques cierta pretensión legaliforme que viene de la mano con un optimismo congénito, según el cual el presente es mejor que el pasado y en donde el futuro será luminoso. Se trata, en fin, de la ideología del progreso. De esta manera de ver, en realidad resultan otras tantas apologías de intereses prácticos más o menos identificables. Por ejemplo, los de los movimientos antitradicionalistas de los siglos XVIII y XIX; los del capitalismo y del Estado liberal; los del Estado nacionalista, como fuera el caso del historicismo alemán; los de las clases intelectuales cuando se concibe a la razón, la ciencia y la técnica como los demiurgos de los portentos del presente y del futuro luminoso o, en fin, los del proletariado y de las clases subalternas que, mediante la revolución, llevarían a cabo el proyecto emancipador de la modernidad que la burguesía y el capitalismo frustrarían, pese a que pondrían sus bases. Las distintas corrientes historiográficas modernas reivindicaron éstos y otros intereses particulares, en nombre de la objetividad y vieron en la historia un proceso objetivo en el cual aquellos se realizarían. En esta labor apologética concibieron a la historia como una ciencia que develaba la necesidad de esos procesos, dotando a tal supuesto de los correspondientes fundamentos empíricos. Todo expresado en un discurso caracterizado, las más de las veces, por una fría rigurosidad, pretendidamente avalado por un método que garantizaría la confiabilidad de los contenidos postulados.

III. Lo dicho nos introduce de lleno en el tema de la metodología de la historiografía moderna. Por cierto, la cuestión del lugar que en esta ocupa el método se relaciona con el concepto que ella tiene de la historia como tal. Es decir, con su visión de la misma como una entidad

factual con sentido ascendente, en donde pasado, presente y futuro se articulan genéticamente, según se ha señalado ya. Desde estos supuestos, el método sería el conjunto de procedimientos racionales y críticos, que permitiría acceder al conocimiento de esa entidad denominada historia, develándola, conceptualizándola, evidenciando empíricamente su tendencialidad hacia el presente. Como es sabido, las cuestiones metodológicas alcanzaron desde temprano gran importancia dentro de la historiografía moderna. En efecto, durante el siglo XVIII se desarrolló la crítica de fuentes; el XIX trajo consigo el énfasis en la interpretación, y casi de inmediato siguió la sistematización de la disciplina traducida en la conformación del método histórico. La cuestión del método vino muy estrechamente unida a la conceptualización creciente del objeto, lo cual dio lugar a la formación de sistemas teóricos cada vez más complejos, concebidos como prerrequisitos para pensar los sucesos históricos. En estos avatares el objeto de la historiografía pronto pasó de los meros hechos a los procesos de diversa índole y luego a las estructuras. Esta tendencia, más allá del historicismo con su concepto sobre el espíritu de los pueblos y del positivismo con su ley de los tres estados, alcanzó su remate con el marxismo y su visión del proceso histórico articulado en torno a la dialéctica entre fuerzas productivas y relaciones de producción y su correlativa teoría de los modos de producción. Y también en el análisis weberiano con sus “tipos ideales”, a lo que, en fin, cabe agregar la Escuela de los Anales, con su énfasis en las estructuras, la larga duración, los ciclos, los semiciclos, la corta duración, etc.

IV. La caracterización recién hecha nos conduce ahora al tema de los discursos, lo que precisamente hace referencia el título de este panel. Al respecto hay que decir que el enfoque altamente conceptual que tiende a impregnar a la historiografía moderna dio lugar a un discurso muchas veces frío, riguroso, abundante en datos, ilustrado con tablas, series, pies de página, cuadros comparativos, complejos

L. Corvalán / La escritura y la forma del discurso histórico

marcos teóricos en los que los domesticados y cribados hechos debían calzar en orden a obtener la demostración de tal o cual proceso o el funcionamiento de tales o cuales estructuras. Algunos incluso hubieran querido aproximar la historia a las ciencias duras. Hubo quien escribió en siete tomos sobre un tema. El primero traía las tesis y sus correspondientes explicaciones. Los siguientes seis tomos conformaban un compendio de estadísticas y series que pretendían avalar las tesis expuestas en el primero. En resumen, el discurso de la historiografía moderna en buena medida se halla capturado por este enfoque cientificista. En resumen, apología de la modernidad, altamente ceñida a un método racional, omnicomprensivo, cientificista, a veces teorético, con discursos predominantemente fríos e incluso áridos. Tal fue el panorama al que llegó la historiografía moderna.

V. ¿Cómo fue posible que estos esquemas entraran en crisis? Algunos piensan que en razón de que perdieron el interés del gran público, quedando confinados a un círculo de lectores especialistas: los colegas. Pero la razón de fondo en realidad es otra y radica en la crisis de la modernidad como tal, de la cual la historiografía moderna habría constituido una apología. Fue de dicha crisis que comenzó a surgir lo que se llamaría posmodernidad. Yo definiría a la posmodernidad como la conciencia de la crisis y del agotamiento de la modernidad. Algunos la han definido como una modernidad desencantada, dado el hecho de que se distancia críticamente de la modernidad, siendo a la vez impotente para amenazarla en la práctica.

VI. Los indicadores de la crisis de la modernidad son demasiados. No los vemos en su real magnitud debido a que todavía nos hallamos dominados por las ideologías y los metarrelatos modernos. Esa crisis desde ya se manifiesta en la destrucción del ecosistema planetario, como

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resultado de la moderna pretensión productivista orientada a dominar la naturaleza. Estamos en medio de una verdadera catástrofe medioambiental que quizás prefigure el desaparecimiento de la especie humana. Según algunos, ya sería tarde para echar marcha atrás. A estas alturas, los efectos del llamado “progreso” serían irreversibles. Además de destruir el ecosistema, como lo ha evidenciado sobre todo el siglo XX, la ciencia y la técnica, verdaderos íconos de la modernidad, se han convertido en instrumentos de exterminio masivo. La guerra química, las guerras totales, los peligros del arma atómica, son ilustrativos de ello. Pero no sólo eso. La ciencia y la técnica se han convertido también en medios de opresión política y del miedo colectivo. Recordemos al respecto el concepto del totalitarismo de Brzizinski. Como se recordará, para este autor el totalitarismo consistiría en una particular modalidad de autocracia en condiciones de la moderna sociedad de masas, autocracia que se caracterizaría por controlar a toda la población por medio de organismos de seguridad premunidos de sofisticados medios científicos. Gestapo, Stassi, KGB, CIA, Auschwitz, Gulags, Guantánamo, etc., representan la ciencia y la tecnología al servicio de la represión. La ciencia, por tanto, ha distado mucho de constituir un elemento de emancipación humana, como lo postulara la modernidad temprana, que casi cifró todas sus esperanzas en ella. En el plano político, el ideal democrático de la modernidad y el respeto a los Derechos Humanos se han visto obscurecidos no sólo por los totalitarismos, las dictaduras y los genocidios estatales –como el holocausto judío y quizás también el palestino–, sino que igualmente por la imposición de gigantescos e incontrapesados poderes fácticos, que tienden a erosionar los derechos ciudadanos convirtiéndolos en nominales, a lo que cabe agregar la clonación de las multitudes mediante una banal cultura de la entretención y el consumismo. En el plano social, el fracaso de la modernidad se manifiesta en el hecho de que, habiendo sido capaz de crear una cantidad fabulosa de riquezas como nunca antes, campea la pobreza y la miseria con su correspondiente polarización entre ricos y pobres. No sólo a nivel planetario en la dicotomía norte-sur, Primer y

266

Tercer Mundo, sino también ahora al interior de las propias economías opulentas. En lo antropológico, la modernidad ha terminado fracasando como dadora de sentido, afirmación que ciertamente es válida tanto para el liberalismo, el estalinismo y el nacionalismo. Ello se ha traducido en el vacío interior, la soledad de multitudes, la multiplicación de las depresiones, el nihilismo, la evasión, la criminalidad generalizada y organizada, las drogas, el sexismo, la elevación de los índices de suicidio y, en fin, la pérdida del sentido de la trascendencia. Todo lo dicho, configura una verdadera crisis del progreso.

VII. La crisis de la modernidad, expresada en los hechos señalados, ha traído consigo una gradual crisis de sus discursos legitimantes. Ante la realidad descrita, para muchos estos discursos simplemente ya no parecen creíbles. La historiografía moderna, por supuesto, no está libre de tal sospecha. Más aún, cuando ha sido uno de los principales discursos legitimantes de una modernidad que, en virtud de lo dicho, quizás podría considerarse como agotada. Ante este panorama ha venido surgiendo otra historiografía, si se quiere paralela, la que al menos implícitamente, por sus contenidos y formas, difiere significativamente de la historiografía moderna. Se trata, obviamente, de las tendencias posmodernas. Quizás podría decirse que la especificidad de estas tendencias resida, sobre todo, en tres cuestiones. La primera radica en su rechazo al concepto de historia como entidad factual. La segunda consiste en su visión del método y de su objeto. Y la tercera en su concepto del discurso historiográfico. En relación con lo primero, la visión posmodernista rompe con la visión genetista de la historia. Esto es, rechaza el nexo determinante entre pasado, presente y futuro. Rechaza, por tanto, el concepto que le asigna al pasado importancia en tanto conduzca al presente, adicionalmente conceptuado como superior a todo lo pretérito, enfoque que, a su juicio, conlleva una apología de lo actual. Asimismo, la ruptura de la conexión genética entre pasado,

An. chil. hist. med. 2006; 16: 263-267

presente y futuro se traduce en la historiografia posmoderna en una repulsa al concepto de desarrollo, precisamente debido a que presenta inevitables consecuencias teleológicas. Al proceder así, la historiografía posmodernista cree otorgarle al pasado un valor en sí mismo y no como un hipotético medio o etapa del progreso. Reivindica con ello una historiografía que no sea la apología del presente moderno. Coherente con lo dicho, en vez de la historia total, con mayúscula, la historiografía posmoderna reivindica la idea de historias parciales, desconectadas unas de otras. Es decir, postula un concepto de historia análogo a una infinidad de relatos autónomos, que tienen valor en sí mismos al estilo de los viejos cuentos. En lo referente a su objeto, la historiografía posmodernista, en plena consecuencia con lo anterior, reivindica la ocurrencia única, la que tiende a devenir en su objeto por antonomasia. Lo que equivale a decir que rechaza a la macrohistoria, lo sistémico y lo estructural. Por lo mismo, se focaliza en la microhistoria. Su énfasis microhistórico se manifiesta en su preocupación por estudiar pequeñas comunidades, incluso individuos aislados, enfatizando sus hábitos, mentalidades, cotidianeidad, vida privada, entorno inmediato, todo lo cual valora en sí mismo. En este contexto, simpatiza con las clases subalternas, escribe la historia de los sin historia; simpatiza también con los perdedores, con las minorías y con el hombre común, mientras que la historiografía moderna había hecho la apología de los vencedores reales o posibles. Como resultado de lo anterior, la historiografía posmoderna termina construyendo imágenes sueltas del pasado, no insertas en procesos con sentido finalmente apologético. En cuanto al método, la historiografía posmodernista se aparta de un concepto racionalista del mismo. De allí que en lugar de extensos análisis de estructuras y procesos, privilegia una aproximación descriptiva. Su propósito es describir más que explicar. Por tanto, conlleva un rechazo de los análisis abstractos y del uso de complejos instrumentos teóricos, lo que viene unido a una aproximación casi afectiva a su objeto. En resumen, cálida empatía en lugar de la fría teoría. Lo dicho, por último, se traduce en la particularidad de sus discursos. Al respecto,

L. Corvalán / La escritura y la forma del discurso histórico

como se comprenderá, rechaza el árido e impersonal lenguaje abstracto y cientificista propio de cierta historiografía moderna. Ello en beneficio de un relato descriptivo. Postula, por tanto, un discurso en donde la retórica, la estética e incluso la poética ocupan un lugar fundamental. En tal sentido, la historiografía posmoderna tiende a aproximar la historia a la literatura y al arte, alejando a la disciplina de los paradigmas racionalistas de la ciencia. Por este concepto, adicionalmente, valora la imaginación, la paradoja e incluso lo inexplicable. Por todos estos conceptos, como puede verse, la historiografía posmoderna difiere esencialmente de su homóloga moderna. Para terminar digamos que quizás hoy, cuando los grandes metarrelatos y las utopías

267

han perdido credibilidad –precisamente por cuanto constituyen manifestaciones de una cultura moderna en crisis–, la historiografía posmodernista, entre otras cosas, parece venir en reemplazo de las anteriores historias de los sujetos populares a los que se entendía como portadores de un nuevo proyecto histórico. La historiografía posmoderna, en cambio, cuando los asume como su objeto, parece limitarse a contemplarlos con simpatía, sin insertarlos ni en estructuras ni procesos, dejando, por tanto, de verlos como entidades totales, abordándolos en sus manifestaciones aisladas y particulares, desligados de toda pretensión teleológica y utópica. Incluso quizás consciente de su impotencia. Hecho a través del cual, una vez más, se diferencia de los enfoques modernos.

BIBLIOGRAFÍA

Bibliografía / Figuras señeras de la Medicina Chilena: Índice de la Colección

271 An. chil. hist. med. 2006; 16: 271-275

Figuras señeras de la Medicina Chilena. Índice de la Colección publicada por la Academia Chilena de Medicina

PROF. DR. JUAN NOÉ (1877-1947) Nº 1. Academia Chilena de Medicina. Editorial Universitaria, sin fecha Semblanza del Prof. Dr. Juan Noé. Su labor científica y su pensamiento Walter Fernández Ballas

5

Prof. Dr. Juan Noé. Influencia de la Biología en la Medicina Chilena. Jaime Pérez Olea

29

Prof. Dr. Juan Noé. Sus acciones en beneficio de Arica y Tarapacá Amador Neghme

45

Epítome Dr. Amador Neghme

67

PROF. VICENTE IZQUIERDO SANFUENTES (1850-1926) Nº 2. Academia Chilena de Medicina. Editorial Universitaria, 1983 El Prof. Dr. Vicente Izquierdo Sanfuentes Walter Fernández Ballas

5

Recuerdos del Dr. Vicente Izquierdo Sanfuentes Hugo Lea-Plaza

23

El Dr. Vicente Izquierdo, iniciador de la Biología Experimental en Chile Joaquín Luco

33

PROF. DR. WALTER DÍAZ BALLAS (1895-1985) Nº 3. Academia Chilena de Medicina. Editorial Universitaria, 1985 Presentación

7

Tributo de homenaje al académico de Número Dr. Walter Fernández Ballas Amador Neghme

9

Elogio del Profesor Walter Fernández B. Patricio Donoso

15

Tributo a la memoria del Dr. Walter Fernández Ballas Carlos Oberti

21

272

An. chil. hist. med. 2006; 16: 271-275

Homenaje al profesor emérito doctor Walter Fernández Ballas Juan Colin

39

Currículum vítae del Dr. Walter Fernández Ballas

51

PROF. DR. ROBERTO BARAHONA SILVA (1908-1982) Nº 4. Academia Chilena de Medicina. Editorial Universitaria, 1985 Tributo al Académico, Profesor Doctor Roberto Barahona Silva Amador Neghme

5

Despedida al Dr. Roberto Barahona Silva Raúl Etcheverry

11

Homenaje al Dr. Roberto Barahona Silva Italo Caorsi

19

Ausencia de Roberto Barahona Silva Fernán Díaz

41

PROF. DR. ARMANDO LARRAGUIBEL M. (1883-1972) Nº 5. Academia Chilena de Medicina. Editorial Universitaria, 1986 Introducción Amador Neghme

5

El Dr. Larraguibel, como Universitario Juvenal Hernández

11

Dr. Armando Larraguibel, Decano de la Facultad de Medicina (1931-1951) Alejandro Garretón

25

Manuscrito del Dr. Larraguibel, carta al Dr. Víctor Manuel Avilés

43

Discurso del presidente de la Academia en los funerales del Prof. Larraguibel Víctor Manuel Avilés

47

Don Armando Larraguibel Hernán Romero

55

Semblanza y recuerdo del Prof. Dr. Armando Larraguibel Amador Neghme

65

PROF. DR. EDUARDO CRUZ COKE LASABBE (1899-1974) Nº 6. Academia Chilena de Medicina. Editorial Universitaria, 1986 Introducción Amador Neghme Eduardo Cruz Coke, el Hombre Alejandro Garretón

5 11

Bibliografía / Figuras señeras de la Medicina Chilena: Índice de la Colección

273

Cruz Coke, Maestro Universitario Héctor Croxatto

27

Apertura del Homenaje rendido por la Facultad de Medicina al cumplir 30 años de docencia Benjamín Viel

57

Eduardo Cruz Coke, Maestro e Inspirador Ignacio Matte

63

Discurso de Recepción al incorporarse como Miembro Académico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile Jorge Mardones

75

Homenaje tributado en la Academia Chilena de Medicina Jorge Mardones

93

Eduardo Cruz Coke, Maestro Universitario Mario Plaza de los Reyes

113

Eduardo Cruz Coke, el Bioquímico Hermann Niemeyer

121

PROF. DR. ANÍBAL ARIZTÍA (1894-1986) Nº 7. Academia Chilena de Medicina. Editorial Universitaria, 1986 Introducción Amador Neghme

7

Escolio Víctor Manuel Avilés

15

Tributo del Académico Dr. Aníbal Ariztía Amador Neghme

19

Elogio del Dr. Aníbal Ariztía con motivo de su recepción como académico de número, pronunciado el 23 de junio de 1966 Hernán Alessandri

25

Discurso de recepción al profesor Aníbal Ariztía como miembro académico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, pronunciado el 1º de diciembre de 1967 Óscar Avendaño

39

Discurso pronunciado en los funerales del académico de número, profesor Dr. Aníbal Ariztía el 21 de mayo de de 1986 Fernando Mönckeberg

71

El Prof. Dr. Aníbal Ariztía, eximio clínico pediatra Jorge E. Howard

75

El profesor Aníbal Ariztía y su devoción por la anatomía patológica en pediatría Juan José Latorre

85

274

An. chil. hist. med. 2006; 16: 271-275

Semblanza del profesor Aníbal Ariztía Enrique Fanta

93

El profesor Dr. Aníbal Ariztía Sergio Jarpa

101

Currículum vítae del Dr. Aníbal Ariztía Ariztía

113

PROF. DR. LUCAS SIERRA M. (1866-1937) Nº 8. Academia Chilena de Medicina. Editorial Universitaria, 1987 El maestro de la Cirugía Chilena. Introducción Armando Larraguibel

7

Homenaje al Dr. Lucas Sierra Amador Neghme

11

Lucas Sierra: Últimos recuerdos. Páginas extractadas Guillermo Chateau

23

Evocación de la personalidad del Prof. Dr. Lucas Sierra Leonardo Guzmán

33

Lucas Sierra Ignacio González

53

Elogio del Prof. Lucas Sierra Alfonso Constant

l75

Homenaje de la Sociedad de Cirujanos de Hospital al Prof. Lucas Sierra Mendoza Raúl Covarrubias

91

Epítome Amador Neghme

102

PROF. DR. JUAN WOOD WALTERS (1893-1987) Nº 9. Academia Chilena de Medicina. Editorial Universitaria, 1987 Al académico de Número y ex Presidente de la Academia Dr. Juan Wood Walters Amador Neghme

7

Discurso en sus exequias a nombre de la Academia Chilena de Medicina y del Instituto de Chile Víctor Manuel Avilés

11

Homenaje tributado en sesión de la Academia Chilena de la Medicina Luis Tisné

17

Designación como Miembro Honorario Nacional de la Sociedad Chilena de Obstetricia y Ginecología año 1951 H. Cruz y E. Bunster M.

33

Bibliografía / Figuras señeras de la Medicina Chilena: Índice de la Colección

275

El Profesor Wood, la investigación clínica y el laboratorio Francisco Lillo

43

Homenaje de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología Valparaíso-Aconcagua, el año 1970 R. Garrido

61

Currículum vítae

75

Bibliografía / Jornadas de Historia de la Medicina: Índice acumulado

277 An. chil. hist. med. 2006; 16: 277-283

Jornadas de Historia de la Medicina Índice acumulado

PRIMERAS JORNADAS DE HISTORIA DE LA DE LA MEDICINA CHILENA (1986) Academia de Medicina. (A. Neghme, J. Pérez Olea, Eds.) Editorial Universitaria: Santiago de Chile. 1987 Inauguración Amador Neghme

11

Introducción a la primera sesión Ignacio González

13

Reflexiones sobre cómo debería ser una historia de la medicina Armando Roa

15

Elogio del Dr. Enrique Laval M. Ramón Valdivieso

41

Semblanza del Prof. Juan Noé como Maestro Tulio Pizzi

49

Reseña histórica de la genética clínica en Chile Ricardo Cruz-Coke

55

Breve historia de la cirugía en Chile Lorenzo Cubillos

59

Reminiscencias acerca de los hospitales y universidades en Concepción Carlos Martínez

67

Palabras del Presidente de la Segunda Sesión Víctor Manuel Avilés

75

Cruz-Coke y la Medicina Preventiva Jorge Mardones

77

Influencia del Dr. Lorenzo Sazié en la medicina de mediados del siglo XIX Raúl Auth

85

Breve reseña de la Cardiología en Chile Luis Hervé

91

278

An. chil. hist. med. 2006; 16: 277-283

Traslado del originario Hospital San Juan de Dios: una premonición en 1842 Claudio Costa

99

Atención médica durante la Guerra del Pacífico Sergio de Tezanos Pinto

105

Palabras de cierre Jaime Pérez-Olea

123

SEGUNDAS JORNADAS DE HISTORIA DE LA MEDICINA (1987) Academia de Medicina. Editorial Universitaria: Santiago de Chile. 1989 Prólogo Jaime Pérez-Olea

7

Inauguración de las Segundas Jornadas de Historia de la Medicina Armando Roa

15

Recepción del Museo de Historia de la Medicina “Dr. Enrique Laval” Alejandro Goiçv

19

Homenaje a la memoria de Sir Howard W. Florey Ramón Valdivieso

25

Las Formas del Saber y del Amor y las Rupturas del Tiempo Histórico en la Obra de Pedro Laín Entralgo Armando Roa

35

La Medicina y la Higiene en los aborígenes australes de Chile Juan Antonio Durán

47

El Concepción de Penco, sus Hospitales y Cirujanos Ignacio González G.

55

El Dr. Oswaldo Aichel, Primer Presidente de la Sociedad Médica de Concepción Eliodoro Peña

63

El Dr. Virginio Gómez Fernando Campos

73

Semblanza del Dr. Pedro Morán Sergio de Tezanos Pinto

83

Un Médico de la Araucanía, el Dr. Eduardo Jequier Colas Ignacio González H.

89

La Cirugía en Valparaíso Pedro Uribe

101

Algunos aspectos Históricos de la Evolución de la cirugía pediátrica Chilena René Artigas

115

Bibliografía / Jornadas de Historia de la Medicina: Índice acumulado

279

Breve Historia de la Cirugía Vascular en Chile Raúl Domínguez

127

Historia de la Cirugía Sergio Puente

133

Sinopsis Histórica de la Cirugía en Chile Lorenzo Cubillos

145

Semblanza del Profesor Óscar Fontecilla Espinoza Julio Pallavicini

147

Historia de la Oftalmología Chilena René Contardo

159

Aspectos Históricos de la Medicina Física y Rehabilitación Ernesto Saldías

177

Antecedentes Históricos acerca de los Progresos en Alimentación y Nutrición en Chile. El rol de la Universidad Jorge Rosselot, Francisco Mardones

193

La Medicina Social en Valparaíso y su Proyección Nacional Jorge Alvayay

217

Reseña Histórica Político-Social de la Medicina Chilena Ricardo Cruz-Coke

229

TERCERAS JORNADAS DE HISTORIA DE LA MEDICINA (1992) Academia Chilena de Medicina (A. Roa, J. Pérez Olea, S. de Tezanos Pinto, Eds.) Editorial Universitaria: Santiago de Chile. 1993. Discurso del Presidente de la Academia Chilena de Medicina Armando Roa

7

Palabras del Sr. Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile Alejandro Goiçv

13

Palabras de Excmo. Sr. Embajador de España Dn. Pedro Bermejo Marín

15

Santiago Ramón y Cajal Armando Roa

17

Antropología y Medicina en los Viajes de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo Claudio Costa

23

Universidades Chilenas durante la Colonia Jaime Pérez-Olea

33

Conjeturas sobre el origen de la Sífilis Tulio Pizzi

39

280

An. chil. hist. med. 2006; 16: 277-283

La expulsión de los Jesuitas (1767) y el Desarrollo de la Medicina Colonial Chilena Ricardo Cruz-Coke

47

Manuel Julián Grajales. Su vida y su obra en Chile René Artigas

59

Perfil Clínico y Humano del Dr. Juan Miquel Carlos Miquel

65

El embarazo no deseado y la salud del niño en su primer año de vida Benjamín Viel

71

Influencia de España en la Psiquiatría Chilena Julio Pallavicini

75

El saber de los médicos del siglo XVI avecindados en Chile Sergio de Tezanos Pinto

85

El Control de la Salubridad en el Chile Colonial Juan Antonio Durán

99

Palabras de Clausura Jaime Pérez-Olea

107

CUARTAS JORNADAS DE HISTORIA DE LA MEDICINA (1995) Academia Chilena de Medicina. Lom Ediciones. Santiago de Chile. 1995. Inauguración Jornadas chileno-argentinas de Historia de la Medicina Armando Roa

9

Palabras del Presidente de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires Osvaldo Fustinoni

13

Palabras del Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile Eduardo Rosselot

17

Reflexiones para una Jornada Unificadora Sergio de Tezanos Pinto

21

Desarrollo de la Cirugía General en la Argentina Alberto E. Laurence

27

Eduardo Cruz-Coke, Maestro de la Bioquímica Chilena Sergio Lecannelier

33

El desarrollo de la Química Biológica en la Facultad de Medicina en Buenos Aires Andrés O.M. Stopanni

37

El Rol de la Pediatría Clínica y Social en los Avances de la Salud del Niño y de la Familia. Chile 1900-1995 Julio Meneghello, Jorge Rosselot, Francisco Mardones

43

Bibliografía / Jornadas de Historia de la Medicina: Índice acumulado

281

Historia Correlativa de la Revista de Medicina (Bs. As.) y de las Sociedades Argentinas de Investigación Clínica y de Inmunología Cristianne D. de Pascualini

57

El Dr. Virginio Gómez, precursor de la Medicina Moderna en Concepción Fernando Campos

63

Breve historia de la Cardiología en Chile Luis Hervé

69

Historia de la Medicina Chilena en cuanto a Alcoholismo y Drogadicción Guillermo Adriazola

93

Salvador Mazza, pionero de la Medicina Tropical en la Argentina Olindo A. L. Martino

98

De la Medicina Antigua en la Isla de Pascua, Chile Ramón Campbell

103

Significación de las Orientaciones Psiquiátricas de los Maestros Universitarios Ignacio Matte y Armando Roa, en la Psiquiatría Chilena de este Siglo Fernando Oyarzún

119

Historia de la Ginecología Leoncio A. Arrighi

123

Prof. Eugenio Díaz Lira y su entorno quirúrgico 1880-1945 René Artigas

129

Historia de la Cardiología Argentina Alberto Taquini

139

Reseña Histórica de la Farmacia en Chile Raquel González

145

Cincuentenario de la Gran Reforma de la Educación Médica Chilena (1945) Ricardo Cruz-Coke

153

Breve Historia de la Cirugía Torácica en la Argentina Ángel Bracco

159

Notas sobre el desarrollo de la Cirugía Venosa en Chile y la trascendencia histórica de este Sistema en los albores del descubrimiento de la circulación sanguínea Raúl Domínguez

171

Historia de la Farmacia Argentina Mario A. Copello

185

El Dr. Guillermo C. Blest versus el Dr. Eusebio Oliva desde el Tribunal del Protomedicato del Libertador Bernardo O’Higgins (1819) hasta su reposición por Diego Portales Claudio Costa

195

282

An. chil. hist. med. 2006; 16: 277-283

Los aportes del Prof. Dr. Armando Roa a la Psiquiatría Chilena Julio Pallavicini

205

Breve Historia de la Cardiología Chilena desde sus inicios hasta 1990 Carlos Miquel

217

Palabras de Cierre Jaime Pérez-Olea

225

Palabras de Cierre Osvaldo Fustinoni

227

QUINTAS JORNADAS DE HISTORIA DE LA MEDICINA (2002) Academia Chilena de Medicina (A. Goic, R. Cruz-Coke, Eds.) Lom Ediciones. Santiago de Chile. 2003 Introducción a las V Jornadas de Historia de la Medicina Presidente de la Academia Chilena de Medicina Alejandro Goic

11

El Decano Vicente Izquierdo y el joven doctor Charlín Juan Verdaguer

13

Esfuerzos del mundo católico para formar un médico católico, 1888-1929 Juan Eduardo Vargas

19

El plan de estudios de la Escuela de Medicina de la Universidad Católica de 1930 a 1942: Observancia e Innovación Benedicto Chuaqui, Marcelo López

41

En relación con el advenimiento de la antisepsia y la asepsia en la Cirugía Chilena Sergio Zúñiga

45

Historia del Estado Benefactor Médico-Social en Chile Ricardo Cruz-Coke

51

Salud e Higiene en Valparaíso a comienzos del siglo XX Alessandro Monteverde

59

El Prefacio de Vesalio: reseña biográfica y comentarios Benedicto Chuaqui

67

Traducción del Prefacio de Vesalio a De Humani Corporis Fabrica Claudia Chuaqui

73

Sobre cómo Tomás Hodgkin delimitó el linfoma Sergio González, Benedicto Chuaqui

79

Notas históricas sobre el trauma craneano en Chile Patricio Tagle

87

Bibliografía / Jornadas de Historia de la Medicina: Índice acumulado

283

Por la senda de René Favaloro: un recorrido histórico por los caminos explorados por la cirugía para la revascularización del corazón Ricardo Zalaquett

99

Condiciones higiénicas, enfermedades y prácticas médicas en Valparaíso entre 1855 y 1860 Jury García

115

Valparaíso y sus médicos. Una historia digna de publicar Sergio de Tezanos-Pinto

125

La sala de enfermería de la Corbeta Esmeralda y el cirujano ayudante don Germán Segura y González Jaime González

131

Remuneraciones médicas en el siglo XVI en Chile e información sobre otros valores Sergio de Tezanos-Pinto

135

Bibliografía / Jornadas de Historia de la Medicina: Índice acumulado

285 An. chil. hist. med. 2006; 16: 285-286

Anales Chilenos de Historia de la Medicina Índice acumulado 1959-1973

Fe de Erratas En el número anterior (1 de 2006) aparecieron los siguientes errores: Página 128 Dice: Numeración original Numeración actualizada

AÑO I Volumen único Vol 2 Nº 1 (único)

1960 1960

Debe decir: Numeración original Numeración actualizada

AÑO II Volumen I Vol 2 Nº 1

1960 1960

Página 134 Dice: Numeración original Numeración actualizada

AÑO VI Volumen único Vol 6 Nº 1 (único)

1964 1964

Debe decir: Numeración original Numeración actualizada

AÑO VI Volumen I Vol 6 Nº 1

1964 1964

Página 135 Dice: Numeración original Numeración actualizada

AÑO VI Volumen II Vol 1 Nº 2

1964 1964

Debe decir: Numeración original Numeración actualizada

AÑO VI Volumen II Vol 6 Nº 2

1964 1964

Se omitió el índice del año 1966, que se transcribe a continuación: Numeración original Numeración actualizada

Año VIII volumen único Vol 8 Nº 1

1966 1966

Editorial

Lucas Sierra, el promotor El espíritu del Profesor Lucas Sierra Leonardo Guzmán

5 23

286

An. chil. hist. med. 2006; 16: 285-286

Contribución del Profesor Sierra al desarrollo de la cirugía y la Enseñanza de la medicina en Chile Gerardo Cornejo

41

Lucas Sierra Guillermo Chateau

53

Apuntes para una bibliografía del Dr. Lucas Sierra Nina Cicarelli

75

Ante un conflicto universitario Pedro Laín Entralgo

85

Historia de la fundación de la Escuela de la Medicina de la Universidad de Concepción Ottmar Wilhem

89

Las enfermedades de Don Bernardo O’Higgins y algunos aspectos de su personalidad Alfonso Asenjo, Víctor Corbalán

113

Las vivencias de naturaleza y de tiempo en los escritos hipocráticos Claudio Costa

129

Suplemento a tesis de licenciados en medicina Inés Phillips

169

Ocurrió hace 100 años en la medicina chilena Nina Cicarelli

173

Maestros de la Medicina Chilena

Carlos Lobo Onell (1885-1962)

183

Documentos Nacionales

Lucas Sierra: Contribución al estudio de la cirugía abdominal Laparotomía Exploradora

199

Documentos extranjeros

Guillermo Conrado Roentgen: Sobre una nueva clase de rayos

205

Noticias

209

Boletín de la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina

245

Boletín de la Cátedra y del Centro de Investigaciones de Historia de la Medicina

247

Correo de los Anales

249

Bibliografía

251

Bibliografía / Índice acumulado de artículos sobre Historia

An. chil. hist. med. 2006; 16: 287

Índice acumulado de artículos sobre Historia publicados en la Revista Chilena de Infectología desde 1984 hasta 2005

Fe de Erratas En el artículo “Índice acumulado de artículos sobre Historia publicados en la Revista Chilena de Infectología desde 1984 hasta 2005”, se omitió lo siguiente: –

Francisco Montiel Avendaño. (1934-2004) Acuña LG. Rev. Chil. Infect. 2005; 22: 121-122.



Figuras de la Infectología Chilena. Prof. Dr. Roque Kraljevic Orlandini. Laval, RE. Rev. Chil. Infect. 2005, 22: 2003-206

CRÓNICA

291 An. chil. hist. med. 2006; 16: 291-294

Crónica

Colegio Médico de Chile En los últimos años el Colegio Médico ha evolucionado hacia una organización muy diferente a la que tenía hasta el año 2003. Los cambios están relacionados con los siguientes aspectos: 1.

2.

3.

El Honorable Consejo General. Tradicionalmente el Honorable Consejo General estuvo compuesto por médicos colegiados que representaban a los colegios regionales y que por residir en Santiago eran elegidos para tal objeto. Actualmente el Honorable Consejo General está formado por Mesa Directiva Nacional y por los Presidentes Regionales, elegidos democráticamente, los que viajan a cada reunión mensual. La participación de los Regionales de Santiago, Valparaíso y Concepción se mantiene en las mismas proporciones anteriores. Los Tribunales de Ética, que antiguamente dependían de las Mesas Directivas, en la actualidad son independientes y se han creado Tribunales de Ética Nacional y Regionales. Los miembros de estos tribunales son, por lo tanto, independientes de lo que podríamos llamar el EJECUTIVO, que podemos homologar a las mesas directivas regionales y a la Directiva Nacional. Asimismo, los miembros de los Tribunales de Ética reciben una modesta retribución por su labor. Desde el punto de vista administrativo, se ha perfeccionado el registro médico y la página web del Colegio Médico, a la cual los colegiados pueden acceder con una clave para conocer con exactitud el estado de sus cuotas, tanto la cuota social como las cuotas del Fondo de Solidaridad Gremial y de Falmed (Fundación de Asistencia Legal del Colegio Médico de Chile).

4.

5.

Se ha vuelto a editar, después de algunos años de ausencia, la Revista Cuadernos Médicos Sociales. Esta publicación de Salud Pública es la más antigua de Latinoamérica y estamos muy orgullosos de su renacimiento. Con respecto a Falmed se ha contratado un seguro con la Empresa Mapfre y se ha reforzado la planta de abogados y la captación de nuevos socios.

6.

En lo que refiere al Fondo de Solidaridad Gremial (FSG), se ha reafirmado su solvencia económica y seguirá prestando servicios en las vertientes tradicionales que son, ayuda solidaria a viudas y estudiantes, beneficios por natalidad; lentes; enfermedades transitorias y cuota mortuoria, además de auxilios solidarios para los médicos que necesiten este tipo de ayuda. Los auxilios solidarios son devueltos pro el colegiado en cuotas mensuales. Se ha propuesto como un trabajo a desarrollar la obtención de un seguro con rescate, para permitir la recuperación, en vida, de parte de la cuota mortuoria. Para poder desarrollar todas estas labores se ha contratado un Asistente Social.

7.

Se ha modificado además el Código de Ética, adaptando su texto a las realidades actuales.

8.

Se creó una biblioteca ubicada en el 6º piso del edificio del Colegio Médico (Calle Esmeralda 678, Santiago, Chile), el que se ha denominado Departamento Comunicacional del Colegio Médico, pues se ha adecuado para el trabajo del portal, de la Revista Vida Médica y del Equipo Periodístico. Dr. Enrique Paris

292

An. chil. hist. med. 2006; 16: 291-294

40º Congreso Internacional de Historia de la Medicina (Reseña) La International Society of History of Medicine, fundada en 1920, efectuó su 40 Congreso en Budapest, Hungría, del 26 al 30 de agosto de 2006, en la sede del monumental del edificio de la Academia húngara de Ciencias ubicada a las orillas del romántico río Danubio, con la asistencia de más de 500 historiadores. Bajo la dirección del Presidente de la Academia, Silvester Vizi, y del presidente de la S.I.H.M., T. Diamantopoulos, el Congreso abordó los siguientes temas: Historia de la enseñanza de las ciencias médicas y de la farmacia en las escuelas de Medicina, Historia de la ginecología, Contribución de las ciencias húngaras al proceso médico, Historia de la Medicina social. Los simposios trataron sobre la medicina de la Antigüedad, medicina al final de la Edad Media, historia de las investigaciones farmacéuticas en Hungría. Las conferencias plenarias fueron dictadas por destacados historiadores médicos de Grecia, Bélgica, Alemania, Reino Unido y Hungría. Las comunicaciones libres y carteles trataron centenares de temas biográficos y descriptivos de las medicinas nacionales. Durante el Congreso se efectuaron visitas turísticas a los diversos museos, iglesias, palacios, parques, monumentos y bellezas naturales del

Danubio y lago Balaton. La casa donde vivió Ignacio Semmelweis en Buda fue objeto de visitas especiales. La Sociedad Internacional de Historia de la Medicina celebró sus sesiones administrativas y asambleas, con su directorio 2004-2008, integrado por el Presidente T. Diamantopoulos (Grecia); Vicepresidentes: J. Honti (Hungría), S. Shvartz (Israel), R. Cruz-Coke (Chile); Secretario general A. Tuwaide (Bélgica); Tesorero A. Musajo Osma (Italia); Past Presidente J.P. Tricot (Bélgica); y Consejeros: P. Chiancone (Uruguay), L. Dibattista (Italia), K. Bergdolt (Alemania) y J. Pearn (Australia). Esta sociedad tenía en 2004 490 socios estables de 45 países, la mayoría europeos y de Estados Unidos. América Latina tenía sólo 12 participantes de Argentina, Brasil, Chile, México y Uruguay. En los anteriores Congresos han asistido solamente algunos chilenos: Claudio Costa-Cassaretto, Ramón Campbel, Benedicto Chuaqui, Sergio Puente y Ricardo Cruz-Coke. La Sociedad edita anualmente la revista Vesalius y su presupuesto de gastos anuales en 2005 fue de 25 mil Euros. R. Cruz-Coke

41º Congreso Internacional de Historia de la Medicina (Anuncio) El Comité organizador de este Congreso invita a todos los historiadores de la Medicina a participar en este evento que se efectuará en la ciudad de México los días 7 al 12 de septiembre de 2008 en el Palacio de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México. El profesor Dr. Carlos Viesca preside el Comité Organizador Local, apoyado por el Comité Ejecutivo de la Sociedad Internacional

de Historia de la Medicina, que preside el profesor Dr. Athanasios Diamantopoulos de Grecia y el Secretario General Dr. Alain Trouwaide de Bélgica. Los temas oficiales serán: Medicina del continente americano; Medicina de la segunda mitad del siglo XX; Metodologías de investigación histórica; Historia de la Terapéutica y de la Ética Médica. Las modalidades de presentación

293

Crónica

serán las conferencias magistrales, sesiones plenarias, simposios, mesas redondas, trabajos libres y carteles. Las informaciones y mayores detalles sobre este Congreso pueden obtenerse en el Departamento de Historia y Filosofía de la UNAM, en calle Brasil 33, México o 6020 D.F.

México. Correo electrónico: cviesca@frontstage. org. Teléfono y fax 0052555299741. Dr. Ricardo Cruz-Coke M. Vicepresidente Sociedad Internacional de Historia de la Medicina

Premio Conservación de Monumentos Nacionales El Consejo Nacional de Monumentos Nacionales, dependiente del Ministerio de Educación de Chile, otorgó el Premio Conservación de los Monumentos Nacionales 2006, en la categoría “institución pública o privada”, a la Unidad Patrimonio de la Salud, del Ministerio de Salud. La decisión se basó en la dedicación y aporte en el catastro, conservación y difusión del patrimonio cultural mueble e inmueble relacionado con la salud de nuestro país.

El galardón fue entregado por el Ministro de Educación don Martín Zilic en la Ceremonia Oficial del Día del Patrimonio Cultural el viernes 26 de mayo de 2006. En representación del Dr. Patricio Hevia, Jefe de la Unidad de Patrimonio de la Salud, recibió la distinción el Jefe subrogante de dicha repartición, Dr. Carlos Molina.

VII Jornadas de Historia de la Medicina (Reseña) Organizada por la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina, esta reunión se efectuó el 20 de octubre de 2006 en la sede de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile en Santiago de Chile. El programa incluyó dos mesas redondas y la presentación oral de 22 trabajos libres. Los temas y los participantes de las mesas redondas fueron los siguientes: Historia de la Institucionalidad Sanitaria Chilena: ¿Consenso o Conflicto? Moderador:

Carlos Molina. Panelistas: Ricardo Cruz-Coke y Jorge Jiménez. Fuentes y métodos orales en la Historia de la Salud y de la Medicina Chilenas. Moderador: Patricio Hevia. Panelistas: Mario Garcés, Jaime Neira, Yuri Carvajal. Los resúmenes de los trabajos libres presentados puede consultarse en www.historiamedicina.cl

294

An. chil. hist. med. 2006; 16: 291-294

VIII Jornadas de Historia de la Medicina (Anuncio) Se efectuarán en Santiago de Chile los días 30 y 31 de agosto.

Ver próximas informaciones en www. historiamedicina.cl

Reuniones Mensuales de Historia de la Medicina El programa de Estudios Médicos Humanísticos de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile organiza una reunión mensual en la que se expone un tema relacionado con la Historia de la Medicina. Las reuniones se efectúan el tercer miércoles

del mes, de 13:00 a 14:00 horas desde marzo a diciembre. El programa de cada mes puede consultarse en www.historiamedicina.cl Están invitadas todas las personas interesadas: la asistencia es libre.

INSTRUCCIONES A LOS AUTORES

297 An. chil. hist. med. 2006; 16: 297-301

Instrucciones a los autores

En los Anales Chilenos de Historia de la Medicina se publican trabajos sobre historia de la medicina y temas afines. Los trabajos que cumplan con los requisitos formales serán sometidos a arbitraje por el Comité Editorial y por asesores ad hoc. Los trabajos deben enviarse directamente por correo electrónico a Anales Chilenos de Historia de la Medicina, (anchile.histmed@ gmail.com). Los trabajos que se presenten a las Jornadas Chilenas de Historia de la Medicina deben presentarse escritos in extenso, siguiendo las normas contenidas en el presente documento. El trabajo debe ser escrito en formato papel tamaño carta (21,5 x 27,5 cm.), dejando un margen de a lo menos 3 cm en los 4 bordes, y un espacio y medio entre líneas. Todas las páginas deben ser numeradas en el ángulo superior derecho, empezando por la página del título. Las figuras que muestren imágenes (retratos, fotografías, radiografías, histología) deben incluirse en archivo separado. La revista recibe los siguientes tipos de artículos: –



– –

Artículos originales de investigación, que no hayan sido previamente publicados in extenso. Documentos: transcripción de cartas, actas, conferencias, mapas o planos de interés histórico. Reseñas bibliográficas. Noticias de actualidad para la sección Crónica.

ARTÍCULOS ORIGINALES Los artículos de investigación deben tener una extensión de 5 a 35 páginas, en el formato indicado en el párrafo precedente. Página de Título. La primera página del manuscrito debe contener: 1)  El título del trabajo en redonda, letras altas y bajas, debe ser conciso pero informativo sobre el contenido central de la publicación. Ej.: Introducción del método de Lister en Chile. 2) El o los autores, identificándose con su nombre de pila, apellido paterno e inicial del

materno; al término de cada nombre de autor debe identificarse con número de “superíndice”. 3) Nombre de la o las secciones, Departamentos, Servicios e Instituciones a las que perteneció dicho autor durante la ejecución del trabajo. 4) Nombre y dirección del autor con quien establecer correspondencia. Debe incluir su número de fax y correo electrónico. 5) Fuente de apoyo financiero, cuando corresponda. Usando los números señalados con superíndice, especifique el título profesional, grado universitario o calidad de alumno del (de los) autor(es). Cada una de las secciones siguientes debe iniciarse en nuevas páginas: Resumen. La segunda página debe contener un resumen, de no más de 250 palabras, que describa los propósitos del estudio, los principales puntos del desarrollo del tema y las conclusiones más importantes. Se recomienda a los autores que envíen su propia traducción del resumen al inglés, en página separada, con la respectiva traducción del título del trabajo. La revista hará dicha traducción para quienes no estén en condiciones de proporcionarla. Palabras clave: Al final del resumen deben escribirse entre tres y cinco palabras o expresiones clave que permitan la ulterior inclusión del artículo en índices de búsqueda. Cuerpo del artículo. El artículo debe indicar al principio el o los objetivos del trabajo. Al final, se indicará una breve conclusión, relacionada con los objetivos planteados. Referencias y Notas. El artículo debe indicar las referencias, numeradas en el orden en que se mencionan por primera vez en el texto. Identifíquelas mediante numerales arábigos, colocados (entre paréntesis) al final de la frase o párrafo en que se las alude. Las referencias que sean citadas únicamente en las Tablas o en las leyendas de las Figuras, deben numerarse en la secuencia que corresponda a la primera vez que se citen dichas Tablas o Figuras en el texto. En la lista de referencias, su formato debe ser el siguiente: a)

Para artículos en Revistas. Apellido e inicial del nombre del o de los autores, en

An. chil. hist. med. 2006; 16: 297-299

298



altas y bajas. Mencione todos los autores cuando sean seis o menos; si son siete o más, incluya los seis primeros y agregue “et al.”. Limite la puntuación a comas que separen los autores entre sí. Sigue el título completo del artículo, en su idioma original, en cursiva, altas y bajas. Luego, el nombre de la revista en que apareció, abreviado según el estilo usado por el Index Medicus, año de publicación; volumen de la revista: página inicial y final del artículo. Ejemplo: 16. Lev E, Ohry-Kossov K, Ohry A. Langerhans in the Middle East: more about the discoverer of the pancreatic islets. Vesalius 2003; 9: 19-21.

b)

Para Capítulos en Libros. Ejemplo: 18. Cruz-Coke R. Historia del Estado Benefactor Médico Social en Chile. En: Goic A, CruzCoke R, eds. Quintas Jornadas de Historia de la Medicina. Academia Chilena de Medicina, Instituto de Chile. Lom Editores. Santiago de Chile 2003.

c)

Para artículos en formato electrónico: citar autores, título del artículo, revista de origen si procede, tal como para su publicación en papel. Indicar a continuación el sitio electrónico donde se obtuvo la cita y la fecha en que se hizo la consulta. Ej. 23. Vesalius A. The nature, use and diversity of bone. En: De humani corporis fabrica. Disponible en: http:vesalius.northwestern.edu/flash.html (Consultado el 7 de junio de 2005).



Referencias con notas. Las siguientes normas se aplican a trabajos en que alguna de las referencias incluya una nota, o que incluya notas sin referencia bibliográfica. Cada referencia con nota debe tener una numeración diferente, aunque esté tomada de un artículo u obra ya citada. Cada nota no acompañada de referencia se numerará correlativamente entre las referencias. Las referencias con notas y las notas sin referencia se listarán también al final del artículo y no al pie de la página. Ej.: 3. Becker, H K. “Coca Koller” Carl Koller’s discovery of cocaine anesthesia. Psychoanalyt Quart 1963; 32: 309-373.

4. La cocaína no tiene efecto sobre la piel intacta. 5. Becker, op. cit., pág. 283. No se aceptarán trabajos con una lista bibliográfica final integrada por artículos o libros no referidos con numeración en el cuerpo del texto. Los autores son responsables de la exactitud de sus referencias. Tablas. Presente cada tabla en páginas aparte, separando sus celdas con doble espacio (1,5 líneas). Numere las tablas en orden consecutivo y asígneles un título que explique su contenido sin necesidad de buscarlo en el texto del manuscrito (Título de Tabla). Sobre cada columna coloque un encabezamiento corto o abreviado. Separe con líneas horizontales solamente los encabezamientos de las columnas y los títulos generales. Las columnas de datos deben separarse por espacios y no por líneas verticales. Cuando se requieran notas aclaratorias, agréguelas al pie de la Tabla. Use notas aclaratorias para todas las abreviaturas no estándares. Cite cada Tabla en su orden consecutivo de mención en el texto del trabajo. Figuras. Denomine “Figura” a cualquier ilustración que no sea tabla (ejemplos: gráficos, retratos, radiografías, etc.). Los gráficos, dibujados o diseñados computacionalmente deben tener calidad profesional. Las letras, números, flechas o símbolos deben verse claros y nítidos y deben tener un tamaño suficiente como para seguir siendo legibles cuando la Figura se reduzca de tamaño en la publicación. Sus títulos y leyendas no deben aparecer en la Figura sino que se incluirán en hoja aparte, para ser compuestos por la imprenta. Los símbolos, flechas o letras empleadas en las fotografías con detalles topográficos deben tener un tamaño y contraste suficientes para distinguirlos de su entorno. Cite cada Figura en el texto en orden consecutivo. Si una Figura reproduce material ya publicado, indique su fuente de origen y adjunte en documento aparte copia del permiso escrito del autor y del original para reproducirla en su trabajo. La publicación de Figuras en colores debe ser consultada con la Revista; su costo es fijado por los Impresores y deberá ser financiado por los autores.

299

Instrucciones a los autores

Leyendas para las Figuras. Presente los títulos y leyendas de las Figuras en una página separada. Identifique y explique todo símbolo, flecha, número o letra que haya empleado para señalar alguna parte de las ilustraciones.

DOCUMENTOS Y RECENSIONES Los Documentos deben limitarse a la extensión original, agregando hasta 2 páginas de antecedentes y comentarios. Las recensiones (de libros) pueden tener una extensión de hasta 6 páginas.

FORMALIZACIÓN DEL PROCESO DE PUBLICACIÓN DE UN ARTÍCULO Una vez que el Comité Editorial haya comunicado la aceptación de un trabajo para ser publicado en los Anales, cada autor debe firmar una Declaración de Responsabilidad en los siguientes términos: Declaración de Responsabilidad Título del manuscrito:............................................................................................................................ 1)

Certifico que he contribuido directamente al contenido intelectual del manuscrito, a la búsqueda y análisis de sus datos, por lo cual me hago públicamente responsable de él.

2)

El artículo aprobado por el Comité Editorial para su publicación en los Anales Chilenos de Historia de la Medicina es inédito. No ha sido enviado a otra revista.

3)

Material gráfico. Marque con un visto bueno la alternativa que corresponde, y marque con una X la alternativa que no corresponde: ■ El artículo no incluye material gráfico tomado de otras publicaciones escritas o provenientes de sitios de internet. ■ El trabajo incluye material gráfico tomado de otras publicaciones escritas o provenientes de sitios de internet. Adjunto copia de la autorización del poseedor de los derechos para reproducir el material en los Anales Chilenos de Historia de la Medicina.

Nombre del autor del artículo...............................................................................................................

Firma del autor del artículo...................................................................................................................

Teléfonos:.................................................................... Fax:............................................................................... Correo electrónico:...................................................... Fecha:...........................................................................

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